Desde las primeras luces del alba, el repiqueteo de las pisadas marca su ritmo constante, de zancada larga. Fuerte y enérgico, de cabellera plateada y barba recortada, Alberto Suárez mantiene una mentalidad positiva y una fe inquebrantable tanto en competición como entrenando. Exprime sus piernas contra los límites, ya sea en las series en las pistas de San Lázaro (Oviedo), que desde 2019 llevan su nombre, o en las tandas largas -de 30 kilómetros- a través de la Senda de Fuso de la Reina y del área recreativa de Bueño. Oro en Londres 2012 y plata en Río de Janeiro 2016, a sus 46 años, el maratoniano que de joven detestaba correr, afronta en París otro reto hercúleo, perseguir una nueva medalla en sus cuartos Juegos Paralímpicos.
La suya es una vida a la carrera, un viaje en el que ha tenido que sortear socavones por el camino, los cuáles ha superado con determinación, constancia y esfuerzo ímprobo. Es un devorador de kilómetros, pero hasta los 27 años era más bien perezoso, lo de correr no iba con él. Ese fue uno de los motivos por los que eligió enfundarse los guantes para defender la portería del equipo de fútbol de su pueblo, Riosa, y luego para ser guardameta de fútbol sala en el Monsacro Mostayal de Morcín. “En aquella época los porteros eran los que menos corrían y solo lo hacían cuando nos castigaba el entrenador”, dice entre risas.
Tenía su futuro encauzado, estaba a punto de casarse y de formar una familia, era tornero fresador de metal en Gijón, pero llegó el varapalo cuando le diagnosticaron una degeneración macular con distrofia de conos. Una enfermedad que le depararía una severa pérdida de visión. Apenas le quedó un 10% de resto visual. “Trabajaba con máquinas de precisión y notaba que me costaba hacer ciertas tareas, en el fútbol encajaba goles que antes paraba y perdía reflejos a la hora de conducir. Pensé que era miopía y que con una operación se solucionaría, pero la enfermedad era irreversible. No me quedé con ese diagnóstico y visité a otros especialistas, pero cuando todos me dijeron lo mismo y me dieron la incapacidad laboral, no quedó otra que asimilarlo. Fue duro adaptarse y depender de otras personas en mi día a día”, relata.
Aquellos miedos iniciales que le atormentaban los acabó masticando y tragando para continuar hacia adelante con optimismo. Se enderezó como un coloso gracias al atletismo, su refugio para resetear la mente y rearmarse emocionalmente. Empezó a salir con unos amigos y a disputar pruebas populares. “Correr supuso una liberación, sentía una enorme satisfacción y me enganchó”, asevera. Se afilió a la ONCE, descubrió el deporte para personas con discapacidad y a partir de ahí todo fue muy rápido para el ovetense. En un control en Logroño en 2009 consiguió la mínima para el Europeo de Rodas (Grecia), donde ganó un bronce en los 10.000 metros y fue cuarto en 5.000.
Estaba enfocado en las pruebas de fondo, en sus planes no entraba hacer un maratón, pero sin buscarlo llegó a la distancia de Filípides, a los 42,195 kilómetros, empujado por Eleuterio Antón. “Tenía mis dudas porque no sabía cómo iba a reaccionar a las largas distancias, pero decidí probar. En 2010 me invitaron a correr en Kasumigaura (Japón), aunque no pude debutar porque cuando estábamos en el aeropuerto de Frankfurt nos pilló la erupción del volcán -Eyjafjajjajokull- de Islandia que cerró el espacio aéreo en Europa. Volví a casa y cuatro meses después hice el maratón del Valle Nalón (Asturias), lo completé en dos horas y 24 minutos, que suponía récord del mundo en mi categoría, T12, aunque no fue homologado”, cuenta.
Al año siguiente acudió al Mundial de Nueva Zelanda y ganó el oro, envuelto en récord del mundo. Con la etiqueta de favorito se plantó en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012 y se proclamó campeón, de nuevo con plusmarca mundial: “Fue un premio inesperado, lo recuerdo con mucho cariño, la gente se volcó con nosotros, el ambiente fue increíble, es la cita que más he disfrutado”. Continuó devorando metales internacionales y otra vez subió al podio paralímpico con una plata en Río de Janeiro 2016. “En 2013 me lesioné del tendón de Aquiles y me vine abajo, pero me recuperé y a finales de 2015 me operaron del pubis. A Río no llegué en las mejores condiciones, el calor y la humedad me lo hicieron pasar mal, así que la plata me supo a oro”, afirma.
Admirador del keniano Eliud Kipchoge y del etíope Haile Gebrselassie, el riosano se encontraba en un óptimo momento de forma para competir en Tokio 2020, pero la pandemia de la COVID-19 truncó sus expectativas. A pocos meses de sus terceros Juegos surgieron los problemas físicos. “Había tenido un ciclo sin lesiones, los test realizados me decían que estaba en tiempos para pelear por medallas, pero llegó el pinchazo en el bíceps femoral izquierdo a 15 días de competir. Solo pude prepararme haciendo elíptica, sin correr, y esa falta de volumen hizo que no llegase bien. Estaba en puestos de podio, pero la falta de fuerzas para encarar los últimos kilómetros me pasó factura, tuve que aflojar para no abandonar y terminé en la quinta posición. Me dejó un sabor agridulce, desde ese día me puse a pensar en París 2024”, explica.
Consiguió la mínima en Valencia el pasado mes de diciembre tras recuperarse de una fascitis plantar. “Lo más duro es la preparación, entrenas muchos años y pasas calor, frío o te mojas con la lluvia, para competir un solo día. El trabajo psicológico es fundamental para dedicarse a esto. Cada vez cuesta más recuperar, aparecen más molestias y los años van pesando, pero sigo con gasolina suficiente para plantear batalla a mis rivales”, agrega Suárez con un brillo de exultación en su semblante. Ya vislumbra el final de la meta en la élite, aunque no cierra la puerta a Los Ángeles 2028.
“Veo difícil seguir cuatro años más, mantenerse arriba en el ranking y pelear por las mínimas me provoca estrés. Aunque nunca hay que decir no, si sale todo bien y continúo con ganas de entrenar, podría alargar mi carrera. Mientras tanto, París serán mis últimos Juegos”, confirma. El circuito francés tendrá un perfil duro, saldrá de la Plaza del Hotel de la Villa, pasará por el Palacio de Versalles, el Arco del Triunfo, la pirámide del Louvre o los puentes sobre el Sena y terminará en la explanada de Los Inválidos, con la imponente Torre Eiffel de fondo. Allí tendrá que lidiar con el vigente campeón, el marroquí Amin El Chentouf, el japonés Tadashi Horikoshi, el australiano Jaryd Clifford, el ecuatoriano Sixto Roman Moreta, el vigués Gustavo Nieves y los tunecinos Hatem Nasrallah y Wajdi Boukhili.
“El nivel está subiendo, los seis primeros del ranking estamos muy parejos, así que puede pasar cualquier cosa. La clave estará a partir del kilómetro 30, en el denominado muro. Habrá que tener la cabeza fría y fuerza en las piernas para darlo todo, porque en ese tramo hay una subida prolongada que será exigente”, detalla. En los momentos de agonía, Suárez trata de engañar al cuerpo recitando mantras de autoayuda y pensando en su familia, que le espera en la meta. Esta vez lo hará alguien muy especial, su hijo Álvaro, que aún no ha podido verle in situ en unos Juegos. “En Londres 2012 gané el oro el mismo día en el que cumplió tres años. En París correré el 8 de septiembre, casi en su cumple y también es el día de Asturias, así que el mejor regalo para ambos sería ganar una medalla. Quiero disfrutar y pelear por lo máximo, me siento fuerte y preparado para competir por las medallas”, remata el incombustible maratoniano que odiaba correr.
ALBERTO SUÁREZ
Alberto Suárez Laso (Oviedo, 1977). Atletismo. Oro en Londres 2012 y plata en Río de Janeiro 2016 como maratoniano. Campeón del mundo. En París disputará sus cuartos Juegos Paralímpicos.
1-. Defínase con tres adjetivos.
Trabajador, constante y humilde.
2-. ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Las zapatillas de correr -ríe- y los recuerdos y el apoyo de la gente que me rodea, poder sentirlos es lo que me ayuda a seguir en los momentos complicados.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Me gusta mucho el ciclismo, no se me da mal, pero tampoco es un talento -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Dar a las personas que me quieren todo lo que necesiten.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A veces, tengo miedo a no saber gestionar el sufrimiento en una competición. Igual empezaré también a tener miedos cuando mi hijo vaya creciendo, a que le ocurra algo malo.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Una buena fabada asturiana o arroz con calamares en su tinta.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A Luanco (Asturias), allí paso los veranos y es el sitio donde más disfruto.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Nada, iría solo -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un lobo. De hecho, en mi pueblo, Riosa, me apodan así porque de pequeño tenía mucho pelo y era muy rubio -ríe-.
10.- Una canción y un libro o película.
La Banda Sonora de ‘La vida es bella’. Y una película, ‘Leyendas de pasión’.