A veces es necesario tocar fondo para resurgir con fuerza, cual ave Fénix. El piragüista Adrián Mosquera es símbolo de resiliencia, posee esa capacidad para renacer de situaciones adversas y salir adelante reforzado. La recompensa a su trabajo en el kayak no llegaba y las puertas de los Juegos Paralímpicos se le cerraron en 2019. Tras superar el desaliento inicial, con espíritu indomable y combativo se lanzó a por un nuevo objetivo en la canoa, embarcación con la que ha formado un binomio que se acerca a la perfección. Lo demostró en mayo en la Copa del Mundo de Szeged (Hungría), donde agarró el billete para Tokio y lo adornó con un oro, la primera medalla internacional de su carrera.
El canoísta forjado en las Rías Baixas quiere ahora estirar su buen momento y pelear por subir al podio en la categoría VL3 200 metros en el Canal Sea Forest de la capital japonesa. Al palista de Rianxo (A Coruña) le motivan los retos, desde que era pequeño está acostumbrado a lidiar con montañas altas. El primer obstáculo lo sorteó con 12 años cuando fue arrollado por un camión mientras cruzaba por un paso de peatones. “Me dirigía a un entrenamiento de remo, que lo compaginaba con el equipo de fútbol de mi pueblo, cuando me atropelló. La rueda me pasó por encima de la pierna derecha”, relata.
Los médicos intentaron salvarla, pero las heridas eran muy graves y tuvieron que amputar por encima de la rodilla ya que corría el riesgo de que una infección le afectase al resto del cuerpo. “Lo llevé bien, sin amargura, no era consciente de lo que ocurría porque era un niño. Lo que me ayudó a superarlo rápido fue que mi familia y mis amigos siempre me dejaron vía libre para hacer las cosas por mis propios medios”, asegura. En el hospital empezó la hercúlea prueba que le cambió la vida. Durante ocho meses la silla de ruedas fue su compañera para desplazarse hasta que aprendió de nuevo a caminar, proceso en el que el deporte fue clave en su rehabilitación.
“Me quedé en los huesos, estaba muy débil, pero no me hundí, iba mañana y tarde al gimnasio para ganar masa muscular y volver a andar. Cuando ya me movía con la prótesis, retomé el fútbol, aunque esta vez solo jugaba de portero. Y un día, en 2013, mi primo me dijo que me apuntase a una escuela de verano de piragüismo. Fui un año al club de Rianxo, pero cerró por problemas económicos”, cuenta. Mosquera encontró una alternativa en el club de la localidad vecina de Boiro y allí, con una piragua sobre el mar de las Rías Baixas en ocasiones tranquilo y a veces embravecido, avivó su pasión por este deporte.
El técnico Luis Ourille le enseñó la técnica, lo moldeó y se convirtió en un pilar. “La alianza con mi entrenador es fantástica, la confianza mutua que tenemos es fundamental en mi rendimiento. Apenas teníamos información del paracanoe, solo sabíamos que Javier Reja estaba ganando medallas en mundiales”, explica. El bronce que ganó en la Copa de España de 2015 en Verducido (Pontevedra) le animó a tomárselo más en serio. Palada a palada fue progresando y metiéndose en finales en europeos y en mundiales.
El cambio de kayak a canoa
Para los Juegos de Río de Janeiro 2016 aún estaba muy verde y en su cabeza solo tenía Tokio 2020. Se puso manos a la obra, redobló esfuerzos y horas de entrenamientos, pero tras el Mundial de 2019 quedó anímicamente tocado y frustrado porque los resultados no acompañaban. “Era duro porque lo daba todo y la recompensa no llegaba, mi compañero Juan Antonio Valle me lo puso muy difícil en KL3 y logró la plaza para los Juegos Paralímpicos”, comenta. Aquello le empujó a cambiar de barco y, pese a ir a contrarreloj, conectó rápido con la canoa.
Le ayudó su perseverancia, tozudez, valentía y las horas visualizando vídeos de canoístas: “La clave de mi progresión está en que soy buen observador y un fanático del piragüismo. Me empapé viendo muchas regatas para analizar la técnica de los palistas, eso me facilitó la transición. Me fijé e intenté copiar los movimientos de Adrián Sieiro y de Sete Benavides, por el cual siento debilidad por cómo desliza la embarcación en el agua y por el tacto que tiene con la pala y la cadera”. Y el vuelco no pudo ser más radical, pasó de luchar por meterse en finales a conquistar la presea dorada en la Copa del Mundo de Szeged.
En el agua del canal magiar clavó con ímpetu y descaro la hoja de su pala para volar y alcanzar una de las tres últimas plazas disponibles en VL3 200 metros para los Juegos Paralímpicos. “Cuando crucé la línea de meta vi mi proa ligeramente por delante de la de los demás, pero tuve varios minutos de angustia porque no sabía en qué puesto había quedado. Confié en lo que habíamos entrenado y salió bien”, subraya. Y para completar la gesta se colgó el oro, su primera presea internacional. “Es una medalla que lleva mucho sacrificio y supone una liberación, la tenía entre ceja y ceja desde que empecé mi carrera, me quité una espinita”, añade el coruñés, que en junio ganó la plata en el Europeo de Poznan (Polonia).
“Si me lo hubieran dicho el año pasado no me lo habría creído”, dice. Sin tregua, en compañía de su entrenador y de los técnicos de la selección española pergeñó un plan de trabajo que tiene un objetivo: pelear por una medalla paralímpica. “Estar en unos Juegos es un sueño, los afronto con ilusión y sin presión. Los quiero vivir a tope y disfrutar la experiencia porque no sé si podré repetir alguna vez más en mi carrera. Las sensaciones son muy buenas, así que, ¿por qué no subir al podio?”, recalca.
Llega a la Bahía de Tokio henchido de fe y consciente de que puede hacerles frente a los favoritos. “Hay muchos palistas que estamos en los mismos segundos, pero tengo a rivales que me sacan ventaja en cuanto a musculatura. La fuerza te permite rascar décimas y en ese aspecto, a pesar de que he ganado peso, puedo salir perjudicado si hay viento. Lo contrarresto con la excelencia de la técnica, con la forma de deslizar la canoa. Si cumplo con mi estrategia, una salida explosiva y mantener un ritmo alto, sé que puedo estar en el podio. Soy ambicioso y si no fuese a por la medalla me quedaba en casa, quiero ganar”, apostilla Adrián Mosquera.