Adi Iglesias, la gacela albina que deslumbra sobre el tartán

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De niña pasaba horas jugueteando con el barro que se acumulaba cerca de casa y fabricando sus propias muñecas con mazorcas de maíz. Apenas podía corretear o moverse del lugar dónde vivía. Pocas veces pudo caminar por su ciudad, Bamako (Malí), ya que la gente escupía a su paso y se apartaba de ella, como si estuviese viendo a un fantasma. El motivo, su albinismo, condición genética perseguida y considerada maldita en algunos países africanos. Creció sin salir de su pequeño barrio, donde no llegaba el asfalto y las calles eran de tierra rojiza, por temor a que fuese secuestrada como otros niños. “Si me hubiese quedado allí, quizás hoy no estaría viva”, reflexiona Adi Iglesias, una de las atletas ciegas más rápidas del mundo, que deslumbra por sus zancadas y sus huellas son una oda a la superación enraizada en su experiencia.

A pesar de ser velocista, su carrera vital es de fondo y con muchos obstáculos. Ya no queda drama en su rostro, ahora, una dulce sonrisa retoza en los labios de la gacela de las trenzas doradas cuando esprinta sobre el tartán. Aunque su camino hacia la felicidad ha sido espinoso. La falta de melanina en su piel le pudo haber costado la vida por la ignorancia ajena y las supersticiones que alimentan la estigmatización en zonas de África. “Vivos nos consideran gafes y hay cazadores que amputan una parte de tu cuerpo como un brazo o un dedo para venderlo como amuleto de fortuna o entierran el pelo para atraer la riqueza”, explica la joven.

Nació hace 25 años en el seno de una familia musulmana de escasos recursos. Su padre tenía tres mujeres, siendo su madre -que era sordomuda- la más joven de ellas y que tuvo nueve hijos. “Dormíamos todos en la misma habitación. Sabía que era diferente al resto por ser albina, pero nunca lo sentí como algo malo. Además, ser mujer en una cultura tan machista hace que seas una persona sumisa, pero yo era muy rebelde y no pensaba casarme con un hombre que me doblaría la edad. Tampoco mi padre me obligó a ello, era de mente abierta. No podía quedarme, me sentía una extraña y corría peligro. No tenía más remedio que salir si quería sobrevivir”, recalca.

Con 11 años llegó a España para convivir con un hermano en Logroño y, a pesar del choque cultural, por primera vez se sentía libre. “Todo era nuevo para mí, lo que más me impresionó fue subirme en un ascensor -ríe-. Me compraron unas gafas horribles, aunque con ellas me manejaba mejor. Me matricularon en un colegio y en seis meses aprendí el español”, afirma. Sin embargo, la situación se agravó, recibió malos tratos por parte de su hermano. “De no haber pasado ese mal trago, no sería quien soy”, aclara Adi, que acabó en un centro de menores: “Todos los niños tenían a algún familiar que les visitaba, yo no tenía a nadie y fue duro, pasé allí dos años, hasta los 15”.

Hace una década se cruzó en su vida Lina Iglesias, profesora en Lugo, que decidió adoptar a aquella adolescente de piel blanca y cabello rubio. “Fue una tabla de salvación, mi ángel de la guarda. Ella siempre dice que le ha tocado una hija maravillosa y yo digo lo mismo, no podía haber dado con una madre mejor, es una mujer que me ha transmitido su valentía. Le estaré eternamente agradecida porque me dio un hogar y la oportunidad para seguir viviendo”, asevera. Encajaron a la perfección y en una de sus primeras charlas brotó el deseo de Adi por correr.

Adi Iglesias con la bandera de España tras ganar el oro en 200 metros T13 en el Mundial de París 2023. Foto: CPE

Un sueño que comenzó a cultivar a los siete años en Bamako, cuando se enamoró del atletismo al ver por televisión “figuras borrosas” de deportistas en una competición. “Iban muy rápidas y me encantó. De pequeña lo hacía todo corriendo, cuando me mandaban a hacer un recado le pedía a mi madre que me calculase el tiempo. Pero en mi país era impensable llegar a ser atleta, apenas me movía entre dos calles”, confiesa. Lina movió cielo y tierra para que su hija pudiese cumplir ese anhelo. “Solo quería disfrutar, sin miedo, en libertad y eso fue posible gracias a ella, siempre creyó en mí”, añade.

Aunque al principio tuvo que romper una barrera más, la de la autoestima, ya que se avergonzaba de su cuerpo. “Tenía complejos, en Mali no podíamos mostrarlo por la cultura musulmana y me chocaba salir a la calle con un pantalón corto o un top. Supe quererme a mí misma tan cómo era”, comenta. Desde entonces, quedó grabada a fuego dos frases que le espetó su madre: ‘Vuela como si tuvieras alas en los pies’ y ‘El cielo es el límite’. Sus primeros pasos los dio en el club Lucus Caixa Rural con Maximiliano Rodríguez y con Adolfo Vila, quienes pulieron ese diamante en bruto, cuya capacidad visual apenas supera el 10%. No aprecia las líneas de las calles ni tampoco la de meta, “por eso casi nunca se me ve en la ‘foto finish’ meter la cabeza para arañar centésimas, siempre corro unos metros de más. Cuando llego a una pista hago un reconocimiento previo para tomar referencias que me ayudan, como las sillas de los jueces o una farola”.

Sus pies vertiginosos ya despuntaban en categoría juvenil, aunque no tuvo fácil abrirse un hueco en el atletismo. En 2017 acudió a un Campeonato de España junior y se extrañó al ser la única a la que le habían dado un dorsal de color rojo. “Me dijeron que era porque aún no tenía la nacionalidad española. Aquello me marcó, me fastidió bastante ya que no me dejaron disputar la final por ser extranjera. Hubo varias pruebas en las que era la más rápida de todas, pero no podía luchar por las medallas al no pasar a las finales. Nunca se me olvidará, eso me dio fuerzas para seguir peleando”, reconoce.

Con una tenacidad imparable que derriba muros, no tardó en aprender lo que era subir los escalones del podio. Su carta de presentación internacional fue brillante, con dos platas en 100 y en 200 metros en el Mundial de Dubái 2019. “Era una novata, no tenía ni idea de mi posición en el ranking, no conocía a mis rivales ni tampoco sabía la repercusión que tenía un Mundial, algo que me permitió ir relajada y obtener esos resultados”, explica. Ya venía avisando de su enorme potencial cuando fue la más veloz de Galicia -posee el récord autonómico en ambas distancias- y en los últimos años ha quedado incluso entre las mejores en el campeonato de España absoluto. “Me motiva el poder demostrar que una deportista ciega puede enfrentarse a rivales sin discapacidad, me ayuda a aumentar mi nivel”, dice.

En el verano de 2021, a pocos días del Europeo en Bydgoszcz (Polonia), tras pasar una clasificación médica se llevó un jarro de agua fría ya que le subieron de categoría, pasó de T12 a T13, y se quedaba sin su prueba fuerte, los 200 metros. Lejos de abatirse, se guardó el cabreo y sacó la rabia en la pista para ganar dos oros continentales en 100 y en 400 metros, dos disciplinas en la que solo dos meses después haría historia en su estreno en unos Juegos Paralímpicos. Bajo la lluvia en el Estadio Nacional de Tokio, la gallega imperó en la prueba reina de la velocidad con un oro y cuatro días más tarde se colgó una plata de furia y valentía en los 400 metros: “Fue inolvidable, mágico, algo que siempre recordaré”.

La velocista gallega al ganar el oro en los 100 metros T3 en los Juegos Paralímpicos de Tokio. Foto: CPE

A su llegada a España dio un vuelco a su carrera al trasladarse al CAR de Madrid para entrenar a las órdenes de José Luis Calvo, técnico con el que ha seguido cosechando éxitos. “He mejorado en muchos aspectos, tengo ahora una salida de tacos más explosiva y sé gestionar mejor mi estado de forma para encarar una competición. El nivel de exigencia se ha notado más, el trabajo ha sido más fuerte para ser constante en las marcas”, afirma. Hace un año, en el Mundial de Francia destacó con un oro en 200 metros y una plata en 100 metros. Se le escapó la victoria por una milésima frente a la azerbaiyana Lamiya Valiyeva, que se postula como su gran rival de cara a los Juegos Paralímpicos de París, junto a la canadiense Bianca Borgella.

“Que haya nivel y rivalidad hace que me ponga las pilas y espabile sí o sí, me gusta que me aprieten porque así me crezco. Es cierto que en el Mundial no estuve cómoda, me sentía pesada y no llegaba en mi mejor forma. Esta temporada he afinado, me siento fuerte, confiada y preparada para este nuevo desafío, la que quiera ganarme tendrá que darlo todo”, subraya. Llega a sus segundos Juegos con ganas de “disfrutar cada minuto de la fiesta del deporte porque los de Tokio fueron extraños, metidos en una burbuja. Y con ilusión porque mi madre y mis amigas estarán arropándome. Nunca he corrido en un estadio lleno, como se prevé en París, espero que me aporte energía y no un estrés añadido, ya que cuando compito no pienso en lo que me rodea”, apunta la gallega.

Esbelta, fibrosa y ligera como una gacela, pero con corazón de leona, Adi apunta con ambición al doblete dorado. “Nada es imposible. Sé que los focos están puestos sobre mí porque cada año dejo el listón alto, es una responsabilidad y un orgullo, pero estoy tranquila, siento algo de presión, aunque no me agobia, soy autoexigente con mi objetivo. Y no es otro que lograr medalla en ambas pruebas, estoy preparada para este reto”, dice con determinación. En la pista violeta del Estadio de Francia en Saint-Denis perseguirá el triunfo en los 100 metros T13 el 3 de septiembre: “La he preparado dejándome el alma en cada sesión. No hay nada escrito y tampoco hay que vender la piel del oso antes de cazarlo, pero si doy mi mejor versión conseguiré medalla, ojalá pueda repetir el oro”.

El día 7 le tocará lidiar con los 400 metros, prueba en la que ya ganó una plata paralímpica. “Es un cambio drástico ya que soy velocista pura y solo la he entrenado en estos meses previos, no compito en ella desde Tokio. Es una distancia que necesita competición y trabajarla psicológicamente porque el ácido láctico te sube rápido y tienes que contradecir al cerebro. Las sensaciones son muy buenas, somos unas cinco atletas en tiempos similares, pero estoy lista para ir a por el oro también”, apostilla Adi Iglesias, una atleta que durante su infancia no salía de su barrio y que ahora, con osadía y sin complejos no teme a nada, sonríe esprintando, libre y acumula sueños en unas zancadas que quieren dejar un legado.

La atleta gallega Adi Iglesias durante el Mundial de París en 2023. Foto: CPE

ADI IGLESIAS

Adiaratou Iglesias Forneiro (Mali, 1999). Atletismo. Oro en 100 metros y plata en 400 metros en Tokio 2020. Campeona del mundo en 200 metros y subcampeona en 100. También es bicampeona de Europa. En París disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.

1.- Defínase con tres adjetivos.

Paciente, perseverante y ambiciosa.

2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?

Pintauñas y una goma del pelo del mismo color que la ropa de competición -ríe-.

3.- ¿Tiene algún talento oculto?

Se me da bastante bien dibujar, hace tiempo que no lo hago porque la agudeza visual va a peor, pero lo retomaré.

4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?

No elegiría ninguno -ríe-.

5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?

A las serpientes.

6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?

La lasaña.

7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?

Ahora que vivo en el CAR de Madrid, siempre encuentro refugio y desconecto cuando voy a mi casa, en Lugo.

8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?

Agua, algo de comer y crema solar.

9.- ¿En qué animal se reencarnaría?

En una gacela.

10.- Una canción y un libro o película.

‘Hall of Fame’, de The Script. Y una película, ‘Race. El héroe de Berlín’.

 

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