Era un pivote dominador y de gran envergadura, con 1,93 metros y 95 kilos bailaba como acróbata entre defensores para convertir en gol cualquier balón que caía en sus manos. Pau Navarro era una de las promesas emergentes del balonmano español, pero un accidente de tráfico que le dejó tetrapléjico, truncó su futuro. Con fuerza resiliente, nunca se rindió y cuatro años después vuelve a disfrutar del deporte a los mandos de una silla de ruedas blindada, entre placajes y ensayos. Ahora es uno de los ‘leones’ de la selección española de rugby que empieza a asomar la cabeza en Europa.
Aún no tenía el alta médica cuando probó este deporte incipiente en España, no se veía preparado para competir. Había pasado solo un año del momento que hizo virar su rumbo. El suyo es un ejemplo de constancia y de no rendirse pese al duro revés. El 17 de septiembre de 2018 es una fecha que tiene grabada en la cabeza. “Lo recuerdo todo, fui consciente de la gravedad de lo ocurrido, aunque prefiero no entrar en detalles”, dice.
Aquel día se dirigía por carretera para ver el partido de fútbol entre Girona y Celta junto a tres compañeros de balonmano. En el siniestro fallecieron Martí Batallé y Xavier Pocurull, causó heridas leves a Óscar Ollé y daños medulares irreversibles a Pau. Tres vértebras cervicales fracturadas, C5, C6 y C7. “Solo puedo mover de pecho hacia arriba, perdí la función abdominal y parte de movilidad en brazos. De la mano izquierda no puedo mover ningún dedo y en la derecha no tengo fuerza. Me considero un afortunado, salí con una lesión grave, pero estoy vivo”, recalca.
Esa voluntad inquebrantable, condición física, actitud positiva y espíritu deportivo que cultivó desde niño, primero con una pelota en los pies y luego en el balonmano, fueron claves para no hundirse ante el nuevo escenario que se le presentaba. “Soñaba con retos grandes, acababa de ganar una plata mundial en categoría juvenil, ya pisaba el primer equipo del Granollers, con el que debuté en partidos amistosos y tenía más cerca jugar la Liga Asobal. Quería llegar a la selección absoluta e ir a unos Juegos Olímpicos. Todos esos sueños se rompieron en cuestión de segundos, pero no me crucifico porque pudo ser peor”, sostiene.
Pau confiesa que el duelo lo pasó rápido, aunque lo más difícil de digerir fue el tener que decir adiós al balonmano y la incertidumbre por lo que le esperaba con su nueva situación. Tras 40 días ingresado en el Hospital del Vall d’Hebrón estaba decidido a no perder tiempo, había demostrado una capacidad fuerte para superar las heridas y la adversidad. No podía mover la silla y había perdido 24 kilos cuando llegó al Institut Guttmann, hospital especializado en neurorehabilitación. Enfrascado en su recuperación, pasaba cinco horas diarias realizando ejercicio físico, poniendo en ello cada brizna de energía.
“Me centré en recuperar la masa muscular de los brazos para tener esa autonomía que me permitiese desarrollarme en mi día a día. En los primeros días iba con collarín porque el cuello todavía no estaba soldado, pero les pedía a los fisios que me metieran toda la caña posible. Mi paso por el centro supuso una gran enseñanza, los profesionales que allí trabajan fueron mi ángel de la guarda, me enseñaron a hacerlo todo de nuevo con una silla, mi compañera de viaje”, comenta.
Y entendía que el deporte sería el faro que alumbraría su camino. Empezó con natación y luego se adentró en el tenis. “Era imprescindible, no sería persona ni disfrutaría sin entrenar ni competir. Aunque no sabía qué modalidad se adaptaría a mí”, cuenta. Le animaron a probar el rugby y el BUC de Barcelona le abrió las puertas: “Me gustó la sensación de velocidad y de hacer giros rápidos con la silla, pero no fue amor a primera vista y seguí con la raqueta. Fue frustrante porque mi cuerpo no estaba listo para entrenamientos de alto rendimiento”.
Cuando se vio preparado regresó y, desde entonces, su progresión ha sido meteórica en apenas dos años. En su localidad crearon un club, el Spartans Granollers, que en su primera temporada de andadura logró el subcampeonato de Liga. “Logramos victorias impensables, es un proyecto ilusionante. Al ser parte de un grupo que lucha por el mismo objetivo, he vuelto a sentirme deportista. Me ha aportado un subidón de autoestima y de amor por el deporte”, confiesa.
Y ya es uno de los ‘leones’ de la novel selección española que se abre hueco en la élite continental. “Es un orgullo estar con este equipo. Fue mi debut y espero que vengan muchos torneos más. Mi función, al ser un punto bajo, no es meter goles, que también los hago, sino provocarlos, trabajar con la silla defensiva para bloquear a los rivales y facilitarles la faena al compañero que lleva el balón. Es una faceta similar a la que hacía como pivote en balonmano, es algo que tengo interiorizado, al igual que la visión de juego”, explica.
España terminó quinta en el Europeo B celebrado en Noruega y se quedó a las puertas del ascenso. “Hay sensaciones encontradas. Por un lado, contentos por el trabajo realizado, íbamos últimos del ranking, éramos los tapados y nadie esperaba nada de nosotros. Demostramos que la selección ha mejorado mucho. Y por otro, un poco tristes, era una oportunidad única y nos quedamos fuera de las semifinales tras perder por un punto ante Israel”, lamenta.
El barcelonés mira al futuro con ambición y determinación, las que le han llevado a levantarse una y otra vez. “Sabemos que ahora mismo es una utopía competir con las potencias mundiales como Japón, Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia o Canadá, pero en Europa daremos que hablar, vamos a dar sorpresas. Estamos formando una selección fuerte con mezcla de veteranía y juventud, este deporte está creciendo y solo necesitamos trabajar y enganchar a más gente para aumentar el nivel en España. En cuanto a lo personal, no me pongo techo, el cambio desde hace tres años hasta ahora es brutal. Unos Juegos Paralímpicos o un Mundial es complicado, pero no imposible”, sentencia Pau Navarro, un deportista de vocación cuya médula dorsal está dañada, pero sus sueños siguen rugiendo en una cancha.