En su espalda lleva tatuada las alas de resurrección del Ave Fénix, un símbolo de fuerza y perseverancia. A lo largo de su travesía como ciclista ha tenido que lidiar con muchos obstáculos, pero Alfonso Cabello nunca ha claudicado, siempre renace de sí mismo. La leyenda del velódromo ha añadido una muesca más en su palmarés para enriquecer su espléndida hoja de servicios tras conquistar la medalla de bronce en el kilómetro contrarreloj C5 en los Juegos Paralímpicos de París. Una nueva lección de pundonor.
Cuatro vueltas a la pista de Saint-Quentin-en-Yvelines, construida con pino de Siberia y que tiene la particularidad de ser más grande que otras (8 metros) con curvas a 43,8 grados. Un kilómetro, un minuto en el que la potencia y la furia que bulle en el interior del andaluz emanó de sus cinceladas y aceradas piernas obedeciendo a su cabeza y a su corazón indomable. Y otra gesta que graba para la historia sobre la bicicleta.
El seis veces campeón del mundo no pudo repetir el oro paralímpico que cosechó en Londres 2012 y en Tokio 2020, pero sí sacó con orgullo y coraje un bronce, otro más para él, como hizo en Río de Janeiro 2016 -también tiene dos bronces en la velocidad por equipos-. No quedan huecos vacíos en la inmensa vitrina de trofeos del ‘pistard’ incombustible. Cabello ha llegado a la cima del ciclismo a base de trabajo y perseverancia, no ha sido una singladura sencilla, nadie le ha regalado nada.
Dos años estuvo sin competir por Covid persistente, llegó incluso a plantearse la retirada por el calvario que vivió. “Mi saturación era la de una persona de más de 80 años, sufría mucho para sacar adelante un entreno”, llegó a decir. Pero todavía tiene mucha gasolina y cosas qué decir en la pista. Ha curado heridas con el bálsamo paralímpico. En la clasificatoria hizo el tercer mejor tiempo con 1:02.050 y avisaba: “Me he guardado un puntito para la final”. Silencioso, de gesto imperturbable, lleva en la mente la sabiduría y en las piernas la ambición y el ardor. Nada le saca del rumbo fijado, tenía que superar el tiempo del británico Jody Cundy (1:02.504) para asegurar el podio.
Cuando sonó la bocina salió raudo y explosivo sobre la brillante madera del velódromo francés para desplegar su potencial a golpe de pedaladas. Recorrió cada metro derrochando pasión y fuego, se exprimió hasta el límite y la recompensa llegó al cruzar la meta en 1:01.969, cerca de su récord del mundo -1:01.557-. Bronce. Por dos décimas le superó otro británico, Blaine Hunt (1:01.776), y también el australiano Korey Boddington (1:01.650), de la categoría C4 y al que se le aplica un factor de compensación de un segundo que afecta a Cabello, que es un C5.
«Es algo totalmente injusto, a los ciclistas C4 les quitan un segundo. A mí me falta un brazo y llevo prótesis, a él -Boddington- todavía me pregunto qué le pasa. Me gustaría lanzar un llamamiento y que se escuchase en todos sitios. No es justo que se aplique un factor matemático que la Unión Ciclista Internacional y el Comité Paralímpico se inventa porque es desconocido para todos los países hasta pocas semanas antes de competir. Deberían ya de hacer otro formato distinto y que no se permitiesen este tipo de injusticias», ha comentado con un punto de amargor.
Hace apenas año y medio no podía subirse ni a la bici por las secuelas del Covid con las que tuvo que lidiar, por lo que ha añadido que este metal le deja un sabor muy dulce. “Para mí es un regalo estar aquí. Hemos estado los tres corredores en un pañuelo, he estado cerca de mi récord del mundo, así que estoy muy contento de este bronce. Para mí es súper satisfactorio durante cuatro Juegos consecutivos subirme al podio”, ha apuntado.
El ‘rayo’ de La Rambla (Córdoba) es una prueba incontestable de que no hay fuerza más poderosa que la voluntad, él encarna el espíritu de superación y la determinación para sortear las barreras que se presentan en su camino. Es algo que lleva haciendo desde pequeño, cuando soportó menosprecios y miradas condescendientes. Nació sin el antebrazo izquierdo. Ciertos malos tragos que le tocó vivir le valieron para blindar su capacidad y aplomo.
Ha sido mucho lo que ha peleado para regresar otra vez al podio paralímpico. Desde su debut en la élite hace ya 14 años, sigue siendo el mismo deportista humilde, competitivo y al que le gusta sufrir, apretar los dientes y pelear por ganarse el pan. Con una voracidad sin límites, es ya una leyenda en el velódromo, el español más laureado en el oval con seis medallas paralímpicas. Que pueden ser siete porque tiene opciones en la velocidad por equipos junto a Pablo Jaramillo y Ricardo Ten. «Estoy bastante convencido de las posibilidades que tenemos. Ricardo llega muy fuerte y Pablo ha hecho conmigo toda la preparación. Si la suerte está un poquito de nuestra parte, podemos dar una gran sorpresa», ha apostillado.
Por otro lado, Eduardo Santas se quedó con la miel en los labios y rozó el podio. Como ya le ocurrió en Tokio 2020, el ciclista aragonés terminó en la cuarta posición en la persecución 3 kilómetros en categoría C3. En la clasificatoria había sido tercero, lo dio todo y se mostró muy fatigado. En la final por el bronce empezó por delante, pero a partir de los 750 metros se vio adelantado por el canadiense Alexandre Hayward, quien ya no le dio opciones al sacarle casi cuatro segundos. Agridulce cuarto puesto para el zaragozano, que cruzó la meta en 3:28.617.