Bajo una gran presión, asediado por sus rivales chinos, con un ruido ensordecedor en las gradas del Stade de France, Joan Munar, con la resiliencia acumulada de todos estos años, se sacó de la chistera un salto al cielo de París. Un brinco a la gloria para alcanzar el bronce en longitud T11 -atletas ciegos- en los Juegos Paralímpicos. Nunca dejar de creer. Eso es lo que hizo el español, que unos minutos antes estaba fuera del podio por un centímetro. Contra las cuerdas, en el último intento, se rearmó psicológicamente para desplegar sus alas y volar hasta el que ahora es el mayor éxito de su carrera deportiva.
Había alcanzado la barrera de los seis metros en dos ocasiones, pero en el quinto salto el chino Tao Ye se ponía por delante y le arrebataba la tercera plaza. Dice el dicho que un caballo galopa con sus pulmones, persevera con su corazón y gana con su carácter. El balear, cuando ya le faltaban pulmones para superar de nuevo un registro elevado, se agarró a lo inefable, a su gen combativo para levantarse y lograr un bronce de quilates. Una presea que redondea su palmarés y que le da sentido a tanto esfuerzo y a varios años muy complicados para él.
Arrancó el concurso con 5.91 y 5.75 metros en los dos primeros intentos. En el tercero ya hizo marca personal con 6.16. Luego se quedó en 6.03 y un nulo. Con Dongdong Di (oro con 6.85 y récord del mundo) y Schichang Chen (plata con 6.50) en otro escalón, Munar tenía una última bala para evitar que el podio fuese completamente chino. Tao Ye había hecho 6.17 metros. Las espadas estaban en todo lo alto, pero la del español era más afilada.
En el pasillo violeta, concentrado, tomó aire y comenzó una carrera fluida y potente, pasos amplios y veloces, apoyos seguros, ajuste al máximo ante la tabla, se eleva, vuela, alarga su cuerpo y las piernas y aterriza en la arena con 6.32 metros, el mejor brinco de toda su vida. Abrazo con su llamador Pedro Maroto y explosión de júbilo. Es el premio a su persistencia. Una tormentosa serie de infortunios casi le obligan a dejar el atletismo. Tras dos años sin competir y carcomido mentalmente por una racha de lesiones que le hizo dudar de su capacidad como velocista, ha encontrado el camino de la redención en el salto de longitud.
El año pasado, con apenas tres meses de entrenamientos, ganó un bronce en el Mundial de París, ciudad en la que ahora ha vuelto a dejar su rúbrica con un metal del mismo color, pero de mayor valor. A sus 28 años, era la presea que le faltaba, había ganado en mundiales y en europeos, pero nunca en unos Juegos Paralímpicos. Estuvo en Londres 2012 y en Río de Janeiro 2016, y se perdió los de Tokio 2020 al quedarse a dos décimas de la mínima. Su punto álgido lo alcanzó en 2017, cosechando sus dos primeras medallas individuales en un Mundial: una plata en 200 metros y un bronce en 100 metros lisos en T12. Tras ello, su carrera se vio frenada en seco.
“Arrastraba molestias en la rodilla y también me rompí el tendón del cuádriceps de la pierna derecha, por lo que el quirófano era la única solución. Fueron meses durísimos, de verme en lo más alto a caer en los infiernos”, comentaba en una entrevista con dxtadaptado.com. A finales de 2022 estuvo a punto de arrojar la toalla, fue perdiendo agudeza visual -nació con retinosis pigmentaria-, no encontraba un guía con el que poder correr y el desaliento cundió de nuevo. Sin embargo, en abril de 2023, tras pasar por una revisión médica, le bajaron a la categoría T11 y se aferró al salto de longitud como última oportunidad para continuar en el atletismo. La apuesta le ha salido bien. Es bronce paralímpico.