Xavi Porras, dos décadas de altos vuelos sobre la arena

El atleta gerundense, bronce en Pekín 2008 y con una veintena de medallas mundiales y europeas, afronta en Tokio sus últimos Juegos Paralímpicos. Tiene opciones de subir al podio en salto de longitud.

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Xavi Porras durante un concurso de salto de longitud. Fuente: CPE

En 16 firmes y raudas zancadas recorre los 32 metros del pasillo antes de ajustar la batida a la tabla, despegar, pedalear en el aire y aterrizar con sutileza en la sábana de arena húmeda. Xavi Porras lleva más de dos décadas repitiendo el mismo ritual en el foso, sobre el que ha construido una trayectoria plagada de éxitos. Eligió el atletismo influenciado por las proezas de Carl Lewis en Barcelona’92, poco después de que la ceguera cambiara su rumbo en mitad de la adolescencia. A sus 40 años está ante sus últimos vuelos, pero aún le queda gasolina para dar guerra. En Tokio, sus quintos Juegos Paralímpicos, sueña con la medalla que le falta en salto de longitud.

De pequeño dio sus primeros brincos en el cemento del patio del colegio Sant Roc de Olot (Girona), aunque a él lo que le fascinaba era el contacto con un balón de fútbol, su pasión. Hizo goles hasta que se agudizó la retinosis pigmentaria, enfermedad degenerativa que padecía desde su nacimiento. “Cuando apenas tenía un año mis padres detectaron que algo no iba bien, me tiraban juguetes mientras estaba en el suelo y algunos los cogía y otros no. Todos los oftalmólogos coincidieron en el mismo diagnóstico. Con los años se ha ido desarrollando, no veía bien, pero me las apañaba como podía. Además del fútbol, me encantaba ir en bicicleta y en monopatín”, cuenta.

Con 16 años perdió gran parte de visión y tuvo que reinventarse. Dejó su casa y se marchó al Centro de Recursos Educativos Joan Amades de la ONCE en Barcelona, donde aprendería braille y otras herramientas de apoyo informático. Ahí empezó a alimentar su romance con el atletismo. Le ofrecieron practicar varios deportes, pero el gerundense lo tenía claro. “Había fútbol para ciegos y no me pareció atractivo. Quería hacer atletismo, tenía muy presente los Juegos de Barcelona’92 cuando con 11 años me sentaba delante de la televisión para ver correr y saltar a Carl Lewis. Hay dos imágenes suyas que tengo grabadas en la retina y que me impactaron: su empuje y potencia en la salida de tacos y cómo era capaz de botar y caminar en el aire”, dice justificando su elección.

El deporte le cambió la vida, aunque también atravesó por momentos difíciles. “Cualquier persona a la que le sobreviene una discapacidad tiene que pasar un duelo, es jodido, se pasa mal y hay bajones, pero mi suerte fue contar con el apoyo de mi familia y de mis amigos. Una vez que eres consciente de la situación tienes dos opciones: hundirte más en el pozo o mirar hacia arriba e intentar escalar. Decidí darle la mano a la ceguera y tirar para adelante. Y el atletismo me ayudó a aceptar mi discapacidad y a superarla, además de aportarme numerosos valores como el sacrificio, el esfuerzo y la constancia”, explica.

Apenas llevaba unos meses corriendo los 100 metros lisos y en 1999 debutó con un cuarto puesto en el Europeo de Lisboa. Desde entonces, Porras ha coleccionado dos oros, tres platas y tres bronces en mundiales y dos oros, cuatro platas y cinco bronces en campeonatos continentales. Medallas que ha compartido con sus guías (Sergio Segón, Antonio Delgado, Raúl Sabaté y Enric Martín) y con Miguel Ángel Torralba, su mentor y la voz que le ha guiado en cada vuelo. “Al principio solo hacía pruebas de velocidad, pero le propuse hacer longitud y triple salto. Él no estaba muy convencido, pero cedió y el tiempo me dio la razón. A mi entrenador se lo debo todo, solo salto si Miguel es el que está en la tabla de batida pegándome voces. La confianza que tenemos es ciega, nunca mejor dicho”, dice entre risas.

Tampoco se entendería sus logros sin la figura de Enric Martín, sus ojos en la pista. “Es el guía que más me ha durado, llevamos más de una década juntos, hay química y es un gran amigo, alguien indispensable en la preparación de la velocidad para afrontar cada salto. Hace un trabajo en la sombra brutal, sin su ayuda no habría ganado tantas medallas”, asevera. De su palmarés, el deportista catalán destaca dos episodios: “El bronce en los 100 metros lisos en el Europeo de Rodas (Grecia) 2009, bajé de 12 segundos. Y el oro en triple salto en el Mundial de Assen (Holanda) 2006, gané con épica tras superar en el último intento al chino Duan Li, que era el campeón paralímpico”.

Pero la joya que más brilla en sus vitrinas es la presea de bronce que conquistó en los Juegos de Pekín 2008. “Venía de pagar la novatada en Atenas 2004, donde fui noveno. En China me salió un buen concurso y alcancé el podio en triple. Luego tuve algunos momentos agridulces, en Londres 2012, en la final del relevo 4×100 se nos cayó el testigo y perdimos la medalla, eso me afectó mentalmente y tanto en longitud como en triple salto acabé quinto. En Río de Janeiro 2016 tuve molestias que me impidieron rendir al máximo, fui sexto, una pena porque estaba para hacer algo más”, resume.

Más de 20 años después de aquel flechazo con el foso de arena, el metódico, inquieto y ejemplar atleta surcará el aire en sus quintos Juegos Paralímpicos, a los que llega tras haber estirado un año más su trayectoria. “Tenía pensado dejar la alta competición en 2020, pero la pandemia de coronavirus me hizo seguir porque estoy ilusionado y me lo paso bien. La pena es que no se permite la entrada de público extranjero y mis hijos, Egara y Marc, no podrán estar en las gradas, una de mis principales motivaciones era que me pudiesen acompañar. Espero que puedan verme a través de la pequeña pantalla y que se sientan orgullosos de su padre”, recalca.

Sus piernas fibrosas y voladoras están listas para esos últimos despegues. Pese a que su carrera se acerca al final, Porras mantiene un nivel elevado. De hecho, este año alcanzó su segunda mejor marca personal de siempre, 6.36 metros. “Físicamente me encuentro mejor que con 25 años, las lesiones me han respetado, conozco más a mi cuerpo y he cuidado cada detalle de la alimentación. Soy consciente de que con 40 años no voy a mejorar ni haré un récord, pero he demostrado que puedo estar en la pomada con los mejores”, afirma.

No renuncia a nada, sueña con ese metal que le falta en longitud, aunque él solo piensa en saborear cada zancada y cada salto en Tokio. “Quiero disfrutar al máximo junto a Miguel y a Enric. Está claro que me gustaría llevarme una medalla, si estoy entre 6.30 y 6.40 metros, que es mi tope, puedo hacer sonar la flauta. Hay rivales de mucha calidad y será complicado, pero lo voy a dar todo. Despedirme de los Juegos Paralímpicos con una medalla sería el broche perfecto, pero lo importante es que cuando regrese a casa esté satisfecho con mi entrega y con el trabajo realizado”, remata.

TEST TOKIO 2020. Conociendo a Xavi Porras

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