Los nuevos ojos de David

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    Casinos, un lanzador ciego con cuatro oros paralímpicos, cuenta lo complejo de empezar con un perro guía. «Llegas a un cruce y no sabes qué va a pasar. Es mucha tensió

    David Casinos, con su hija Cayetana, Ximena (entre sus piernas) y Farala (en primer término), en su casa de Valencia. Diario SUR Digital – En el pequeño comedor de la familia Casinos, cada palmo es un tesoro. Allí, entre juguetes y trofeos, se reparten el espacio de esta habitación el hercúleo David, el atleta ciego que ha ganado una medalla de oro en cuatro Juegos Paralímpicos diferentes y que trabaja para sumar una quinta en Río; su mujer, Celia; la pequeña Cayetana y dos perras. Una es un labrador negro como una noche cerrada y la otra es un pastor alemán al que hay que atar en corto. La primera es Ximena, la perra guía que un día comenzó a exasperar a David porque iba demasiado lenta o se desconcentraba. Poco a poco fue comprendiendo que los días de Ximena como lazarilla, su amada Ximena, diez años juntos, llegaban a su fin.

    Sus desafíos

    Despedida olímpica. David Casinos cumplirá 43 años el día 15. Este verano disputará el Mundial de Qatar y el próximo se despedirá de los Juegos Paralímpicos intentando revalidar su título en lanzamiento de disco.
    Coaching. Una vez retirado, reforzará su actividad en torno al coaching. Charlas y conferencias que quiere extender al extranjero. Y aportar sus conocimientos a la organización de la Once.
    Deporte solidario.No dejará el deporte y le seducen el ciclismo y el kayak. «Me gustaría hacer la Titan Dessert por algún objetivo solidario», adelanta.

    David Casinos (Moncada, Valencia, 1972) pidió un relevo en la Fundación Once y se puso en marcha la maquinaria. No es fácil encajar con un perro guía. Las circunstancias del atleta, un ciego con mucha autonomía, conferenciante que da charlas contando su caso por toda España, deportista habitual en actos y entregas de premios, le hacen diferente a otro usuario invidente. «Necesito un perro que esté muy tranquilo en lugares con mucho público, pero que también pueda tener mucha movilidad para seguirme el ritmo», explica el lanzador.

    Un técnico de rehabilitación básica le sometió a un examen que consiste en comprobar la pericia del usuario con el perro y en elaborar un informe médico y otro psicológico. No dudó en nombrarlo apto y adjudicarle a Farala, una pastor alemán que nació en Estados Unidos -en estos perros las líneas de sangre son casi tan importantes como en los caballos- y que fue adiestrada en la escuela que tiene la Once en Boadilla del Monte. Los ‘lazarillos’ pasan su primer año de vida con una familia educadora y el segundo vuelven a la escuela para trabajar con un instructor. Allí reciben un entrenamiento duro. Los perros, unos 120 al año, aprenden a bajar por escaleras mecánicas, a pararse en los cruces, a eludir los peligros…

    Cuando David llegó a por sus nuevos ojos, como define a sus perros guía, ya sabía lo que iba a encontrarse. «Lo primero que hacen al verte es llorar, arañar la puerta e intentar marcharse. Ellos saben que les apartan de quien quieren para irse con un desconocido». Hombre y perro no se enamoraron. Pasar de la afable Ximena a la desconcertante Farala fue un trauma. «Las primeras dos semanas fueron complicadas… He estado a punto de renunciar a Farala porque no obedecía. Le tiraba bocado a otros perros, intentaba establecer su jerarquía… y yo llegaba a un cruce y, buf, no sabía qué iba a pasar. Es mucha tensión».

    Lleva a su hija a la guardería

    David Casinos no es un ciego cualquiera. El atleta se encarga cada mañana de su hija. La lava, la arregla, la viste y la lleva a la guardería. Con un brazo coge a la pequeña Cayetana y con la otra mano, a Farala. Una caída con la niña da mucho miedo. «Y al principio era horroroso porque iba muy inseguro». Pero cuando ya estaba a punto de llamar al técnico para pedir el cambio sucedió el ‘milagro’. «En dos días Farala asumió que mandas tú, se relajó y se soltó». Y solo entonces cobraron sentido los elogios del técnico instructor, que hablaba de un perro guía que era una joya. «Menuda gacela», exclama ahora David para referirse al vivaracho can.

    El deportista es un referente. En sus charlas le encanta contar su experiencia. La ceguera total que llegó de golpe después de 25 años viendo con normalidad. Los meses de frustración, de rabia, su capacidad para reponerse y trabajar duro. Y luego los años triunfales. Sus títulos paralímpicos, su reconversión en modelo de coaching, su discurso imponente y hasta su eslogan: «Todos los días sale el sol, y si no sale, ya me encargo yo de sacarlo», que también es el título de su biografía.

    Y más importante que el bastón blanco, Celia, la esposa-madre-entrenadora-amiga, un sostén en su vida. Con ella repasa la víspera la ruta que tiene que recorrer al día siguiente. Porque David tiene un navegador en el cerebro, pero es falible. Y, aunque mucha gente, por desconocimiento, piense que el perro te guía, en realidad solo se encarga de repeler todos los peligros que surjan por el camino porque el que sabe dónde va es la persona.

    Jubilada Ximena, llegó también el momento de decidir si la devolvía a la Once -muchos ciegos no pueden complicarse la vida con dos perros-, pero David siempre tuvo claro que vivirá con ellos hasta que se muera. Y lo hará como una reina. Por los servicios prestados. Aunque eso implique pelear por cada palmo del comedor…

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