El indomable Ricardo Ten, un bólido de oro paralímpico en la contrarreloj

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Flotando por encima del sillín, con mirada decidida, sin que una mueca delatase su esfuerzo. Imperial, colosal, sublime. Se agotan los epítetos para describir la nueva gesta de un ciclista legendario. El indomable Ricardo Ten rubricó otra entrega antológica y lustra su mito con un oro paralímpico en París. El bólido español arrasó en la contrarreloj C1 en carretera y alcanza la anhelada medalla que redondea un palmarés excelso y que le da sentido a tanto esfuerzo y dolor. En sus séptimos Juegos ha conseguido tres metales ya que también subió al podio en el velódromo con un bronce en la persecución y una plata en la velocidad por equipos.

El oro era el objetivo que en los últimos años le hizo levantarse de la cama, entrenar y soñar. La crono era su gran apuesta, una prueba en la que es tetracampeón del mundo, llegaba henchido de fe y confianza. Era el favorito y no iba a fallar. Por las calles de Clichy-Sous-Bois, municipio pequeño a las afueras de París, como una máquina, magia aerodinámica, el valenciano volaba en los kilómetros iniciales. Su figura recia y pequeña avanzaba adherida a su bicicleta, como si fueran uno solo. Con cadencia poderosa, martilleo imponente de piernas.

En el punto intermedio, líder con 15 segundos de ventaja sobre el polaco Zbigniew Maciejewski. Aún quedaba batalla, pero todo iba según lo planeado. Aceleró sin especular por un circuito urbano con cierta dificultad técnica al inicio y con zonas rápidas y algún falso llano mediado el recorrido que permitió marcar diferencias. El insaciable Ten zarpó hacia la meta sin sentir el dolor de piernas y el premio fue la historia. Con los pedales compuso una sinfonía mágica para sentarse en el trono tras completar los 14 kilómetros en 20:39.53, aventajando en 38 segundos al alemán Michael Teuber, plata, y en casi 40 al polaco, así como doblando a varios rivales. Un animal.

Oro para un genio, un deportista que rompe moldes. Lanzaba los brazos al encapotado cielo para celebrar un nuevo éxito en su carrera, ya es campeón paralímpico como ciclista. En natación lo ha sido tres veces. Con el apósito dorado cura las heridas de Tokio 2020, cuando se desvaneció por un golpe de calor y se le escapó la medalla. En París deja su huella imperecedera tras una exhibición con la que anota otra muesca en su revólver y enriquece su espléndida hoja de servicios. Llegó a este deporte hace siete años para romper todos los registros de voracidad posibles, no se cansa de crecer y de ganar. A sus 49 años ya ha conseguido cuatro metales paralímpicos como ciclista, además de ganar 29 medallas en mundiales, más de una treintena en Copa del Mundo y tiene el privilegio de ser el español con más maillots arcoíris de la historia (14).

Ricardo Ten, en el podio con medalla de oro de la contrarreloj en ruta C1. Paulino Oribe / CPE.

“La primera parte me ha costado coger el punto, pero cuando he alcanzado las 175 y 180 pulsaciones sabía que ese sí era el ritmo, y lo he conseguido mantener. He apretado y dado todo lo que tenía y ha llegado el oro. Ha superado por mucho las expectativas, sabíamos que podíamos ganar, aunque luego esto es deporte y pueden pasar mil cosas, los rivales también se preparan. Ha sido una temporada de ensueño”, ha comentado. “Me hacía especial ilusión ganar todo en ciclismo, he cerrado un gran ciclo, no me queda nada por conseguir en mi palmarés, pero hay que seguir disfrutando con lo que hacemos. Cuando no lo haga será el momento de dejarlo o cambiar de deporte para tener nuevos retos”, ha añadido.

Es un camaleón voraz, se adapta y brilla en cualquier terreno, ya sea en la pista o en el asfalto. La determinación, resistencia y confianza en sus posibilidades las forjó desde su infancia. Cuando era niño sus piernas impulsaban una bicicleta amarilla con la inscripción negra de ‘GAC Motoretta-2’. Con ella galopaba las calles de su barrio de Benimámet (Valencia), subía y bajaba cuestas, y pedaleaba feliz por los alrededores de la casa de campo de sus padres en Liria.

Y con esa bici derribó el primer muro nada más abandonar el hospital cuando a los ocho años sufrió quemaduras de tercer grado en el 75% de su cuerpo y la amputación de los brazos y de la pierna izquierda tras un accidente con un cable de alta tensión. Durante dos décadas, en el agua forjó su leyenda con más de 40 medallas internacionales, tres oros, una plata y tres bronces en cinco Juegos Paralímpicos. El desaliento cundió después de Río de Janeiro 2016, donde notó que la motivación se iba apagando y decidió colgar definitivamente el bañador. Con la bicicleta dio un giro de tuerca a su trayectoria deportiva. Los ojos le volvieron a brillar y una vez más brotó su voracidad incontrolable, talento y potencial para mutar en un ciclista feroz.

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