Francisco Javier López todavía digiere el suculento manjar que le llegó a finales de junio cuando apenas albergaba esperanzas. Había caído eliminado en semifinales del Preolímpico en Eslovenia, pero el destino le tenía reservada otra oportunidad y el sueño de Tokio volvió a latir cuando la Federación Internacional de Tenis de Mesa (ITTF) le otorgó una ‘Wild Card’ para asistir a los Juegos Paralímpicos. Era la anhelada recompensa a la trayectoria de un obrero entre mesas de azul chillón y con una pala en la mano con la que se reinventó tras quedar en silla de ruedas. El suyo es el triunfo del trabajo, del sacrificio y del tesón en el día a día.
El entusiasmo por el tenis de mesa afloró durante el recreo en su colegio en Fuente del Maestre (Badajoz). Tenía 13 años cuando comenzó a golpear la volátil y blanca pelota. “Me encantaba, le dedicaba horas por las tardes como actividad extraescolar para adentrarme en esta modalidad y perfeccionar la técnica. Disputé torneos y ligas regionales por Extremadura hasta los 17 años, cuando empecé a trabajar en un almacén de ferretería y como era incompatible lo dejé”, relata. Con 21 su vida dio un giro tras un accidente de tráfico que le provocó una lesión medular.
“Venía con unos amigos de Sevilla de ver una prueba de motocross y las condiciones meteorológicas no eran buenas, llovía mucho y el coche nos hizo ‘aquaplaning’ y acabamos dando varias vueltas de campana. Mis compañeros salieron ilesos y fui el único malherido”, rememora. Los ocho meses de rehabilitación en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo le hicieron ver su nueva situación con otro prisma: “Sabía que ya nunca podría caminar, pero me considero muy optimista y más aún después de lo que vi allí, gente joven en peor estado y que dependían de terceras personas. Yo podía utilizar mis brazos para desplazarme, así que no tenía derecho a quejarme porque los había en muy mal estado, eso me dio un chute de motivación”.
En aquel vivero de deportistas paralímpicos resurgió su pasión por el tenis de mesa, aunque esta vez desde otra perspectiva. “No tenía nada que ver con lo que hacía antes, pero seguía divirtiéndome y me ayudaba a evadirme de cualquier problema. Cuando juego se me olvida que voy en una silla de ruedas, este deporte es el más inclusivo que hay, puedes competir y entrenar con gente sin discapacidad, te sientes uno más”, comenta. Fichó por el Caja Granada, uno de los clubes españoles más laureados y empezó a cosechar éxitos. Se estrenó con un bronce en el Open de Rumanía en 2009 y a raíz de ahí ha sumado cuatro oros, seis platas y 15 bronces en diversos torneos internacionales.
Los más destacados fueron los bronces en los Europeos de Dinamarca en 2015 y en Eslovenia en 2017, “especialmente el último porque lo gané jugando con Miguel Rodríguez, al que le debo tanto por el trabajo que ha hecho conmigo. Si he llegado lejos es en gran parte por su ayuda”. Precisamente, con el veterano palista andaluz lleva compartiendo entrenamientos desde enero en La Zubia (Granada), donde se instaló para preparar el Preolímpico a las órdenes del técnico Dragos Antimir. “La competición iba bien hasta que en semifinales caí por 3-1 con el eslovaco Boris Travnicek, a quien le había ganado fácil en enfrentamientos anteriores. La tensión y la presión me pasaron factura. Me marché a casa muy disgustado, pensé que el sueño se había terminado”, confiesa.
La tristeza se tornó en júbilo unos días después, cuando la Comisión Bipartita de la ITTF le otorgó una plaza de invitación para Tokio. “Cuando vi mi nombre en la lista no me lo creía, tuve que revisarla varias veces. Llevaba mucho tiempo persiguiendo este objetivo, en Río de Janeiro 2016 me quedé a las puertas de la clasificación y parecía que este momento no llegaría nunca. Ha sido un ciclo de cinco años muy duro, con una pandemia que ha dificultado aún más las cosas, con muchas horas de entrenamientos, así que esto es un premio a la constancia. Se lo debo a todos aquellos que han estado detrás empujando”, añade.
López, prototipo de deportista humilde y trabajador, en las últimas temporadas ha afinado su rapidez y técnica de golpeo, que le convierte en uno de los mejores jugadores del mundo en clase 4. “No me considero talentoso, pero sí un currante de este deporte. No soy de los que colocan la bola en un sitio exacto de la mesa, aunque a veces me sale, más bien destaco por mi velocidad, me gusta llevar la iniciativa y que los puntos duren poco”, asegura.
Pese a obtener el billete a última hora, a los Juegos Paralímpicos acude sin complejos y confía en dar la sorpresa y en colarse en el podio. “Voy con una motivación extra y a dar guerra. Sé que las medallas estarán caras, pero voy a por ella, no tengo la misma presión que los favoritos. A excepción del turco Abdullah Ozturk, número uno del ranking, que siempre se me atraganta, al resto de rivales les he ganado alguna vez. Será un torneo igualado y si la suerte cae de mi lado en los cruces, ¿por qué no soñar con medalla? Estar en Tokio es un regalo por el que tanto he peleado, ahora quiero disfrutarlo y competir sin renunciar a nada”, finaliza.