David Mendes, talento indomable cosido al gol entre muletas

Huyó de Guinea Bissau, con siete años le amputaron una pierna tras ser atropellado en Gambia y el fútbol fue su salvavidas en Senegal. En España desplegó su talento para entrar en la selección, con la que ha logrado una plata europea. También conquistó la Champions con un club turco.

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A la luz desvaída del amanecer los niños ya correteaban y perseguían una pelota remendada en terrenos arenosos o llenos de maleza. Cualquier superficie plana les bastaba para competir con orgullo y alegría. Algunos llevaban zapatillas desgastadas, botas o sandalias cangrejeras y otros jugaban descalzos. Sobre sus enjutos pechos lucían los escudos desteñidos de equipos europeos y a la espalda de las camisetas dibujaban el número de sus ídolos. David Mendes siempre llevaba el siete por el inglés Beckham. “Me pusieron su nombre por él”. Cosido a un balón creció este joven en su azaroso peregrinaje por varios países del continente africano antes de llegar a Almería.

La vida le puso a prueba con apenas siete años, cuando le tuvieron que amputar la pierna izquierda tras ser atropellado por un vehículo. Lejos de abatirse, él supo convertir la adversidad en una oportunidad. Pese a las barreras con las que se ha topado, su terquedad, determinación y perseverancia le han permitido disfrutar de su pasión entre muletas y ahora es uno de los mejores jugadores del mundo de fútbol para amputados. Con la selección española ha ganado la plata en el Europeo y con un club de Turquía ha conquistado la Champions League.

Desde crío el fútbol se convirtió en su fuente de felicidad, era anestésico ante las preocupaciones en las calles polvorientas donde vivió. Primero en Canchungo (Guinea-Bissau), luego en Brikama (Gambia) y, por último, en M’Bour (Senegal). Nació en 1998, año en el que estalló una sangrienta guerra civil en el país guineano. Su padre, que había emigrado a Francia y después a España para trabajar en invernaderos y en la construcción, decidió enviar a David junto a su madre y a una de sus hermanas a Gambia. “El conflicto no llegó a nuestro pueblo, pero no era un sitio seguro. Había miedo a que nos cogieran y nos convirtieran en niños soldados. La vida era muy difícil allí”, asegura.

A su nuevo hogar llegó con cuatro años y tres más tarde sufrió un accidente que viraría su rumbo. “Era un niño inquieto y rebelde, me gustaba correr y jugar como al resto. Un día regresaba de la escuela y me encontraba cruzando la carretera cuando no vi a un coche que se acercaba a bastante velocidad. Intenté esquivarlo, pero dejé la pierna atrás y me pasó por encima. Mi padre solicitó permiso para traerme a España e intentar salvar la pierna, pero no hubo opción y tres semanas después me la amputaron. Cuando desperté de la operación y miré debajo de la sábana lloré y grité pidiendo que me la devolviesen”, relata.

Pese a su bisoñez estaba decidido a no perder más tiempo, había demostrado una capacidad fuerte para soportar ese calvario. “Lo pasé fatal, pero solo quedaba aceptarlo, frente a las adversidades hay que saber recuperarse y sobrellevar las cicatrices. Fue muy duro, nos marchamos a una casa que tenía mi familia en Senegal y pasé dos años casi encerrado porque la recuperación iba lenta ya que la intervención no fue la correcta y otra vez me metieron en quirófano para corregir esos errores”, rememora.

Su madre no le dejaba salir ni hacer nada de riesgo por temor a que se lastimase, pero David desafiaba aquellas órdenes, solo buscaba divertirse en la calle con el resto de niños. Vivía en la ciudad costera de M’Bour, hoy epicentro de las salidas de embarcaciones con jóvenes africanos que se juegan la vida en la ruta a las Islas Canarias. Quería volver a sentirse uno más, pero se encontró con otro muro: “Mis amigos no me dejaban jugar con ellos porque me decían que me haría daño y que les podía dar con las muletas”.

Nunca desistió, esa porfía y fuerza de voluntad eran los motores que le obligaban a avanzar. “Costó un tiempo hasta que me aceptaron en el grupo. Ahí empecé a caminar con un balón, me adapté a mi nueva situación, correr y marcar goles me hizo recuperar más de lo que había perdido. La gente se asombraba al verme hacer cosas con una pierna. Mi cabeza solo pensaba en el fútbol, me daba libertad”, recalca. La pelota era su refugio y el terreno de juego un oasis en el que se olvidaba de cualquier problema. Solo paraba de jugar cuando el sol se escondía y la luna comenzaba a brillar con su luz argéntea, que le obligaba a posponer sus partidos hasta el día siguiente.

El fútbol fue su aliado, incluso también cuando puso rumbo a Europa en busca de un futuro mejor. David llegó a España un 25 de diciembre con 14 años y se instaló con sus tíos en Campohermoso, una pedanía de Níjar (Almería). “Ahí empezó mi otra vida, tuvimos que huir de la pobreza”, dice. Aunque se integró rápido en una nueva cultura, le costó más de tres años atreverse a pedir jugar en un equipo. “Practicaba delante de la puerta de casa con mi primo, me daba vergüenza que la gente me viese”, confiesa. El adolescente con muletas era la novedad en el pueblo. En el descampado en el que jugaba, la gente se paraba absorta al ver el talento, destreza, habilidad y cabriolas del joven con el esférico.

“El Comarca de Níjar me dejó entrenar con ellos y llegué a disputar un amistoso, el público alucinaba con lo que era capaz de hacer. Pero necesitaba jugar en un equipo con compañeros que estuviesen en las mismas condiciones físicas que yo. Y un profesor que tenía, Jorge Rodríguez, encontró la web de la selección española de amputados. Le pidieron un vídeo mío y a los pocos días me llamaron para una concentración. Fue el momento más feliz de mi vida”, expresa.

En Olot (Barcelona) en 2016 se enfundó la elástica de ‘La Roja’, con la que ya ha disputado un Mundial (en 2018 en México) y dos europeos. En la primera cita en Estambul 2017, España quedó cuarta y en la edición de 2021 logró la plata en Polonia, la primera medalla de su historia. “Fue espectacular, una recompensa inimaginable. Somos una selección recién creada y soñábamos con ganar algo en unos años, pero llegar a una final tan pronto no entraba en nuestros planes. Y con el hándicap de que en dos años solo nos hemos reunido para entrenar seis días, una preparación escasa comparada con la de otros rivales. Tenemos una gran plantilla, somos una piña y en hambre e ilusión no nos gana nadie”, subraya.

‘La Pantera’, como así fue bautizado por sus compañeros, apenas necesitó unos minutos en su estreno internacional hace cuatro años para ser reclutado por el Esengücü Engelliler SK de Estambul. “La liga turca es la más fuerte, tiene mucho nivel y seguidores. El fútbol para amputados se vive con mucha pasión, valoran lo que hacemos y un partido de cada jornada lo retransmiten en directo por televisión. Allí, los jugadores son profesionales, tienen contrato y sueldo”, explica Mendes, cuyos goles y asistencias ayudaron esta temporada al Şahinbey Belediye SK de Gaziantep a levantar la Champions League de este deporte.

Su corta pero exitosa carrera la ha edificado piedra a piedra, nadie le ha regalado nada. Pese a que se ha marchado a vivir con su familia a Saint-Denis (Francia), jugará con el CD Flamencos Amputados Sur, uno de los cuatro equipos que se han creado en España junto a Sector Monserratina, Haszten One Football y Sant Vicenç dels Horts. “Estamos creciendo, cada vez somos más, habrá campeonatos y quizás una Liga que nos permita despegar. Ya no hay necesidad de irme a otro país a jugar. Aunque, esté donde esté, el fútbol será parte de mi vida y seguiré disfrutando con un balón. Me siento más futbolista que cuando tenía dos pies”, sentencia David, tan firme como la voluntad indomable que refleja su eterna sonrisa cuando suena el silbato y la bola, junto a las muletas, empieza a rodar.

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