Sergio Ibáñez, con mentalidad dorada hacia París

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En 2021 se doctoró en el Nippon Budokan, la cuna del judo, con una plata paralímpica. Tokio se ha convertido en el segundo hogar de Sergio Ibáñez, ciudad en la que ha vivido unos cuatro meses durante los últimos tres años. “Allí recargo pilas y subo el nivel. Mi padre dice que me saque la doble nacionalidad”, bromea. En la capital japonesa consiguió hace tres veranos la muesca más valiosa de su palmarés. Después se vio obligado a cambiar de categoría, le costó subir de peso (-73 kilos), pero se asentó entre los mejores. Bajo la dirección de Javier Delgado y de Alfonso de Diego se ha cocinado un nuevo judoca. Sereno, con cabeza fría, más grande y fuerte, pero con la misma mentalidad. Y sus pensamientos siguen siendo dorados. Para París 2024 no firma otro resultado que no sea el oro, el metal que le arrebataron en su debut en unos Juegos.

El zaragozano perdió en una polémica final ante el uzbeko Uchkun Kuranbaev. “El árbitro nos dio el punto definitivo mientras que el juez de mesa se lo dio a mi rival y prevaleció el del último. En ese momento me enfadé, te quedas con mal sabor de boca, pero con el tiempo valoras más la plata, que la tengo en casa de mis padres y siempre me gusta verla cuando los visito. Ya no le doy vueltas al combate porque no soluciona nada, pero pienso que debí salir campeón. Ahora tengo otra oportunidad de ir a por el oro”, recalca. En Japón materializó un sueño que perseguía desde los ocho años cuando se enfundó el judogi. Descubrió su deporte a través de una carta que le envió la ONCE.

El aragonés nació con una discapacidad visual del 79% que le afecta al nervio óptico. Tiene distrofia de conos. “No realizan bien su función y eso me provoca fobia a la luz natural. Cuanto más tenue es, más cómodo estoy. No distingo colores y no veo bien de lejos. Llevo gafas con lentes naranjas o lentillas del mismo color porque reducen la exposición de la luz”, explica. Era tan tímido que le costaba sociabilizar con los demás niños en las calles de su pueblo, Alagón (Zaragoza). En el colegio sí le gustaba jugar al fútbol, aunque pudo practicarlo poco. “Solo corría hacia arriba y abajo porque no veía la pelota y el sol me lo ponía muy difícil”, recuerda entre risas.

Sergio Ibáñez tumba a un rival durante un combate esta temporada. Foto: IJF

Probó en natación durante un par de años, pero el agua no era un medio en el que se encontrase cómodo. Dejó el bañador cuando le propusieron acudir a un tatami. Sergio sintió un flechazo, aunque le costó al principio por su carácter reservado. “Era muy vergonzoso y tenía problemas para relacionarme con la gente, me daba miedo y me negué a ir. La insistencia de mis padres fue clave para superar esa barrera mental. Por suerte, no fallaron, el judo es mi vida, me hizo ganar confianza y me ha inculcado muchos valores que me ayudan en el día a día”, confiesa Ibáñez.

En el Club Judo Zaragoza empezó a cocerse ‘El Fideo’, apodo que le pusieron por su complexión espigada y delgada. Esa cándida timidez mutaba cuando pisaba el tatami, donde sacaba su carácter guerrero y osadía, que le ayudaron a convertirse en uno de los mejores judocas del mundo. Apenas era un bisoño cuando estrenó sus vitrinas con una plata en el Europeo de Birmingham (Inglaterra) en 2017. Al año siguiente sumó una plata en la Copa del Mundo de Antalya (Turquía) y dos bronces en los torneos de Heidelberg (Alemania) y Beziers (Francia). Y en 2019 firmó un gran curso con un bronce en el Europeo de Genoa (Italia) y el subcampeonato del mundo en Fort Wayne (EE.UU.). Ambos logros en -66 kilos, categoría a la que subió porque la de -60 kilos se le quedaba corta por sus condiciones físicas, pasaba un calvario para ganarle la batalla a la báscula, se fatigaba y se deshidrataba muy rápido.

Pese al arriesgado cambio, consiguió clasificarse para los Juegos de Tokio, donde se colgó la plata. Y tras alcanzar la gloria paralímpica, otra vez tuvo que cambiar de peso ya que el suyo no entró en el programa para París 2024. “Fue un choque difícil, estaba aún acomodándome y tenía que subir a -73 kilos, que es la categoría reina, la más dura porque se juntan deportistas de 66 y 81 kilos. Había que analizar a otros rivales y ampliar el repertorio de técnicas para enfrentarme a ellos. No tiré la toalla, lo afronté como un desafío más en mi carrera”, asegura. No mermó ni un ápice su ambición, se armó de ilusiones y de una preparación más espartana sobre la que construir un nuevo futuro.

Sergio Ibáñez con la medalla de plata en los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Foto: Jaime de Diego / CPE

“Antes bebía mucha agua para dar el peso, ahora en los días previos tengo que comer más y eso supuso un cambio de mentalidad que no es sencillo. Tienes que aumentar las calorías, hacer unas ingestas grandes y machacarte en el gimnasio para ganar masa muscular. He ido dando con la tecla para mejorar el nivel, pero ha costado”, confiesa el aragonés, cuyo físico nada tiene que ver con aquel ‘Fideo’ de sus inicios: “Con más músculos, pero sigo siendo el mismo -ríe-”. Lo ha logrado, como siempre, a base de trabajo, ayudado por sus compañeros de entrenamiento en el CAR de Madrid y en el AJM Judo Móstoles, club que dirige Javier Delgado, su entrenador y el hombro donde apoyarse cuando las cosas no pintan bien.

“He tenido la suerte de rodearme de los mejores técnicos, he estado en manos de Jorge Barreto, Jesús Laviña, Javier Rivero, Pablo Lambea, Raúl Clemente y ahora con Alfonso de Diego y Javi, que me ha inculcado esa lucha y garra que hace que un combate igualado se declive a mi favor”, comenta. Se estrenó en -73 kilos con un bronce en el Egyptian Pyramids International y un oro en la Copa de España absoluta frente a videntes en 2022. Luego estuvo una etapa en la que no llegaban las medallas, hasta que rompió la sequía en el Europeo de Rotterdam (Países Bajos) en 2023 con un bronce que supuso un punto de inflexión. Después llegaron dos platas en los Grand Prix de Bakú (Azerbaiyán) y Antalya (Turquía) con las que amarró la plaza para París.

“Siempre tuve fe en el trabajo. Este ciclo ha sido bastante más difícil que el anterior, me lo he tenido que currar porque en el deporte nadie te regala nada”, subraya. Esta temporada ha perfeccionado su técnica, está con más confianza, ha mejorado en los duelos en el suelo y se ha convertido en un judoca que combina disciplina, talento y compromiso. “No tengo una cualidad que destaque por encima del resto, no soy ni el más rápido ni el más habilidoso, pero soy explosivo, me van mejor los combates largos y me siento fuerte cuando tengo controlado el agarre”, detalla.

A París acude “como si fuesen los primeros Juegos” y le hace especial ilusión compartirlos con sus padres, “será una fuerza extra tenerlos en la grada”. Sus ojos rezuman hambre, no se conforma con subir al podio, quiere la anhelada presea dorada: “No será fácil, estamos muy igualados, a todos les he ganado y con todos he perdido en alguna ocasión, así que cualquiera opta a las medallas. Hay que darlo todo, no hay margen de error, un fallo te condena y te manda para casa. No firmo ni la plata ni el bronce, si lo hago, mi entrenador me deshereda -ríe-. Voy a por el oro, luego la competición me pondrá en mi lugar, pero quiero estar en lo más alto en los Juegos”.

Sergio Ibáñez luchará por las medallas en París, sus segundos Juegos Paralímpicos. Foto: IJF

SERGIO IBÁÑEZ

Sergio Ibáñez Bañón (Zaragoza, 1999). Judo. Plata en Tokio 2020. Subcampeón del mundo, tiene una plata y dos bronces en europeos, así como varias medallas en Copa del Mundo y Grand Prix. En París disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.

1.- Defínase con tres adjetivos.

Trabajador, sincero y valiente.

2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?

Mi chándal del Club AJM Judo Móstoles y un cuaderno con apuntes sobre el trabajo que hago con psicóloga Alba Navarro.

3.- ¿Tiene algún talento oculto?

Me gustaría decir alguno, pero solo tengo talento para el judo -ríe-.

4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?

Tener más fuerza.

5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?

Al mar, me da pánico meterme en el agua.

6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?

El chocolate.

7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?

A la montaña.

8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?

A mi chica y un kit salvavidas -ríe-.

9.- ¿En qué animal se reencarnaría?

En un perro.

10.- Una canción y un libro o película.

‘Pájaros de barro’, de Manolo García. Libro, ‘Todo se puede entrenar’, de Toni Nadal. Y película, ‘Intocable’.

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