Lleva dos décadas deslizando la pelota a ras de suelo, marcando goles y parando lanzamientos entre antifaces. A los 11 años esa música de cascabel que emana de una pelota de 1,25 kilos empezó a acompañarle. Había probado atletismo, natación y remo, pero sintió un flechazo cuando descubrió el goalball, el “patito feo” del deporte paralímpico, porque en la pista se sentía uno más y podía desprenderse de sus limitaciones visuales. Hoy, Javi Serrato es un referente en España y uno de los activos más importantes de esta modalidad.
El tintineo del balón sonoro ha guiado su ilusión y su vida en los últimos 20 años. Respira goalball por los cuatro costados. Es en lo último que piensa antes de dormir y en lo primero al levantarse. A lo largo de su carrera ha disputado numerosos campeonatos internacionales con la selección española, con la que ganó una plata europea en 2013 y en la que ahora no tiene hueco a pesar del nivel que atesora este versátil jugador, recientemente subcampeón del mundo y de Europa por clubes con el Sporting de Portugal.
De niño emulaba a algunos de sus ídolos del Real Betis Balompié en el patio del colegio o en el albero del barrio sevillano de Pino Montano, donde dispuso de una infancia “bastante normal” pese al resto visual que tenía. Nació con retinosis pigmentaria, al igual que su hermana Mercedes, cinco años mayor que él. “Ya me encontré con el camino hecho, a mis padres les tocó hacer la gira de oftalmólogos hasta que dieron con el problema que tenía ella. Es una enfermedad degenerativa que nos quita visión por los laterales y un poco por el centro, asociada con cataratas”, explica.
Aquello no fue óbice para crecer en la calle como cualquier otro niño. Era valiente a la par que temerario, “mi madre me apuntó de pequeño a natación porque me tiraba al agua sin manguitos y pensó que algún día me iba a hundir como una piedra. Pero una vez que supe flotar y nadar lo dejé, me aburría la piscina”. También practicó atletismo a raíz de la plata que Yago Lamela logró en el Mundial Indoor de Maebashi (Japón) en 1999 y que a punto estuvo de derrocar a una leyenda como Iván Pedroso. “En la playa me ponía a hacer salto de longitud. Probé muchos deportes, siempre fui un niño más aficionado a los canales de Sportmanía o Eurosport que a Cartoon Network”, dice entre risas.
Mientras estudiaba en el Centro de Recursos Educativos Luis Braille de Sevilla conoció el goalball, disciplina que nació en la Europa de posguerra como resultado del ingenio de los doctores Hans Lorenzen y Seep Reindl, quienes lo concibieron como medio de rehabilitación para los heridos. “Cuando lo probé por primera vez, en aquella época era el boom de Harry Potter, y el goalball para mí era el Quidditch de los ciegos, algo mágico. Al ponerme el antifaz sentí libertad, no había obstáculos, en la pista ya no tenía ese hándicap o excusa por la falta de visión, todos éramos iguales. Este deporte me ha enseñado a conocerme a mí mismo”, recalca.
Sus primeros pasos los dio con el equipo de Sevilla, apenas era un renacuajo, pero ya apuntaba maneras entre los adultos. Unos años más tarde se enroló en las filas de Valencia, donde coincidió con Jesús Santana -máximo goleador histórico de la Liga-, con quien alzó en 2011 el Campeonato de España tras vencer (13-3) a Castellón, que había ganado las dos ediciones anteriores. “Fue una de las mejores experiencias que he vivido, allí llegó mi transformación como jugador”, confiesa.
Después regresó a casa para seguir disfrutando de su pasión y en los últimos casi cinco años ha ido alternando partidos con Sevilla y con el Sporting de Portugal, con el que ha conquistado Liga y Copa, además de ser subcampeón del mundo y de Europa. “Era algo que jamás me había planteado, pero surgió ese vínculo con ellos. En la última etapa, junto a mi novia, que es cómplice de mi locura por este deporte, recorríamos 450 kilómetros para ir a entrenar, pero merecía la pena. Ha sido un privilegio jugar con los mejores. Ahora han decidido no contar con jugadores extranjeros, aunque confío en que vuelvan a llamarme”, subraya.
A pesar de ser el único español que se codea actualmente con la élite a nivel de clubes, el andaluz no tiene sitio en una selección nacional que el pasado año descendió a la segunda división europea y que atraviesa por un momento complicado. Serrato llevaba vistiendo la elástica de ‘La Roja’ desde 2011, cuando España se quedó a las puertas de los Juegos de Londres 2012. “Perdimos con Suecia en el gol de oro, fue un palo tremendo, me pasé cuatro horas llorando. Al año siguiente conseguimos la medalla de plata en el Europeo, perdimos en los penaltis con Lituania, una potencia mundial”, recuerda.
Tras unos años de sinsabores, en 2018 fue clave en el ascenso al Europeo A “tras ganarle la última plaza a Polonia, que era la anfitriona. Y en 2019 llegamos hasta cuartos de final en el campeonato continental, algo que no lográbamos desde 2013. Esa fue la última vez que jugué con España”. Acudió a una concentración durante la pandemia de la Covid-19 y desde entonces no volvió a entrar en los planes del seleccionador, Paco Monreal. “No me dio ninguna explicación. Él dice que no las da cuando te convoca y que no las pida cuando no te llama. Lo respeto, son sus reglas y tendrá sus argumentos”, comenta.
No pierde la esperanza de volver a enfundarse la camiseta de la selección y ayudar al combinado español a recuperar el brillo que ha perdido. “Uno siempre tiene la ilusión de disputar unos Juegos Paralímpicos -España no acude desde Pekín 2008-. Todos tenemos que tener ese objetivo, pero para ello hay que hacer las cosas bien desde la base, un esfuerzo en captación o crear más centros con gente formada. No sabemos vender bien nuestro deporte. Es cierto que otros países tienen más recursos y dedicación y nosotros debemos sacarle horas al trabajo para ir a entrenar, pero aquí también hay un problema y es que no se separa lo lúdico de la alta competición. A aquellos que quieran tomárselo en serio habría que meterles el veneno competitivo”, añade.
Mientras le llega una nueva oportunidad con la selección, sus oídos se preparan para bailar al son del cascabel en el inicio de la Liga a finales de este mes. Antes del estallido de la pandemia Sevilla era líder de un campeonato que finalmente se canceló. Ahora quiere dejar de ser el eterno aspirante y sumar a sus vitrinas el primer título liguero. “El equipo pintaba bien, pero la vida se paró. Nos quedamos con buenas sensaciones, hemos refrescado conceptos y vamos con ganas de implantar las mismas ideas”, apostilla este dicharachero y apasionado ‘goalballero’.