Tras superar varias lesiones que le hicieron pensar en la retirada, el nadador español regresó en el Europeo de Dublín con dos oros y dos platas.
Jesús Ortiz / dxtadaptado.com
El culmen de su carrera llegó en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro, donde Israel Oliver se colgó dos oros. Sin embargo, la falta de un club para entrenar y una grave lesión de hombro le empujaron hacia una espiral negativa, llegando incluso a plantearse la retirada. Pero sus cenizas se difuminaron en la piscina de Dublín para volver a resurgir con más fuerza e ilusión tras conquistar en el Europeo dos oros (100 mariposa y 200 estilos) y dos platas (100 braza y relevo mixto).
En la capital irlandesa demostró su talento después de casi dos años sin competir. «Las marcas han sido bastante buenas, aunque pueden mejorarse. El resultado ha sido muy grato, he cumplido con los objetivos marcados, pero sé que puedo ofrecer un rendimiento mayor porque no he podido competir al 100% por los problemas físicos que vengo arrastrando», asegura el canario. No ha sido un camino sencillo, ya que ha tenido que superar un calvario de lesiones que le llevó a un estado anímico complicado.
«Venía de ser campeón paralímpico y me costó encontrar un club para entrenar en las condiciones que necesitaba, me sentí rechazado. Poco después tuve un edema en la cabeza del humero del brazo derecho y me surgieron problemas de espalda, que me tuvieron mucho tiempo parado y no pude ir al Mundial de México. Engordé 12 kilos, fue un desastre. No podía salir del agujero en el que me había metido sin darme cuenta, no avanzaba y pensé en dejar la natación», confiesa.
Los entrenadores Darío Carrera, Paco Ocete y Carlos Salvador acudieron a su rescate y lo reclutaron para su grupo de entrenamientos en el CAR de Madrid. «El Club de Natación Metropole se puso en contacto conmigo y empezó a ayudarme. El pesimismo me marcó bastante, pero tuve la suerte de encontrar un nuevo cuerpo técnico, que además de volver a ponerme en forma, me ha apoyado a nivel piscológico y me ha devuelto la ilusión por competir. Ellos me han sacado del pozo», recalca.
Ciego por accidente
Israel Oliver sabe lo que es superar obstáculos desde pequeño. El canario no es ciego de nacimiento, sino por una serie de accidentes y ha tenido que ir adaptándose a una pérdida de visión progresiva. «Tuve mala suerte. Con cinco años me caí por las escaleras de mi bloque porque el perro de un vecino me empujó y a causa del traumatismo tuve un desprendimiento de retina en el ojo derecho», relata.
A los nueve años se golpeó el otro ojo cuando jugaba al fútbol. «Me operaron pero con el paso del tiempo, la poca visión que conservé fue desapareciendo y ahora soy ciego total, percibo algo de luz y formas, aunque no lo suficiente como para llevar una vida independiente sin mi perra guía Pinka, que se ha jubilado hace poco, o sin el bastón», explica.
La natación fue clave para superar la ceguera y desde niño ya chapoteaba gracias a que su madre, entrenadora, le inculcó la pasión por la piscina, en la que su única orientación son las corcheras. «La mayoría de los nadadores ciegos estamos llenos de cortes porque no podemos evitar rozarnos con ellas, por eso trabajamos mucho la rectitud del cuerpo durante el nado. Y en los virajes tenemos a dos técnicos, uno a cada lado, que nos avisan dándonos un toque en la cabeza con un palo que lleva un corcho en el extremo», explica.
Oliver destacó siendo muy joven y acudió con 16 años a sus primeros Juegos Paralímpicos, en Atenas 2004, donde logró una plata y un bronce. Pero en Pekín 2008 y Londres 2012 no pudo subir al podio. Fue en Río de Janeiro 2016 donde se consagró con dos oros en 200 estilos y 100 mariposa. Cargado de confianza, trabajo y tesón, confía en repetir esos resultados.
«Hay que pasar antes por el Mundial de Malasia, donde habrá que dar el máximo para conseguir el billete. Serán dos años intensos, estoy luchando para volver a escuchar el himno de España en lo más alto del podio en unos Juegos. Espero que en Tokio 2020 vuelva a suceder lo de Río, fue un caramelo muy dulce que a todo deportista le gusta saborear», apostilla un campeón que vuelve a sonreír.