De pequeña quedaba hechizada por las escenas cinematográficas de personajes enzarzados en duelos de espadas en una especie de danza y con el entrechocar de aceros como banda sonora. Películas como ‘Peter Pan’ o ‘Piratas del Caribe’ espolearon a Judith Rodríguez a empuñar un florete con ocho años. En casa ya manejaba estoques de madera y de plástico. “Rompía con esos estereotipos de género que la sociedad trata de imponernos, no era de las que jugaba con muñecas ni soñaba con ser una princesa”, asevera. Creció entre caretas, chaquetillas y ‘touchés’, siendo cinco veces campeona de España por equipos e internacional con la selección absoluta. Su vida giraba en torno a la esgrima, pero un accidente de tráfico frenó sus sueños tras sufrir la amputación parcial de su pierna derecha.
La viguesa reenfocó su carrera deportiva a través de la modalidad en silla de ruedas, en la que se ha convertido en una de las mejores ‘mosqueteras’ del mundo. Su progresión ha sido excelsa desde que, hace tres años, se pertrechase con la indumentaria caballeresca para introducirse en esta disciplina, en la que ha sumado medallas en europeos y en Copas del Mundo, y le ha devuelto a España la miel paralímpica en París 2024 tras un barbecho que duraba desde Londres 2012. “He derramado muchas lágrimas, pero he vuelto a ser feliz porque pude volver a mi mundo, aunque fuese de una forma adaptada. Estoy aprovechando la segunda oportunidad que la vida me ha regalado”, asegura. Su gesta va más allá de este éxito forjado en las adversidades.
Después de triunfar en las categorías de formación, de despuntar durante años en el circuito nacional y de representar a la selección española por el orbe, su rumbo varió en junio de 2018 cuando regresaba a casa tras ganar la plata con sus compañeras del Club Esgrima Vigo El Olivo en el campeonato de España en Boadilla del Monte (Madrid). Su padre, Manuel, iba al volante. Una amiga del equipo, Xiana Pérez, detrás. Y Judith, en el asiento de copiloto y dormida. El vehículo se salió de la vía y volcó en la mediana de la autopista a la altura de Navas de San Antonio (Segovia).
“Cuando abrí los ojos el coche estaba dando vueltas de campana y luego la chapa deslizándose sobre el asfalto, se me hicieron eternos esos segundos. En todo momento fui consciente de la gravedad, me había seccionado la pierna por debajo de la rodilla, que colgaba de un hilo. También tenía el brazo roto y estaba atrapada. Tumbada en la carretera veía el enorme charco de sangre y llegué a pensar que ahí moriría”, relata. Dos policías de paisano que pasaban por la zona le aplicaron un torniquete y mientras esperaba al helicóptero que le trasladaría al Hospital Clínico de Valladolid, llamó a gritos a su maestro, Manolo Mariño, que llegó 20 minutos después del suceso y le dijo: “Quiero seguir haciendo esgrima”.
Del centro pucelano pasó al Hospital de Vigo, en el que estuvo un mes ingresada. “Me querían cortar la rodilla porque me quedó poco hueso, pero conseguimos salvarla ya que mi ortopeda de Institut Desvern dijo que me podían hacer una prótesis así, algo que me ha permitido tener más movilidad. Y tuve secuelas en el brazo derecho, del que aún sufro dolores, el codo no estira del todo. Ya podría haber sido el izquierdo, que no es el bueno”, dice riendo, porque a todo le pone un toque de humor. Pese a los altibajos, digirió con entereza su nueva situación, arropada siempre por familiares y amigos. “Al principio costó, veía tristeza en sus caras, hasta que rompí la veda y empecé con las bromas, no quedaba otra que reírse de una misma. Perdí una pierna, pero seguía con vida”, enfatiza.
Una de las personas que le ayudó a cambiar el chip fue Desirée Vila, promesa de la gimnasia acrobática a la que amputaron una pierna por una negligencia médica y que se reinventó a través del atletismo. “Nadie como ella podía entender por lo que estaba pasando. Su visita en el hospital fue vital, tenía miedo porque la discapacidad para mí era un mundo desconocido, pero me ayudó y me dio muchos consejos. Es una chica joven que desprende alegría y energía, recuerdo que me decía que mirase el lado positivo, que ahora solo tendré que ponerme un calcetín o que nada más me dolerá un pie -ríe-. A día de hoy somos amigas y es increíble que vayamos a compartir unos Juegos Paralímpicos en París”, recalca.
Lo que más le costó a Judith fue asumir que ya no volvería a practicar la esgrima tradicional. “No paraba de darle vueltas, era injusto. Tardé muchísimo en regresar a la sala de mi club, cuando veía a mi entrenador me echaba a llorar. De lunes a domingo iba a entrenamientos y a las competiciones, era árbitro y daba clases a niños, siempre estaba en el mismo ambiente y todo me lo quitaron, fue un golpe muy duro. Era difícil incluso ver competir a mis compañeras, que se volcaron conmigo”, cuenta. Era tal su amor por la esgrima, deporte que le enganchó después de hacer natación, gimnasia rítmica, patinaje y hockey sobre hierba, que, una vez preparada psicológicamente, decidió bucear por internet para empaparse de la modalidad adaptada.
Eso sí, al principio era reacia a sentarse en una silla de ruedas: “No la quería, me daba reparo, no me convencía. Hasta que un día mi maestro colocó en la pista dos sillas de escritorio y nos pusimos a practicar. Me di cuenta de que no podía renunciar a mi pasión”. El empujón definitivo llegó durante el confinamiento por la pandemia de Covid-19 gracias a las largas conversaciones telefónicas que mantuvo con Carlos Soler, seleccionador español y con cuatro Juegos Paralímpicos en su currículum. “Me contó su experiencia y terminó por convencerme, le estoy agradecida porque me ha enseñado mucho. Con apenas un mes de entrenos disputé en Valladolid mi primera prueba ganando un oro, una plata y un bronce. Escuchar de nuevo ‘En guardia, ¿listos? ¡Adelante!’ me hizo sentir viva”, confiesa.
“Empezamos de cero. La gran diferencia es que antes nos movíamos con los pies y ahora con el tronco. Estamos más cerca del contrario, es más rápido y no te da tiempo a pensar para tomar decisiones. Sí que es igual la técnica de mano, los asaltos, la agresividad y la tensión. Cada día descubro algo nuevo, me queda mucho camino por recorrer. Es un deporte de estrategia, que exige madurez y saber interpretar los movimientos de tu rival, eso necesita un tiempo de aprendizaje”, afirma. Esgrimista por persistencia, valiente, tenaz y de carácter corajudo, la gallega irrumpió en el panorama internacional a lo grande, con un oro en la Copa del Mundo de Sao Paulo en abril de 2022, poniendo fin a una sequía de 12 años sin medallas para España.
“Fue una sorpresa, era la novata. Me ayudó el afrontarlo sin presión ni nervios. Cuando gané no paré de llorar, pensé en todo lo que había trabajado desde el accidente para recuperarme física y mentalmente. Mis rivales se preguntaban ¿De dónde salió la española? -ríe-. A partir de ahí me ficharon, los entrenadores del resto de países grababan mis asaltos para tenerme más controlada”, comenta. Pese a ello siguió cosechando éxitos, con tres oros, una plata y tres bronces más en Copa del Mundo, así como otros tres bronces europeos. También se quedó a un solo tocado para subir al podio en el Mundial de Terni (Italia) del año pasado. Sus buenos resultados le han granjeado un billete para París 2024. No sin sufrimiento ni suspense.
“Desde niña soñaba con ir a unos Juegos y voy a cumplirlo tras mucho esfuerzo. Es la recompensa a todo el trabajo de estos años. Han sido meses de estrés y presión, con la calculadora analizando los puntos que necesitaba para clasificarme, ya que suponía un desafío grande porque son pocas plazas para muchas tiradoras y hay rivales que llevan 15 años intentándolo y no lo han conseguido. En algún momento tuve miedo de no lograrlo, pero afortunadamente estaré en el Grand Palais, me lo merezco”, apunta Judith, que devuelve así a la esgrima española a una cita paralímpica, huérfana desde 2012, cuando Carlos Soler participó en Londres.
El técnico malagueño no oculta su felicidad: “Su incorporación al equipo ha sido lo mejor que ha pasado en este deporte en los 12 últimos años. Antes de ella estuvieron en el candelero buenos tiradores que se quedaron a las puertas de unos Juegos, como Álex Prior, Lorenzo Ribes o Begoña Garrido. Que ella se haya clasificado es una gran satisfacción personal, como si lo hubiese hecho yo mismo. No se conforma con quedar segunda, es una chica ganadora. Me voy a mojar diciendo que va a conseguir una medalla”.
Aunque se considera floretista, con la espada ha cosechado sus mayores éxitos y con ambas armas irá a por las preseas. Le encantaría tomar la alternativa de pioneras como Paqui Bazalo y Gema Hassen-Bey, oro y bronce, respectivamente, en Barcelona 1992, además de bronce por equipos junto a Cristina Pérez tanto en la Ciudad Condal como en Atlanta 1996. Daniel Lamata, con un bronce en Sídney 2000, fue el último esgrimista español en sumar un metal: “Es un honor, un orgullo y una responsabilidad coger el relevo, representar a tu país y dar a conocer esta modalidad. Aunque no estaría aquí sin la ayuda de todos los compañeros que me han apoyado”.
“No me vale solo con ir, quiero ganar, voy a por las medallas. Las chinas están muy fuertes, pero he ganado a alguna de ellas, al igual que he superado a campeonas paralímpicas y mundiales, así que puedo repetirlo en unos Juegos, no son extraterrestres. De las ocho primeras que estamos en el ranking, cualquiera puede ganar el ansiado oro. Ellas tienen más experiencia y yo tengo más hambre y al ir sin presión puedo ser más peligrosa”, matiza. Lo demostró en julio en la Copa del Mundo de Varsovia (Polonia) al lograr un oro y una plata. “Tengo los pies en la tierra, pero es una posibilidad real y no hay otro objetivo que no sea pelear por las medallas”, remata Judith Rodríguez, una guerrera que desborda entusiasmo y que ha redibujado su vida blandiendo un florete y una espada y derribando los muros de su destino con el tocado de la determinación.
JUDITH RODRÍGUEZ
Judith Rodríguez Menéndez (Vigo, 1995). Esgrima. Ha logrado cuatro oros, una plata y tres bronces en la Copa del Mundo y tres bronces en europeos. Disputa sus primeros Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Persistente, alegre y familiar.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Mi libreta, en la que plasmo mis pensamientos.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Escribir se me da bien, también jugar a la videoconsola, a juegos de FIFA o Assassin’s Creed -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme, perdemos muchas horas en los viajes.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A quedarme sola en el mundo.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Las galletas -ríe-.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
Me encanta pasear de noche en Vigo junto al mar, sentarme en un muro con mi libreta tomando anotaciones y relajarme escuchando las olas.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A mi perro.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un perro o en un animal que volase.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Lume’, de Dakidarría. Un libro, cualquiera de ‘Elvira Sastre’. Y una película, ‘Peter Pan’.