Marta Arce, orgullo, actitud y amor irrompible en el tatami

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El Nippon Budokan de Tokio se presentaba como el escenario ideal para el adiós de Marta Arce a la alta competición. Tras rozar las medallas en los Juegos de 2020, anunció que ponía fin a su egregia carrera sobre el tatami. Pero no fue más que otro amago de despedida, un hasta luego. Competir está en su ADN y es tan fuerte e irrompible el amor que siente por el judo y por los valores que lo envuelven, que no guardó el kimono y volvió a imbuirse de actitud, valentía, confianza y fortaleza para llegar hasta París, su quinta cita paralímpica. Allí será la abanderada española en la ceremonia inaugural y ampliará su leyenda, con 47 años, herida en su orgullo, desafiando al tiempo, a las lesiones y a aquellos que miran más el carnet de identidad que el rendimiento.

“El judo es mi vida, nunca voy a separarme de él, es mi llave de la felicidad. Me han retirado muchas veces, pero aquí sigo, dando guerra. Y me duele que haya gente que me juzgue como si fuese una caradura que gana medallas solo por echar un par de ‘combatitos’, menospreciando mi trayectoria y también a mi deporte. Nadie me ha regalado nada. El mundo paralímpico representa los sueños imposibles, la lucha por lo difícil, pero últimamente se han vuelto resultadistas. Y ha habido momentos en los que he llegado a dudar de mis fuerzas, me hicieron saber que no era una verdadera opción de medalla”, lamenta.

Su talento, tenacidad y porfía no cumple años ni caduca, la judoca vallisoletana es infatigable y siente que todavía almacena energía para rendir en la élite. “La edad no es un hándicap, aunque algunos se empeñen en decir lo contrario. Igual no tengo el físico de una jovencita, pero mentalmente estoy más fuerte, soy una versión mejorada de la Marta que ganó tres medallas paralímpicas. Estoy disfrutando mucho de esta segunda oportunidad”, expresa. A pesar de los obstáculos y los retos con los que ha tenido que lidiar, nunca claudicó, siempre confió en sus posibilidades. El judo le ha enseñado a levantarse con más brío y garra después de cada caída.

Marta Arce será, junto a Álvaro Valera, la abanderada española en los Juegos de París. Foto: CPE

Esta arte marcial le abrió las puertas hacia una nueva vida cuando tenía 19 años y estudiaba Fisioterapia. Nació con albinismo óculo-cutáneo, falta de pigmentación en piel, pelo y ojos, fotofobia elevada y una visión por debajo del 10%: “Lo que una persona ve bien a 100 metros, yo lo veo a 10, pero sin nitidez. Mi mundo es pixelado y brumoso”. Creció a rebufo de su hermana mayor, Cristina, también albina. Su alegría y autoestima fueron disminuyendo cuando entró en la adolescencia, una etapa triste y dura para ella. “En la infancia vivía en la inopia, pero con los años empiezas a ser consciente de lo que te rodea. Fue duro porque no se hablaba de inclusión ni tampoco la accesibilidad se entendía como una necesidad a cubrir. No levanté cabeza, estaba abocada al desastre académico y social”, recalca.

En el colegio lo pasó mal y el deporte era inasequible. “Era supervivencia total, no tenía ningún tipo de adaptación en clase. Y los días de Educación Física me resultaban hostiles, me dejaban sentada en un banco y cuando participaba, me llevaba golpes al no ver la pelota o parecía una figura apartada del resto de compañeros. Esa falta de actividad me propició un retraso psicomotriz que todavía arrastro”, dice. Todo cambió cuando en 1997 pisó su primer tatami, en el Club Chamartín, donde se sintió tan integrada que sus miedos se esfumaron. “Me encantó. Siempre pensé que era vaga, pero no, me di cuenta de que tenía una gran capacidad de trabajo y de que era súper competitiva. El judo me salvó la vida”, agrega.

No tardó en explotar sus virtudes, ya que apenas llevaba unos meses entrenando cuando ejecutó sus primeros ‘ippones’ en competición. Recién estrenaba el cinturón amarillo y se plantó en Citá di Castello (Italia) para colgarse un oro continental. “Fue una victoria caída del cielo. Le gané a la alemana Ramona Brussig, a la que todavía tengo como rival, y nunca volví a vencerle”, comenta. Al año siguiente se colgó un bronce en el Mundial celebrado en Madrid y desde entonces no ha parado de coleccionar preseas: un oro y tres platas mundiales, un oro, cuatro platas y un bronce en europeos, así como numerosos metales en pruebas internacionales.

En las vitrinas en su casa de Hoyo de Manzanares (Madrid) relucen las tres que ha conseguido en Juegos Paralímpicos. Se estrenó en Atenas 2004 con una plata, la primera para el judo femenino español. “Iba temblando a cada combate, pero aquel logro fue una inyección de pundonor, me hizo sentir que era capaz de alcanzar lo que me propusiera”, asegura. En Pekín 2008 subió de nuevo al segundo escalón del podio, aunque esta vez con un sabor amargo: “Me dejó un cabreo enorme porque estaba fuerte y a un gran nivel en cuanto a técnica, por eso me sentó muy mal perder la final”. Y en Londres 2012, con su hijo Kenji en las gradas, ganó un bronce que le supo a oro. Tras ello decidió tomarse un descanso y ser madre de dos niños más, Issei y Yumi.

La judoca vallisoletana junto a sus hijos Kenji, Issei y Yumi en el tatami.

Se alejó del tatami durante casi cinco años, pero la falta de referentes femeninos en España y el hecho de que los Juegos de 2020 se disputaban en Tokio, la cuna del judo, fueron las palancas que le impulsaron a volver. En su reestreno se proclamó subcampeona de Europa en Birmingham en 2017. Después sufrió dos lesiones, una fractura de muñeca y la rotura del cruzado anterior de la rodilla izquierda. Llegar hasta la capital japonesa fue una odisea ya que no solo tuvo que soportar lesiones, sino también compatibilizar el deporte con su trabajo como fisioterapeuta y el cuidado de sus hijos. “Nada me iba a frenar, aunque tuviese que ir arrastrándome. Me quedé a las puertas de las medallas, pero ser quinta fue un buen resultado”, apunta.

En Tokio comunicó su despedida, pero una serie de circunstancias le hizo recapacitar y enfocar sus objetivos en París 2024. “Me quedé en este ciclo por la entrada de Marina Fernández como seleccionadora nacional, que tiene una paciencia infinita conmigo, y por la aparición de María Manzanero, una judoca con gran futuro a la que intento ayudar.  También porque me dijeron que ir a los Juegos era muy difícil y eso me tocó la moral. Cuando me dicen que no puedo hacer algo saco mi rebeldía y les demuestro que se equivocan”, añade la vallisoletana, una aguerrida deportista cuyo arrojo y perseverancia cubren sus flaquezas.

En estos últimos años ha seguido instalada entre las mejores del ranking mundial, ganando un bronce en el Europeo de Rotterdam y tres medallas en pruebas de Grand Prix, plata en Almada (Portugal) y bronces en Heidelberg (Alemania), en Antalya (Turquía) y en Tiblisi (Georgia). Todo ello, a pesar de que tuvo que cambiar de categoría porque -63 kilos desapareció del programa paralímpico y ahora está en -57 kilos. “Me costó al principio porque tenía una dieta súper estricta y que me prohíban algo es una provocación -ríe-. Hice tanto ejercicio aeróbico para bajar de peso que en las competiciones tengo más fondo que las jóvenes, me beneficia cuando los combates se alargan. No tengo la fuerza de las veinteañeras, pero lo suplo con veteranía, astucia y con cabeza. No soy nada pasiva, soy impulsiva y si veo un hueco me lanzo a por él. Me siento mejor a pesar de mi edad. A la vejez, viruelas”, bromea.

Afronta sus quintos Juegos con mucha ilusión, es la recompensa a su persistencia y desempeño. Y lo hace como abanderada española, junto a Álvaro Valera, en el desfile inaugural: “Es una alegría muy grande, no me lo esperaba, sobre todo, porque en este ciclo a veces me he sentido sola, sin respaldo. Me hace mucha ilusión, es un honor llevar la bandera en el evento más importante. Me da alas y el empujón definitivo para luchar por una medalla”.

“Quiero disfrutarlos con el equipo y con la familia, saber que mi marido y mis hijos estarán en las gradas viéndome será una experiencia única. Compramos las entradas con seguro de cancelación por si no me clasificaba, pero confiaba en mí”, explica. En el tatami de Campo de Marte espera ejecutar el O-soto-makikomi, la técnica que mejor se le da, y subir al podio. “Si tengo suerte con el sorteo, habrá opciones de hacer algo grande. Siento que puedo meterme en la final, soy mega optimista, de lo contrario, me habría retirado. Voy a por una medalla, sería el broche perfecto. Eso sí, ya no digo que serán los últimos Juegos porque nunca se sabe”, apostilla con una sonrisa Marta Arce, cuyo amor por el judo no se puede extinguir, es el latido de su corazón.

Medallista en Atenas 2004, Pekín 2008 y Londres 2012, en París disputará sus quintos Juegos. Foto: IJF

MARTA ARCE

Marta Arce Payno (Valladolid, 1977). Judo. Plata en Atenas 2004, plata en Pekín 2008 y bronce en Londres 2012. Cuenta con una treintena de medallas internacionales. En París disputa sus quintos Juegos Paralímpicos.

1.- Defínase con tres adjetivos.

Perseverante, divertida y constante.

2.- ¿Qué cosa no puede faltar en la maleta?

Chocolate.

3.- ¿Tiene algún talento oculto?

Hacer ganchillos -ríe-. Ya he hecho dos mantas.

4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?

Teletransportarme.

5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?

A volar, me pongo malísima en los aviones.

6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?

Al chocolate -ríe-.

7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?

Desconecto en el tatami y en el rocódromo, ya que también estoy haciendo escalada.

8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?

Música, a mis hijos y a mi marido.

9.- ¿En qué animal se reencarnaría?

En un elefante.

10.- Una canción y un libro o película.

‘Todo un hombre haré de ti’, de la película Mulan. Libro, cualquiera de ‘Harry Potter’. Y película, ‘La princesa prometida’.

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