Un paseo por el atirantado Puente Real de Badajoz cambió su destino. Inés Felipe sintió un flechazo cuando divisó a un grupo de deportistas remando en el río. Al cabo de unos días empezó a palear a través de un curso de iniciación, su meta no era otra que disfrutar de la naturaleza y del paisaje por el Guadiana. Pero, animada por sus compañeros, la competición le entró en venas y ya no pudo parar. Ahora no entiende la vida sin un kayak, embarcación con la que surcará las aguas de la Bahía de Tokio, enfrentándose a un momento único: el de convertirse en la primera piragüista española en participar en unos Juegos Paralímpicos.
En mayo finalizó sexta en KL2 200 metros en la Copa del Mundo en Szeged (Hungría), resultado que le granjeó un billete para la cita japonesa. “Ni en mis mejores sueños lo habría imaginado. Han pasado un par de meses y sigo en una nube, no me lo creo. En 2016 llegué a este deporte por casualidad, cuando paseaba con mi amiga Raquel Arroyo por la ciudad. Ella fue la que me insistió en que probase, acudí al Club Piragüismo Badajoz y me acogieron con los brazos abiertos. Mi objetivo era dar un paseo y quitarme esa espinita, pero cinco años después, mira dónde he acabado, clasificada para el mayor evento al que puede aspirar un deportista”, recalca con entusiasmo.
La palista de Olivenza, que nació hace 35 años con artrogriposis múltiple y que le afecta a la cadera y a la movilidad de las extremidades inferiores, fue progresando a base de constancia y tesón hasta codearse con las mejores del mundo. “El primer día navegando cerca de la orilla iba muy nerviosa, tenía muchas dudas porque no sabía si podría montar o si volcaría ya que no puedo mover las piernas. Pero en el club me lo pusieron muy sencillo, me lo adaptaron todo para que pudiese hacer las cosas como el resto. Me enganchó porque para desplazarme por la calle voy en silla de ruedas o con muletas, pero en el agua solo dependo de la pala, con la piragua me siento libre, mi discapacidad desaparece”, confiesa.
Fue avanzando palada a palada, moldeada en sus inicios por Lucía Ribera y alternando las modalidades de maratón y de sprint, decantándose finalmente por esta última porque forma parte del programa paralímpico. “Mis compañeros me dicen que soy más maratoniana que velocista, aunque ahora me siento más a gusto en la pista, en kayak estoy muy cómoda y he progresado mucho, es una prueba explosiva en la que te lo juegas todo en menos de un minuto, es dura, pero muy divertida”, asevera.
Apenas llevaba unos meses entrenando cuando debutó en la Liga Judex de Extremadura y en 2017 en un Campeonato de España en Trasona (Asturias) con una medalla. “No me lo creía, yo apenas había salido de Olivenza e ir allí y estar rodeada de los mejores me motivó tanto que decidí entregarme a este deporte”, apunta. En su palmarés figuran varias preseas nacionales, aunque anhela colgarse su primer metal internacional. De momento ha disputado dos mundiales y dos europeos, siendo el último en junio en Poznan (Polonia), logrando un séptimo puesto.
“En las primeras competiciones me clasificaron mal y me enfrentaba a rivales que tienen más movilidad en la categoría KL3, pero me daba igual en qué posición quedara, representar a España y competir con gente más experimentada y a la que antes veía a través de vídeos ya era un gran triunfo. En 2019 me pasaron a KL2 y las condiciones se han igualado. La primera vez que corrí unos 200 metros lo hice en un minuto y nueve segundos y ahora estoy entre 56 y 58 segundos. Cuesta bastante arañar una milésima al crono, pero sé que tengo que bajar más para acercarme a los puestos de medalla”, relata.
Anclada al barco de cintura hacia abajo con unos corchos que rodean su cadera, la pacense ha dado un salto de calidad en la última temporada, ha ganado en fuerza y en resistencia y ha pulido detalles técnicos junto a Iker Líbano, uno de los técnicos de la selección española de paracanoe. “Ha tenido mucha paciencia conmigo, le estoy muy agradecida, al igual que al resto de mis compañeros y entrenadores, formamos un gran grupo”, dice. Deportista comprometida y perseverante, su trabajo durante estos cuatro años se vio recompensado en mayo en el canal magiar de Szeged tras sellar su pasaporte para Tokio.
“En la salida parecía un flan temblando y una vez completada la regata sentí una liberación, me quité presión y un gran peso de encima. Vivimos el último año con mucha incertidumbre por la pandemia de la Covid-19, pero ha merecido la pena tanto esfuerzo, estar en Japón era un objetivo personal, la meta más alta a la que puedo llegar, una motivación extra”, comenta. Entre su Guadiana, Trasona, Verducido (Pontevedra) y el Centro de Alto Rendimiento de La Cartuja en el Guadalquivir (Sevilla) ha acumulado kilómetros de preparación, sacándole todo el jugo a cada entreno para llegar fuerte al gran reto de su carrera.
“Quiero disfrutarlos a tope porque no sé si volveré a estar en unos Juegos. Ser la primera española de este deporte en participar supone una mezcla de responsabilidad, presión y orgullo. Soy realista y consciente de que las medallas están muy caras, pero nada es imposible, voy a dejarme hasta el último aliento para firmar el mejor papel. El objetivo es acceder a la final, si consigo un diploma estaría muy satisfecha. Eso sí, a mis rivales no se lo voy a poner fácil, voy a dar guerra”, concluye Inés Felipe, una deportista que rompe moldes y que enmarcará su nombre en la historia del paracanoe español.