En el gimnasio, el silencio pesa más que los discos de acero. Loida Zabala coloca las manos sobre la barra y respira hondo. Levanta su historia, su cuerpo y su destino. Hace dos años recibió el golpe más duro. El 28 de octubre de 2023 le diagnosticaron un cáncer de pulmón en estadio IV. Las metástasis habían llegado al cerebro, al hígado y al riñón. Pero, como en tantas otras ocasiones, no se rindió. Supo reconstruirse.
“Esto es una contrarreloj. Tengo que aprovechar las oportunidades y saborear los momentos. Cada día es especial porque sigo viva”, habla sin dramatismo, con una serenidad que desarma. Su enfermedad, asegura, se encuentra estable gracias a la medicación: “Hoy en día está funcionando. Estadísticamente dura dos o tres años, hasta que el cáncer mute. Luego habrá otra medicación. Se trata de alargar un poco más la vida”.
Testamento vital
A Loida no le interesa contar los días, sino sentirlos. Cada amanecer lo celebra como una victoria: “Cuando tienes una fecha de caducidad corta, valoras más las cosas”. En su voz no hay miedo, sino aceptación y claridad. Hace unos meses dejó escrito su testamento vital. Si llega el momento, no quiere prolongar la vida artificialmente. Acepta la eutanasia, la libertad de irse cuando el dolor sea más fuerte que la fuerza.
“Los órganos serán donados a personas vivas que lo puedan necesitar. En segundo plano, los órganos y el cuerpo irían a investigación directamente para que puedan estudiar sobre la discapacidad y el cáncer. Para mí es natural hablar de ello”, asegura.
Pero no para todos. Su madre, su pareja y su hermano aún no pueden digerir lo que ella ya asumió: “Ellos no aceptan que mi final esté próximo. Para ellos es un tema tabú. Me gustaría que acepten la situación como lo hago yo, eso ayuda a apreciar el día a día. Pero respeto el espacio que necesitan. Lo importante es que aprendan a disfrutar conmigo, ahora”.
Loida habla y se ilumina. Su cuerpo, marcado por la lucha, sigue siendo un templo de fortaleza. No levanta solo pesas, también conciencia, esperanza, amor. “Vivir es eso, saber que un día no estarás y aun así seguir respirando con ganas”, recalca.
El deporte, un refugio
El deporte ha sido siempre su refugio, su forma de rebelarse contra lo que parecía inamovible. La extremeña no recuerda una vida sin desafíos, pero tampoco una sin respuesta ante ellos. A los once años, cuando el mundo apenas empieza a tomar forma en la cabeza de una niña, el suyo dio un giro irreversible: una mielitis transversa le paralizó las piernas.
En vez de hundirse, abrió los ojos a un nuevo prisma de la existencia. La silla de ruedas no fue una condena, sino el punto de partida. Se aferró a las pesas como quien se agarra a la orilla para no dejarse tragar por el oleaje. Entre discos metálicos y barras frías, encontró el orden en el caos. La halterofilia le dio no solo una carrera, sino un lenguaje con el que narrar su resistencia.
También la salvó en 2012, cuando el maltrato de una expareja dejó heridas más profundas que cualquier lesión física. Volvió al gimnasio con el alma rota, y cada levantamiento fue una forma de recomponerse. El patrón se repite. El cáncer, como aquel diagnóstico infantil, llegó sin avisar y sin piedad. Pero ella, otra vez, se abrazó a la resiliencia, al esfuerzo, a la constancia.

Quintos Juegos Paralímpicos
Se fijó una meta: los Juegos Paralímpicos de París 2024. Un faro que alumbrara los días más oscuros del tratamiento, las visitas al hospital, incluso una intoxicación alimentaria que amenazó con dejarla fuera. Pero no. Llegó y entró en el Arena Porte de la Chapelle con el cuerpo castigado, pero con el alma encendida.
No fue fácil. Por los efectos de los corticoides, había ganado once kilos. Hubo que sudarlos para poder competir en su categoría de -50 kilos. Dos días enteros de sauna, de toallas calientes envolviendo el cuerpo. Por las noches, deshidratada, se despertaba, pero no podía beber ni un sorbo de agua. En la última sesión, ya ni sudaba. En el pesaje dio el peso, estaba para competir.
Lo que ocurrió después fue, para ella, un punto de inflexión. Era la quinta vez para ella en unos Juegos. Los más especiales. Por primera vez en su carrera logró tres levantamientos válidos en un campeonato internacional. El segundo intento casi la vence, el cuerpo titubeaba. Pero pidió subir a 75 kilos en el tercer intento. Los levantó, y lloró. No por la marca, sino por lo que representaba.
Nueva categoría y otro récord
El regreso a casa no fue un descanso, sino otra transformación. Subió de categoría. Ahora compite en -67 kilos. Y en esa nueva división, volvió a sorprender al romper el récord de España con un levantamiento de 102 kilos. “Mi alimentación ahora es más alta en proteínas, los músculos han aumentado y estoy más fuerte ahora que antes del diagnóstico del cáncer. Levanto 105 kilos”, dice sin alardes, solo con la convicción de quien no negocia con el abandono.
Llega otro reto, el Mundial de El Cairo. El 15 de octubre, Loida volverá a ponerse bajo la barra. Va motivada, ilusionada, fuerte. Aunque con otro susto más. Hace solo unos días tuvo que acudir a urgencias: ataques epilépticos por los efectos secundarios de la medicación. Los médicos le sugirieron descanso, pero ella, testaruda y lúcida a partes iguales, zanjó la conversación con una sonrisa firme: “Nada de ingreso. Me espera un viaje a Egipto”.
El Cairo es la prolongación de esa lucha interior que lleva años sosteniendo. “Estoy en una nueva categoría, no sé qué posición alcanzaré. Quiero hacer tres movimientos válidos, eso me aseguraría un buen resultado en la suma de todos los kilos. Y me haría mucha ilusión si hago el récord de España”, admite con serenidad.
Sobre el press de banca ha edificado mucho más que una carrera deportiva. Veinte veces campeona de España, oro en los Open de Rabat y Tesalónica, campeona de Europa en Tiflis en 2022, medallas en Copas del Mundo, y cinco Juegos Paralímpicos en su haber, con cuatro diplomas.
Una alarma: ‘Sigues viva’
Después de Egipto, el futuro no se detiene. Su próxima meta es el Europeo de 2026: “Quiero volver a ser campeona continental”. Lo dice sabiendo la batalla que se libra en sus células. Su oncóloga, Maru Olmedo, ya tiene preparado el siguiente tratamiento para cuando el actual deje de hacer efecto.
Loida guarda en su móvil una de esas metáforas que resumen una vida entera. En su calendario, programó una alarma en un día del año 2028. “No recuerdo la fecha exacta. Según las estadísticas, ese día ya no debería estar viva”, afirma. La alarma lleva por título dos palabras: “Sigues viva”.
Su propósito es que la notificación la sorprenda. Que un día, entre entrenamientos y viajes, suene de pronto, vibrando en la palma de su mano. Que entonces sonría, levante la cabeza, y piense que lo ha logrado. “Quiero que me pille por sorpresa. Que ese día llegue y yo siga aquí. Y celebrarlo por todo lo alto. Eso querrá decir también que he competido en los Juegos de Los Ángeles 2028”.




