Hace un año le bajaron a la categoría T11 para deportistas ciegas. Lejos de abatirse, Alba García aprovechó la ventana que se le abría. Aparcó un poco la velocidad para centrarse en el salto de longitud, una disciplina que no practicaba desde hacía tres años. Supo reinventarse y encarar con valentía el nuevo desafío, saltar a oscuras, con los ojos tapados por un antifaz y con un llamador que le orienta en la carrera. Su osadía le ha recompensado con un brinco de bronce en los Juegos Paralímpicos de París, el summum de su trayectoria.
La atleta española llegaba motivada e ilusionada, aunque con algo de incógnita por cómo iban a responder sus tobillos ya que en abril sufrió un edema óseo en la articulación subastragalina de ambos y que le apartó de la competición hasta el pasado mes. Pero en el Stade de France demostró que no había rastro de la lesión y ha sacado todo su potencial para colgarse su primer metal paralímpico. Un resultado que cura las heridas del cuarto puesto en el Mundial que logró el pasado verano, precisamente en París, quedándose a un solo centímetro del podio.
La madrileña, de 22 años, apareció sonriente y con su larga trenza en la pista violeta jaspeada de oscuro por las gotas de la lluvia. Y en el primer salto, con la arena húmeda, dejó su huella. Creer y desplegar sus alas para volar. Con una carrera controlada, un mínimo viento en contra, ajuste al máximo en la tabla, un brazo adelante y otro atrás, sus piernas largas volaron hacia la medalla tras aterrizar en 4,76 metros. Con esa marca se situó tercera, posición de la que ya ninguna rival la movería.
En el segundo y en el quinto hizo nulos, en el tercero le salió mal y se quedó en 1,40 y en el cuarto 4,59. El concurso tuvo cierto drama y un pellizco de tensión para Alba, ya que tuvo que esperar hasta el último intento para asegurar la medalla. La italiana Arjola Dedaj se quedó en 4,75 metros, a solo un centímetro. Esta vez la fortuna le sonrió. Ya con la presea asegurada y sin nervios, volvió a clavar la misma marca que en el primero, 4,76 metros. Explosión de júbilo y cuarto bronce para la delegación española en estos Juegos. Solo se inclinó ante la uzbeka Asila Mirzayorova, oro con 5,24 metros y récord paralímpico que se lo arrebató a la española Purificación Ortiz -lo tenía desde Atlanta 1996-, y la china Guohua Zhou, plata con 4,91.
La de Alcalá de Henares (Madrid), que a los cuatro meses de nacer le diagnosticaron amaurosis congénita de Leber -una enfermedad genética bastante rara que afecta a la retina-, recoge el fruto a su trabajo, tenacidad y meses de duros entrenamientos tras el giro de rumbo que tuvo que tomar hace un año. En París acaba de dar el mejor salto de su vida. “Fue duro psicológicamente, tuve que aprender desde cero, a marchas forzadas. En los inicios me paraba antes de saltar por temor a caerme, pero con el miedo no vas a ningún sitio”, decía en una entrevista previa con dxtadaptado.com. Hoy, su apuesta valiente a oscuras le ha otorgado un premio bronceado.