Fueron 42 kilómetros y 193 metros de ilusión, de poderío y de reivindicación, y dos metros crueles que supondrá una herida incurable en el alma de Elena Congost. La catalana ha pasado de la gloria al drama en pocos minutos. Había logrado el bronce en maratón T12 (discapacidad visual) en los Juegos Paralímpicos de París, pero se quedó sin premio porque soltó la cuerda que le une a su guía Mia Carol, que no podía andar por los calambres. Según el artículo 7.9 del reglamento, guía y atleta no se pueden soltar en ningún momento.
Un tremendo varapalo para Elena cuando había saboreado el dulce premio de la medalla. Le sacó más de tres minutos a la cuarta, la japonesa Misato Michishita, que subió al podio con el bronce. Abatida y desconsolada, un error le deja, de momento, sin el premio por el que tanto ha peleado esta temporada en su regreso al atletismo.
“Estoy destrozada, si hago un mal resultado o trampas y te pillan, lo entiendo. Pero a pocos metros de la meta, cuando le sacas minutos de ventaja, dejes un segundo la cuerda para ayudar a una persona que se está cayendo, que encima me paro en seco, por tanto, no ayuda ni beneficio para mí. Como humana, me ha salido ir a aguantarlo y por eso, alguien ha decidido que no merezco un premio después de haber corrido 42 kilómetros. Estoy muy triste. En el estadio se han visto trampas y no han descalificado a nadie. Sí dejo la cuerda y la norma lo dice, pero no me ha beneficiado. Me parece muy feo que este sea el espíritu y los valores que queramos demostrar al mundo”, ha lamentado.
Hace tres años recién acababa de dar a luz a su tercera hija cuando recibió una llamada de un representante del Comité Paralímpico Español para comunicarle que no contaban con ella para Tokio 2020. Aquello supuso un varapalo para Elena, que en Río de Janeiro 2016 se convirtió en la primera campeona con discapacidad visual de la historia en maratón. No le dieron la oportunidad de hacer la mínima ni de decidir por ella misma. Le habían dado la espalda y fue tan grande la decepción que se deshizo de todo su material de atletismo. Pero el año pasado, retada por su marido, volvió a calzarse las zapatillas.
En París ha demostrado su enorme potencial, con una lección de paciencia, confianza, control y talento. Pero el destino ha sido demasiado cruel. Por primera vez en su trayectoria corría con guía y llegaba a los Juegos para gozarlos, pero también para devorarlos. Se había reinventado física y mentalmente, y lo hizo sin respaldo ni ayudas para volver a enfrentarse a las mejores. A su lado, su entrenador Roger Esteve, su marido Jordi Riera, sus cuatro hijos (Arlet, Abril, Ona y Lluc) y su familia.
Tan dura de cabeza como tremenda de piernas y de pulmones, aceleró hacia el bronce. Las marroquíes Fatima El Idrissi -oro con récord mundial en 2:48.36- y Meryem En-Nourhi -bronce con 2:58.18- ya festejaban sus medallas en un marco espectacular, con el puente Alejandro III, el cauce del Sena y el Grand Palais a su espalda, con la fastuosa torre Eiffel como vigilante cercana, y con la meta en la Explanada de los Inválidos, coronada por el panteón de Napoléon cuya cúpula dorada se alza hacia el cielo parisino blindado por perladas nubes.
A la española solo le quedaba rematar. Al guía le costó seguir en los metros finales, acalambrado, y Elena tuvo que tirar de él para evitar que se fuese al suelo. Al parecer, en ese intento de ayuda, la española soltó la cuerda por la que van atados y eso conlleva a la descalificación ya que en ningún momento pueden soltarse. Injusto y dramático final para una deportista que había remado a contracorriente para llegar hasta París.