Aquel adolescente de rostro bonancible, pero de mirada volcánica, irrumpió en las alturas del tenis de mesa en su debut en un Mundial al conquistar un oro por sorpresa. Era octubre de 1998 y Álvaro Valera, que acababa de cumplir 16 años, aún estaba verde, pero su frescura, desparpajo y poderío físico le permitieron subir a lo más alto del podio en París. Ahora, con casi 42 años y un cuarto de siglo después, continúa encaramado en la élite tras reinventarse en varias ocasiones y busca cerrar el círculo en la capital francesa con una nueva presea en sus séptimos y últimos Juegos Paralímpicos. Y como broche a su espectacular trayectoria, será el abanderado español en el desfile de la ceremonia de inauguración.
“Queda una foto pendiente posando con una medalla ante la Torre Eiffel”, dice riendo. Poseedor de un legado fascinante, con un palmarés excelso en el que destacan 6 medallas paralímpicas, 9 mundiales y 19 europeas, junto a más de un centenar de metales en torneos internacionales, pocos jugadores se han subido a la cuarentena moviéndose entre los mejores con una fuerza y un espíritu indomable. Ha atravesado distintas generaciones, encontrando siempre respuestas hasta para los adversarios más comprometidos.
En los últimos años de su carrera se ha visto empujado a participar en un proceso constante de renovación para seguir el compás y mantenerse competitivo en una puja con rivales más jóvenes y de alto potencial. El motivo es el avance de la polineuropatía con la que nació y que le provoca una pérdida progresiva de musculatura y movimientos en piernas y en brazos. “Sufro más dolores cuando entreno, las rodillas y la espalda no me responden, he perdido tono muscular y fuerza en la mano, que supone un hándicap al agarrar la raqueta, se nota esa falta de consistencia en la muñeca, ya no puedo darle el efecto y la potencia de antes. Tuve que adaptar mi juego para paliar la falta de físico con estrategia, habilidad e inteligencia, aunque a veces no es suficiente”, asevera.
Con cinco años le detectaron la enfermedad conocida como Charcot Marie Tooth y que afecta a sus extremidades, pero no ha sido un obstáculo para convertirse en una leyenda de un deporte que descubrió a los diez años junto a la piscina de un club de Sevilla en el que veraneaba. Desde entonces, la pala ha sido siempre la prolongación de su brazo derecho: “Con ella me sentía uno más entre mis amigos, podía plantar cara y ganarles a chicos sin ninguna limitación física y ese reto me estimulaba, me hacía feliz”.
Su padre le compró una mesa y se pasaban horas golpeando la bola en el sótano de su casa. Ahí empezó a cimentar los pilares de una brillante trayectoria. Mordió su primera medalla internacional en el Europeo de Estocolmo (Suecia) en 1997 con una plata. Después fue campeón del mundo en París y dos años más tarde, ganó el oro paralímpico en Sídney 2000, siendo hasta la fecha el único jugador español en conseguirlo. El trago más duro en su andadura llegó en 2004 con la muerte de su progenitor. “Me costó levantarme, estuve unos meses sin jugar, él fue mi maestro, es mi inspiración y el que ilumina mi camino. Todo lo que aprendí se lo debo a él, por eso le dedico cada éxito”, afirma.
No paró de cosechar triunfos a pesar de que su nivel muscular iba empeorando. Empezó en clase 8, luego le bajaron a la clase 7 y desde 2011 juega en la 6: “En ella tengo incluso más dificultades que otros, pero es un reto y esa desventaja la convierto en una motivación, a pesar de que las dolencias a veces te hacen muy difícil jugar. Pero competir en silla de ruedas (clase 5 hacia abajo) no lo contemplo, no tengo ganas de empezar de cero a mi edad. Mientras llega la hora del adiós, disfruto como el primer día, mantengo la ilusión y el espíritu competitivo de cuando empecé siendo un chaval. Invierto muchas horas de entrenamientos porque me encanta lo que hago, cada día es un desafío”.
El laureado deportista sevillano conserva un récord que nadie ha logrado en el tenis de mesa, liderar el ranking mundial durante 14 años, siendo número uno durante 11 años seguidos en clase 6. “Eso refleja la capacidad de resiliencia para seguir ganando. La receta no es otra que amar lo que uno hace, tener esa pasión que te empuja cada año a pesar de las dificultades”, recalca. Por su enfermedad y también por la competitividad férrea que hay, inició un declinar de apariencia irremediable. Pero sigue cosechando medallas, como el bronce en el Europeo de 2023 y una decena de metales en los torneos de los dos últimos cursos.
En unos días afrontará sus séptimos Juegos: oro en Sídney 2000, platas en Londres 2012 y en Río de Janeiro 2016, bronces en Pekín 2008 y en Tokio 2020. “Me siento orgulloso y un privilegiado porque he tenido que nadar a contracorriente para llegar hasta aquí y en condiciones todavía de pelear por medalla. Es un premio tener otra oportunidad”, subraya Valera, que compatibiliza el deporte con su rol de empresario, ya que gestiona la renta de los apartamentos de lujo Sagasta Suite, en Madrid. A París llega imbuido de optimismo, siendo el abanderado español, junto a la judoka Marta Arce: “El día que me lo comunicaron estaba entrenando en el gimnasio y casi me caigo de la silla -ríe-. No me esperaba estar ni entre los candidatos. Serán mis últimos Juegos y es el mejor regalo para cerrar mi carrera, el sueño de todo deportista, representar al equipo y los valores que tenemos”.
En el torneo, es consciente de la difícil empresa que tiene por delante, pero sin la necesidad de rendir cuentas a nadie porque se las ha cobrado todas. “Sueño con el oro, sería muy romántico ganar mi primer y último gran título en la misma ciudad. Y con esa franja de tiempo, 26 años después, algo histórico porque pocos deportistas podrían decir lo mismo. Voy a por lo máximo, puedo ganarles a todos si tengo un buen día y estoy inspirado, pero también cualquiera puede derrotarme porque el nivel ha subido mucho, todo está muy apretado. Me encantaría marcharme por la puerta grande, con una medalla”, confiesa.
En dobles también aspira al podio junto a su inseparable Jordi Morales, con el que lleva más de dos décadas sumando medallas. Las últimas de gran valor, los bronces en Tokio 2020 y en el Mundial de Granada en 2022. “Nos han metido a jugadores de clase 8 y físicamente son superiores, nos ha perjudicado. Es complicado hacer una proeza en cada cita, pero nos conocemos a la perfección, formamos una pareja muy compacta y podemos dar la campanada. Además, los dos empezamos juntos y nos retiramos al mismo tiempo. El viaje llega a su fin y si viene con medalla, sería la despedida más dulce”, reconoce Valera.
ÁLVARO VALERA
Álvaro Valera Muñoz-Vargas (Sevilla, 1986). Tenis de Mesa. Oro en Sídney 2000, bronce en Pekín 2008, plata individual y por equipos en Londres 2012, plata en Río de Janeiro 2016 y bronce por equipos en Tokio 2020. Disputa sus séptimos Juegos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Tenaz, apasionado y audaz.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
La Tablet con mis audiolibros y música.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Los idiomas. Hablo inglés, portugués, y también chapurreo francés y ruso.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Volar para ver las maravillas del mundo.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A las profundidades del océano.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Huevos, no puede faltar en mi nevera.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la montaña.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Libros, mancuernas y una barca.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un gato, me encantan.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Bohemian Rhapsody’, de Queen. Un libro, ‘Sapiens’, de Yuval Noah Harari.