La vallisoletana fue un prodigio adolescente en la piscina, en la que ganó 13 medallas entre los Juegos Paralímpicos de Toronto 76, Arnhem 80 y Nueva York 84.
Jesús Ortiz / dxtadaptado.com
La primera vez que Maite Herreras acudió a una competición nacional, el público fijó su mirada en ella por su contextura menuda y liviana. Nadie pensó que aquella niña de 12 años que se sostenía de pie entre dos muletas se desenvolviera en el agua con brazadas eléctricas y una potencia extrema. Disputó tres pruebas y ganó tres oros. En esos chapuzones nació la primera adolescente prodigio de la natación española. La ‘Sirena del Pisuerga’ acumuló en una década 13 preseas en los Juegos Paralímpicos, 21 medallas en los mundiales de Stoke-Mandeville (competición anual precursora de los Juegos) y 59 oros en campeonatos de España.
Con ocho meses se convirtió en una de las afectadas por la epidemia de poliomielitis que sacudió a la población infantil española entre 1956 y 1963. Para mejorar la movilidad en las piernas los médicos le recomendaron nadar y comenzó a hacerlo en la piscina cubierta del Instituto Zorrilla, en Valladolid. “Empecé con la típica burbuja rosa a la espalda, al principio pensaba que no flotaría y me hundiría, pero desde el primer día me sentí cómoda y libre, me manejaba mejor en el agua que fuera de ella. Aprendí rápido, pero en deporte adaptado no permitían competir a menores de 12 años, así que tuve que esperar mi momento”, relata.
Uno de los pioneros del despegue de la natación en Castilla y León, ‘Cunino’ Hernández, supo que estaba ante un diamante en bruto y con paciencia y disciplina fue puliendo la técnica de aquella joven, que se entrenaba con el resto de nadadores sin discapacidad. “Siempre me sentí arropada por mis compañeros y por mi entrenador, nunca me rechazaron ni sentí discriminación. Quizás porque he sido muy echada para adelante, no me arrugaba ante nadie. Y también porque mis padres nunca me sobreprotegieron, al contrario, había días en los que no me apetecía entrenar y ellos me empujaban a ir a la piscina”, asevera Herreras.
Su bautizo llegó en Zaragoza en 1974 donde sorprendió a técnicos y rivales. “Era un retaco, mido 1,50 metros y cuando entré en el pabellón la gente me decía con condescendencia: ‘Tú no te preocupes, pásatelo bien y disfruta’. Había un señor sevillano llamado Juan Alcocer -presidió la Federación Andaluza de Deportes de Minusválidos Físicos y fue jugador de baloncesto en silla de ruedas- que al verme tan pequeña me dijo que como no iba a ganar nada, me regalaba un bañador. Él estaba en la grada grabando y en la primera prueba en la que participé soltó la cámara y se puso a llorar de emoción tras verme nadar. Me llevé tres oros”, recuerda.
La única mujer española en Toronto’76
Su talento no pasó desapercibido para Antonio Hernanz, seleccionador nacional, que la reclutó para disputar los Juegos Paralímpicos de Toronto’76, siendo la única chica de toda la delegación española. “Cuando me lo comunicaron pensé que era una broma, no me lo creía, apenas tenía 14 años. La federación tuvo que enviar a una mujer para no dejarme sola, aunque siempre me iba con mis compañeros de natación, de atletismo o de baloncesto. Para mí era todo nuevo, fue increíble, disfruté mucho de aquella experiencia, es imborrable lo que viví en Canadá, fue lo máximo que me pasó en mi carrera”, recalca.
Ante cerca de 24.000 espectadores apostados en las gradas del Hipódromo de Woodbine, Herreras encabezó el desfile español en la ceremonia de apertura, “llevaba un traje color crema que me hicieron a medida, era la primera y única vez que llevé falda”, confiesa. En la competición brilló con un oro en 75 metros estilos, una plata en 25 mariposa, una plata en 50 braza y un bronce en 50 libre. “No iba de vacaciones, tampoco tenía miedo de nada y me llevé cuatro medallas. Nadie me conocía, pero a partir de ahí las rivales ya me consideraban como un peligro, me llamaban ‘la española’”, cuenta. Aquel botín le sirvió para ser reconocida como la mejor deportista por la Agrupación Española de Informadores Deportivos de Radio y Televisión.
“A las pocas semanas, a los medallistas nos recibió el Rey Juan Carlos I en la Casa Real. A mí me acababan de operar de un pie, estaba escayolada y cuando me saludó se preocupó por mí, pidió una silla para sentarme, pero me negué, mis compañeros iban de pie y no quería llamar la atención”, dice entre risas. Entre corcheras era feliz, disfrutaba y ampliaba su palmarés. Recién estrenada la mayoría de edad, la vallisoletana se llevó seis metales en los Juegos de Arnhem 1980: cuatro platas en 100 espalda, 25 mariposa, 200 estilos y 100 braza, así como dos bronces en 100 libre y en 4×100 estilos.
“En Holanda por fin había chicas en el equipo con las que compartir momentos, incluso éramos suficientes para formar un relevo, hicimos mucha piña. Lo peor fue la vuelta a casa, la sociedad en general no nos veía como deportistas. Para las instituciones no contábamos para nada, éramos unos pobrecitos en silla de ruedas que nos rehabilitábamos a través del deporte, nada más. Notaba el cariño de la gente de la calle, pero los organismos oficiales se portaron mal conmigo”, lamenta. Siempre jovial y con una sonrisa perenne, la perseverante nadadora superó obstáculos hasta llegar a Nueva York 1984, sus terceros y últimos Juegos Paralímpicos. En la ciudad de los rascacielos conquistó dos oros en 50 libre y en 50 braza y una plata en 50 espalda.
Al año siguiente colgó el bañador tras ganar un bronce en un encuentro internacional en Fulda (Alemania). “Estaba terminando de estudiar magisterio en la Universidad y sin ayudas no podía compaginar el trabajo con seis horas de entrenamientos en la piscina. Después de 13 años nadando decidí dejarlo. Quise hacer el curso de entrenadora y no me dejaron, no me dieron explicaciones, pero tampoco hacía falta, era mujer y discapacitada, no me veían capaz de enseñar a los niños. Fue duro, así que corté de raíz con la natación, me dolió mucho porque me hubiese gustado trasladar a otros jóvenes lo que sabía”, añade.
Desde que se retiró no ha seguido la evolución de las generaciones que tomaron su testigo, pero se congratula de la transformación que ha tenido el deporte paralímpico en España. “Afortunadamente sé que todo ha cambiado, tienen becas económicas, patrocinadores y un gran respaldo. En mi época mis padres lo tuvieron que pagar todo de su bolsillo. No teníamos ni material, nos daban un saco con un chándal cuyo pantalón me sobraba la mitad y cuando terminaba la competición tenía que devolverlo. Pero fui de las que puso su granito de arena para que hoy nuestros nadadores tengan estas infraestructuras y comodidades, es un orgullo”, sentencia Maite Herreras, una ‘sirena’ adelantada a su tiempo.