Con la orilla cubriéndose de espuma efervescente, enfundada en su neopreno, Sarah Almagro se adentra en un mar embravecido que ruge. Fusionada con su tabla, guiada por el viento y con la compañía de la bóveda celeste del cielo, doma y cabalga olas de superación. Su historia es una fuente de inspiración, una oda a la supervivencia. Como el ave Fénix, renació de sus cenizas con más fuerza tras ser engullida por un tsunami de adversidades. Con 18 años contrajo una meningitis meningocócica que le produjo septicemia y la necrosis obligó a amputar sus manos y pies. Cuando el mundo se le derrumbaba, la malagueña se aferró al surf y tres años después se proclamó subcampeona del mundo.
“Es increíble, una locura, a mí me daban por muerta y ahora estoy disfrutando y viviendo experiencias únicas a través del deporte”, asegura. El 23 de julio de 2018 su rumbo dio un brusco giro. Disfrutaba del verano con sus amigos tras sacar excelentes notas en Selectividad y ese día empezó a encontrarse mal. Tenía fiebre, dolor de cabeza y vómitos. En el centro de salud le dijeron que era gastroenteritis, pero su madre, Silvia Vallejo, alertada por los síntomas, no se conformó con el diagnóstico y la llevó al Hospital Costa del Sol de Marbella. “Menos mal que decidió llevarme, porque de haber pasado tres horas más, hoy no estaría aquí”, recalca.
Allí le detectaron una infección grave en la sangre e ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), había contraído un meningococo que le produjo una septicemia y un colapso multiorgánico. Estuvo diez días entubada, conectada a máquinas y en coma inducido. Su vida pendía de un hilo, pero su cuerpo no claudicó, nunca dejó de luchar contra la bacteria y surfeó a la muerte. “Los médicos les dijeron a mis padres que no se alejasen esa primera noche porque todo apuntaba a que tendrían que despedirse de mí. En las primeras 72 horas me practicaron una serie de maniobras peligrosas a cara o cruz y gracias a mi condición física salieron bien”, relata la joven.
El proceso le causó daños en su sistema vascular, no había riego sanguíneo en parte de sus extremidades, que quedaron necrosadas. A las tres semanas la trasladaron a la Unidad de Quemados del Hospital Regional de Málaga y tuvieron que amputarle manos y pies. “Entré en quirófano sin saber hasta dónde me iban a amputar, los médicos decían que a la altura de los hombros y de la ingle, pero mis padres se negaron y pudieron salvarme codos y rodillas, algo que viene mejor a la hora de la protetización”, explica Sarah, que poco después también fue trasplantada de riñón, siendo el donante su padre, Ismael Almagro.
“Fue un shock, siempre nos hablan de vivir en un mundo idílico, pero nadie te prepara para afrontar circunstancias tan duras como esta. El mundo se me vino encima y lloré preguntándome qué había hecho mal para que me tocase a mí. Me derrumbé, pensé que sería una inútil y que nadie me querría. Hasta que mi madre me hizo la pregunta de ‘¿Era Stephen Hawking un inútil?’. Eso me hizo cambiar el chip, no soporto dar lástima, ante una situación traumática hay que sacar el lado positivo, buscarles sentido a las cosas y luchar por ellas”, confiesa.
Salió del hospital pesando 34 kilos, en silla de ruedas y ligada a una máquina de diálisis. Iniciaba así una ardua y lenta rehabilitación, un reaprendizaje que costó trabajo, lágrimas y toneladas de tesón, perseverancia y porfía. “Estaba muy frágil y al principio me sentía frustrada, parecía un bebé con la cabeza de una chica de 18 años. Cosas cotidianas como ducharme me costaban mucho, pero al ser tan competitiva y persistente, hoy día puedo decir que soy muy independiente. Es cuestión de actitud, aunque tardes más, cada reto que te plantees al final lo consigues”, dice.
Junto a sus padres emprendió una cruzada para que se incluyera la vacuna tetravalente contra el tipo de meningitis que ella sufrió, en el calendario de vacunación gratuito de España. Fue una batalla difícil, noches en vela preparando escritos, tuvieron que pegar en numerosas puertas y salvar muchos obstáculos para que la administración oyese su petición. “Se ha conseguido a nivel nacional y la Bexsero solo en algunas comunidades autónomas como Andalucía. Es una satisfacción personal. Aunque para mí no haya vuelta atrás, es una contribución a la sociedad para evitar que cualquier persona sufra lo que yo pasé”, comenta.
Esa lucha fue una respuesta a la ola de solidaridad que recibió cuando pidieron ayuda a la ciudadanía para financiar sus prótesis. Para ello crearon ‘Somos tu ola’, una asociación sin ánimo de lucro para cubrir los gastos de prótesis que le permita continuar su vida con normalidad y hacer deporte. “Las que daba la sanidad pública eran arcaicas, como los ganchos de las máquinas de las ferias. Ahora el Gobierno ha aprobado una mejora y actualización del catálogo ortoprotésico, que estaba obsoleto. Las que llevo no las cubre la Seguridad Social, las de las manos cuestan 80.000 euros cada una y tienen una durabilidad de ocho a diez años, y 11.500 euros vale cada pie, que suelen duran de tres a cinco años. Gracias a la lucha incansable de mi padre, en Andalucía se hará un estudio individualizado del paciente para que casos como el mío puedan tener una prótesis como las que uso”, subraya.
Ávida de emociones, sus nuevas extremidades allanaron el camino de vuelta al deporte. Desde pequeña Sarah ha sido siempre muy aventurera y deportista, practicando fútbol, tenis, baloncesto, natación, atletismo, judo, esquí nórdico, senderismo, crossfit y surf. Con cinco años hacía bodyboard y a partir de los 13 sus veranos transcurrían en el agua con una tabla, aprendiendo de forma autodidacta. “Cuando perdí las manos y los pies me decanté por el triatlón, pero apareció el que fuese mi entrenador, que me dijo que me ayudaría a surfear otra vez. Me pareció descabellado, aunque fue una sensación única. El surf que hago es como el de mis orígenes, voy tumbada y asistida porque al no tener manos me cuesta remar”, aclara la andaluza, estudiante de tercero de Derecho en la Universidad de Málaga.
La tabla es uno de los pocos resquicios en el que se siente libre y segura, el mar le transmite tranquilidad y le permite olvidar los problemas que tiene en tierra. Apenas necesitó un año de preparación para convencer a los responsables de la selección española, que se percataron de su potencial y la reclutaron para disputar el Mundial en diciembre de 2021 en Pismo Beach (California). En aguas estadounidenses desplegó su destreza y talento sobre la tabla para conquistar el subcampeonato en la categoría Prone 2 y también sumar otra plata en la prueba por equipos.
“Antes del campeonato pensé en dejar este deporte, tenía mis dudas, creí que no valía para ello, pero me colgué una medalla que me supo a oro y que me hizo sentirme valorada y útil. Todo el esfuerzo y trabajo tanto mío como de los que me acompañaron durante tres años, mereció la pena”, expresa la surfista, un torbellino de energía positiva cuya sonrisa calienta los corazones de aquellos que la rodean. Esta temporada quiere revalidar el título de campeona de España y acudir a su segundo Mundial para ir a por el oro. Y espera participar algún día en unos Juegos Paralímpicos: “Sería un sueño cumplido, ojalá en Los Ángeles 2028 el surf entre en el programa”. Mientras tanto, se mantiene en alerta para seguir surcando muros acuáticos y cualquier obstáculo que se le presente. Para Sarah Almagro, con cabeza y corazón no existen los límites.