La rasmia y la fe inquebrantable de Teresa Perales

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Desde hace un par de años, cada mañana su móvil vibra y la pantalla se ilumina cuando le llega la notificación diaria con la cuenta atrás para el inicio de los Juegos Paralímpicos de París. La perpetua sonrisa de Teresa Perales luce feliz en su rostro tostado y es imposible que no contagie, ya sea en el agua, en tierra firme o en el podio. Son casi tres décadas bañada en medallas, así que de mentalidad fuerte puede dar más lecciones que de brazadas. A su arsenal en la piscina ha añadido grandes dosis de orgullo y rasmia, sentimientos intangibles que le hacen dar el máximo a pesar de que sean varias las voces que se han propuesto retirarla ya. No se rinde, nadie tiene más fe. Aunque la empresa con la que lidiaba era complicada, luchó a denuedo por estar en sus séptimos Juegos. Le avalan sus 27 preseas paralímpicas.

Desde 2021 arrastra una luxación aguda en el hombro izquierdo, lesión que le impide competir con los dos brazos, pero nunca claudica, está acostumbrada a plantar cara a la adversidad. Ningún reto parece infranqueable para la deportista española más laureada, a la que le brillan los ojos cuando habla de París. Después de haberlo ganado todo, aún alimenta su ambición, se siente capaz de aumentar el palmarés. “El hombro me está dando mucha guerra, sigo sin dominarlo, se me sale de vez en cuando, me comprime el sistema nervioso y me baila al nadar. Tuve que aceptarlo y enseñarle a mi cuerpo que solo puedo mover un brazo”, explica la zaragozana, que en un bolsillo de su mochila carga siempre con un cubo de Rubik, pequeño, manejable y que es mucho más que un juguete con el que ejercita su cerebro y logra relajarse.

En sus charlas motivacionales lo usa para explicar su filosofía de vida. “Las personas tenemos muchos movimientos para hacer aquello que nos proponemos. A veces tienes que aprender a realizar las cosas de formas distintas o desmontar algo para volverlo a realizar y hallar la solución. Tengo la suerte de hacer lo que me gusta y voy con ventaja porque ya supe convivir con una discapacidad sobrevenida y esta es otra más en mi trayecto”, asegura Teresa, que desde joven supo cultivar esa capacidad de reinvención para superar los endiablados puzles que se le han presentado en su travesía.

Teresa Perales durante una prueba en los Juegos Paralímpicos de Tokio. Foto: Paulino Oribe / CPE

A sus 48 años acumula un sinfín de batallas en el bañador y mantiene erguida su espalda, exprimiendo cada segundo en la piscina abrazada a los valores que le llevaron hasta la cima. “Todas las personas somos supervivientes por naturaleza y los que nos empeñamos en considerar la vida como un regalo, no nos conformamos solamente con estar, nos gusta disfrutarla. Y en el agua me siento feliz y libre, es mi espacio seguro. Me encanta compartir momentos con mis compañeros de la selección y todavía siento que me quedan cosas por vivir en la piscina, por eso mi cabeza se rebela, mientras aguante, seguiré dando guerra”, recalca. Ama la natación, aunque de joven no le gustaba: “Me daba miedo y me parecía aburrido nadar”.

De niña practicó gimnasia rítmica, pero lo suyo era el kárate, “Daniel Sam y el señor Miyagi me marcaron”, dice entre carcajadas. Soñaba con ser médico y recorrer el mundo como misionera. Luego intentó ser piloto militar, pero no le dejaron por un solo centímetro -mide 1,63 metros-Empezó a estudiar Ciencias de la Educación en la Universidad de Zaragoza cuando a los 19 años contrajo una tuberculosis que degeneró en una neuropatía que le hizo perder la movilidad de sus piernas. “Me cabreé con el mundo porque pierdes el control de ti misma y no sabes qué te espera, una no está preparada para algo así. Pero con el tiempo te das cuenta de que todo está en la mente, en la voluntad para alcanzar tus objetivos. He llorado mucho, me he desesperado cuando no te salen las cosas, pero si te rindes es cuando pierdes”, comenta.

Ella no desistió cuando ese primer verano sin poder andar se zambulló en la piscina sin saber cómo moverse. Ataviada con un salvavidas naranja y verde fosforito superó su temor y al año siguiente ya estaba ganando medallas. A Ramiro Duce, su primer entrenador, no le falló su ‘ojo clínico’ al aventurar que tenía entre manos un diamante en bruto al que pulir. Ha construido un currículum excelso con más de 60 metales entre mundiales y europeos y 27 medallas paralímpicas (siete oros, diez platas y diez bronces). La mayoría, forjadas junto a Ángel Santamaría. Ahora, en estos últimos años le ha ayudado en su preparación Darío Carreras, amigo y técnico de la selección española.

Con él se fundió en un eterno abrazo tras ganar en Tokio 2020 una plata en 50 espalda S5 y batiendo el récord de España a pesar de su lesión. Apenas 15 minutos antes de competir se le había salido el hombro. “Me pasaba seis o siete veces al día, solo con estornudar ya lo tenía fuera, pero me lo colocaba y seguía para adelante. Pasé mucho para llegar allí, pero no me arrepiento, lo volvería a hacer, a pesar de todo el sufrimiento y el dolor. Es la más especial de todas por la historia de dificultad extrema que hay detrás, la que más me hizo llorar de emoción. Fue un claro ejemplo de que muchos deportistas ganamos más con la cabeza que con el cuerpo. Me transformo cuando llega la hora de la verdad, igual es porque soy muy agradecida y vivo esto como un privilegio”, confiesa.

La nadadora aragonesa antes de competir en el Mundial de Londres 2019. Foto: IPC

Con aquella milagrosa presea cerró bocas. Que alguna persona le plantease que no viajase a Japón y se quedase en casa le enfureció. “Hay gente que me da por terminada y eso me da rabia. Llevo años preparada para la retirada, pero no me da la gana que otros me pongan la fecha. No sé si será uno o dos años después de París o incluso tras Los Ángeles 2028. Todavía sigo con gasolina y me he ganado el derecho a dejarlo cuando yo quiera”, afirma clara y concisa, sin rendir cuentas a nadie porque se las ha cobrado todas. Antes quiere resolver su ‘pique’ con Michael Phelps, máximo medallista olímpico de la historia, con el que compartió confesiones el año pasado, y solo les separa una medalla.

“Me dijo que siete Juegos son una burrada y le respondí, ‘Pues habérmelo puesto más fácil quedándote en 27’ -ríe-. El no haber ganado la 28 ha sido una motivación más durante este ciclo, me hace ilusión igualarle”, subraya. La aragonesa ha demostrado la máxima profesionalidad, valor, entrega y energía a pesar de la lesión. En el Mundial de Manchester de 2023 se quedó por primera vez sin medalla en un campeonato, pero en el Europeo de abril en Madeira volvió al podio con un bronce. Una vez más, su resiliencia, perseverancia y orgullo sale a flote. Tuvo que empezar de cero, con otra rutina de entrenamientos y otra velocidad en el agua ya que bajó de categoría, pasó de una S5 a una S2.

“Ha sido un proceso duro, fue como cuando me tiré por primera vez al agua después de dejar de caminar, con una gran diferencia, ahora he tenido que desprogramar lo aprendido con dos brazos y centrarlo todo en el derecho, pero nunca tuve miedo a los cambios, los asumo como un reto. Es cierto que no poder controlar tu cuerpo es difícil y al principio te estresas, aunque me he adaptado bien. Antes me metía muchas palizas en el agua, hacía barbaridades porque me gusta esa sensación de darlo todo, y ahora tengo que frenar ese ímpetu porque si no, todo lo ganado lo vuelvo a perder y cuesta meses recuperarlo”, asevera.

Debido a una grave lesión de hombro, Teresa Perales solo puede nadar con el brazo derecho. Foto: IPC

Es difícil no verla sonreír, pero a principios de este año una mueca de amargura se apoderó de ella ya que en febrero en las Series Mundiales de Melbourne (Australia) volvieron a reclasificarla como S3, una clase superior a la que le corresponde. “Ahí solo habría tenido opciones de entrar en la final, nunca de medalla, porque mis rivales caminan y mueven brazos y pies. De un plumazo se fue al traste esa posibilidad de podio en París, estaba hecha polvo, nunca me sentí así en mi carrera deportiva, fue muy difícil mantener la cabeza fría. Presentamos una apelación al BAC, que es como el Tribunal de Apelaciones del Comité Paralímpico Internacional y la aceptaron. En abril, de nuevo me bajaron a S2 y fue un alivio, vuelvo a tener opciones”, matiza.

Lo que más le está costando asumir son las visualizaciones de sus objetivos, un apartado importante en su preparación. Reproduce en su mente, al ritmo de la música, todo lo que hace desde la noche antes de una competición. “Le dedico muchas horas a trabajar la parte emocional, que siempre me ha ayudado a disfrutar del camino. Pero imaginarme nadando con un brazo está siendo lo más difícil, lo intento con todas mis fuerzas y enseguida me viene lo de nadar con los dos. Eso sí, cuando visualizo que gano una medalla, lo celebro levantando solo un brazo”, bromea la galardonada con el Premio Princesa de Asturias.

Tan convencida y segura de sí misma estaba de que iba a llegar a París 2024 que, en la férula con impresión 3D que cubre su mano izquierda para que ésta no se le cierre del todo, lleva grabados los nombres de los seis Juegos en los que ha participado y también los de la capital francesa que afrontará en unas semanas. “El número de medallas no las he puesto, pero lo haré allí, donde espero sumar una más”, detalla con la felicidad a cuesta. En La Défense Arena estará arropada por su marido, su hijo Nano, su madre, familiares y amigos: “Son mi principal motivación. Cuando entre en la piscina, me gire hacia la grada y los vea sentiré que todo está controlado e iré a por todas, esto también va por ellos, que han estado detrás empujando”.

Su abanico de pruebas se ha visto reducido y nadará el 50 y el 100 espalda S2. “También haré el 100 libre, pero en S3, una clase superior. Me gusta nadar boca abajo, es mi prueba reina, la que me ha hecho más feliz. En este caso, el objetivo es entrar en la final. En 50 espalda me veo más fuerte, más competitiva, con tiempos buenos y con más confianza. Sé situarme mejor, me tuerzo menos y agarro mejor el agua. Está difícil porque no nos regalan las medallas, pero soy peleona y mientras mi cabeza aguante, el cuerpo no tendrá más remedio que hacerle caso, así que me veo con opciones, voy a por ella y a dejarme el alma en cada brazada”, apostilla la aragonesa, que sigue acrecentando su leyenda. Con Teresa Perales, nada es imposible.

TERESA PERALES

María Teresa Perales Fernández (Zaragoza, 1975). Natación. Más de 60 medallas entre mundiales y europeos. Posee 27 medallas paralímpicas (siete oros, diez platas y diez bronces). Disputa en París sus séptimos Juegos Paralímpicos.

1.- Defínase con tres adjetivos.

Leona, valiente y pasional.

2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?

Una manta eléctrica viene siempre conmigo, parezco una abuelita. También dispositivos electrónicos y muchas cremas para la cara porque este cutis no se mantiene solo -ríe-.

3.- ¿Tiene algún talento oculto?

Cocinar se me da muy bien, lo disfruto mucho. Abro la despensa para ver que tengo, cojo las sobras del día anterior ayer y mi cabeza hace clic y me sale un plato muy rico. O eso dicen mi marido y mi hijo -ríe-.

4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?

Es demasiada responsabilidad tener un poder. Quizás elegiría uno muy bueno que ayudase a mucha gente, pero si es solo para mí, no lo quiero.

5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?

Fobia a las arañas. Y como madre, miedo a que a mi hijo le pueda pasar algo malo.

6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?

El marisco y la verdura. Unos guisantes con jamón me vuelven loca.

7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?

A Sierra Nevada. Y en Zaragoza, a una zona al otro lado del río Ebro desde el que contemplar la Torre del Agua y la Basílica de Nuestra Señora del Pilar.

8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?

A toda mi familia y a algunos amigos para que deje de ser desierta -ríe-.

9.- ¿En qué animal se reencarnaría?

En una tortuga marina.

10.- Una canción y un libro o película.

‘Heroes live forever’, de Vanessa Amorosi. El día que me muera la tienen que poner en mi funeral. Un libro, ‘Dime quién soy’, de Julia Navarro. Y película, ‘La sociedad de la nieve’ y ‘Qué bello es vivir’, un clásico que veo todos los años en Navidad.

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