Las olas de la vida de Iker Sastre, un palista bravo que surfeó al destino

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Sepultado bajo el peso del agua, Iker Sastre estuvo en el límite de la vida y la muerte. Entre el danzar de un mar enfurecido, no claudicó porque en su mente se activó algo más allá de la voluntad que le despertó fuerzas ignotas para llegar, exhausto, hasta la orilla. Tenía 23 años, enfundado en su traje de neopreno y armado con su tabla de surf, celebraba su recién estrenada licenciatura en fisioterapia. Era feliz cabalgando olas, aunque una de ellas, de menos de dos metros, cambió su rumbo cuando lo lanzó hasta el fondo marino, provocándole una lesión medular. Salió a flote con el tenis de mesa en silla de ruedas, modalidad en la que se ha labrado un destacado palmarés. Subcampeón del mundo y de Europa en dobles, buscará en París su primera medalla paralímpica.

“Llegar a la élite ha costado, ha sido una pelea constante, un trabajo diario, de pico y pala, de no rendirme pese a las adversidades. Me considero un superviviente de este deporte, con pocos recursos he podido cumplir sueños”, recalca el bilbaíno, que siempre ha sido un torbellino de energía y bravura. De niño, “obediente en casa y buen estudiante, pero ‘gamberrete’ en la calle”. Creció con un balón en los pies en un campo de fútbol de albero, en ocasiones embarrado, defendiendo la elástica del CD Sondika. El surf, su otra pasión. “Era mi forma de vida, disfrutaba en contacto con la naturaleza. Recorría muchos kilómetros en moto por el litoral cantábrico para ir a coger olas”, asegura.

En el verano del 2000 había regresado a Vizcaya tras finalizar sus estudios y empezó a ejercer como fisioterapeuta en las categorías inferiores del Bilbao Basket y en una clínica médica. Entre un trabajo y otro aprovechaba cualquier rato libre para agarrar su tabla y surfear. “El día de mi accidente, que fue un infortunio, estaba en la playa de Sopelana y una ola grande me tiró, caí mal, no me protegí y la cabeza impactó con el arenal. Ahí me enfrenté al momento más complicado de mi vida, creí que se acababa todo para mí”, relata. Por suerte, no perdió la conciencia. Las piernas las tenía inmovilizadas e hizo un enorme esfuerzo para reunir aire en sus pulmones y escapar de las garras del mar.

El palista bilbaíno sufrió una lesión medular al golpearse la cabeza con el fondo marino mientras surfeaba. Foto: RFETM

“Se me hizo una eternidad llegar a la orilla, fue una lucha por sobrevivir. Apenas podía mover los brazos, pero le eché coraje y huevos. Me ayudó la corriente, que me llevó hacia la tierra. Una vez fuera del agua, una bañista avisó a los socorristas y me trasladaron al Hospital Universitario de Cruces, donde me confirmaron que me había fracturado una vértebra. Sabía lo que tenía porque ese año estudié las lesiones medulares. Ya no volvería a andar, pero nunca lloré ni me hundí, lo asumí rápido, mentalmente fui más duro de lo que creía”, cuenta. No quiso perderse en un pañuelo de amargura, aceptó su nueva situación y optó por ponerse pequeños retos diarios, con el deporte como eje principal de su rehabilitación.

No guardó rencor al mar, de hecho, volvió a surfear tumbado. Pero en sus planes no entraban aquellas actividades en las que requiriese de ayuda. Probó baloncesto en silla, pádel, esquí, natación, vela o parapente, aunque lo que le cautivó fue el tenis de mesa. “No necesitaba una gran infraestructura, ni tanto material o dinero, era muy accesible e inclusivo, eso fue lo que hizo decantarme por este deporte, el poder competir con gente sin discapacidad”, asevera. En el Club Fekoor, en el que actualmente se encarga de moldear a una treintena de palistas, comenzó a golpear la bola.

Su estreno no fue el deseado, perdió sus siete partidos en el Open de Irlanda en 2007, una lección de la que aprendió. “Salí escaldado, no gané ni un set -ríe-. Me sirvió para espabilar, cambiar el chip y decidir que para llegar lejos tenía que doblar entrenamientos y dedicarle muchas horas”, apunta. El tiempo le dio la razón. Ahora acumula casi 50 medallas internacionales. De todas ellas, destacan los tres bronces europeos por equipos (2013, 2015 y 2019), así como el subcampeonato mundial (2022) y la plata continental (2023) en dobles junto a Miguel Ángel Toledo. “Nos hemos afianzado en el Top 3 del ranking. El oro en un gran campeonato es nuestra tarea pendiente”, afirma.

Para el vizcaíno, uno de sus mayores logros fue la clasificación para Tokio 2020, sus primeros Juegos Paralímpicos. Era lo que siempre había perseguido y en la capital japonesa pudo sacarse la espinita clavada que le dejó Río de Janeiro 2016, evento del que se quedó fuera por un puesto. “Lo pasé mal, fue un mazazo. Estaba dentro, pero en el último torneo se dieron resultados dudosos entre mis rivales, digamos que el más malo le ganó al más bueno, y el perjudicado fui yo”, lamenta. Lo digirió pronto y en el siguiente ciclo puso toda la carne en el asador para llegar a Tokio: “Supuso una liberación, aunque pequé de novato. La Covid-19 lo empañó todo, sin público, aislado de la gente, eso me afectó deportivamente, no estaba fresco mentalmente y no rendí a mi nivel”.

Iker Sastre, junto a Miguel Ángel Toledo, es subcampeón del mundo y de Europa en dobles. Foto: RFETM

Regresó con más brío y en estas tres últimas temporadas no ha parado de cosechar éxitos hasta sacar su billete para París, su segunda cita paralímpica. Aterriza en Francia con 47 años y en el mejor momento de su carrera. “Antes era más agresivo, me enfadaba si no salían las cosas, ahora soy más calmado y técnico, disfruto más de cada partido. Me he convertido en un jugador muy equilibrado y constante, el que me quiera ganar, tendrá que luchar mucho. Y mi principal golpeo es el plano de revés, cuando lo elijo bien, suelen ser puntos directos”, comenta.

Competirá en clase 2 (deportistas en silla de ruedas) con el podio entre ceja y ceja. “Este deporte se ha profesionalizado, cada vez es más difícil conseguir metal. Los dos primeros del ranking, el polaco Rafal Czuper y el francés Fabien Lamirault, están un escalón por encima, y el resto estamos muy parejos. Si tengo suerte en el sorteo, puedo dar guerra, confío en mis posibilidades”, agrega. Las opciones de alcanzar una presea aumentan en la prueba de dobles con Miguel Ángel Toledo, jugador con el que forma una dupla muy sólida.

“Vamos a por las medallas. La clave de nuestro éxito es que somos muy buenos amigos y nos tenemos un gran respeto, valoramos antes el equipo que el apartado individual. Nos compaginamos muy bien, cuando uno baja, el otro sube. Toledo es más cerebral y es más líder a la hora de preparar estratégicamente las jugadas, y yo le pongo esa garra vasca y la fuerza”, dice. Parten entre los favoritos junto a los surcoreanos Jin Cheol Park y Soo Yong Cha y a los franceses Julien Michaud y Lamirault, a quienes ya saben lo que es ganarles: “Será una gran batalla. Nos llaman los ‘chicos de plata’ y firmaría perder otra final, que me jodería, pero una plata en unos Juegos Paralímpicos tiene que ser la hostia”.

Iker Sastre disputará en París en clase 2 sus segundos Juegos Paralímpicos. Foto: RFETM

IKER SASTRE

Iker Sastre Sánchez-Vallejo (Bilbao, 1977). Tenis de mesa. Subcampeón del mundo y de Europa en dobles. Cuenta con casi 50 medallas internacionales. En París disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.

1.- Defínase con tres adjetivos.

Luchador, constante y superviviente.

2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?

La Ikurriña, la bandera del País Vasco.

3.- ¿Tiene algún talento oculto?

Mi talento se puede ver a primera vista, no hay nada oculto -ríe-. El principal, que soy una persona habilidosa para cualquier deporte.

4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?

Volar.

5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?

Miedo al dolor, a envejecer con problemas físicos.

6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?

A unos buenos chipirones en su tinta.

7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?

Al mar.

8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?

A mi chica.

9.- ¿En qué animal se reencarnaría?

En un león.

10.- Una canción y un libro o película.

‘Ellos dicen mierda’, de La Polla Records. Un libro, ‘Los cuatro jinetes del Apocalipsis’, de Vicente Blasco Ibáñez. Y una película, ‘Pulp Fiction’.

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