Sara Andrés, la sonrisa veloz sobre el tartán que nunca claudica

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En cada zancada desprende luz y un optimismo contagioso. Pese al sufrimiento acumulado sobre sus hombros, Sara Andrés tiene esa capacidad para hacer germinar la alegría en medio de la oscuridad, nunca claudica y no pierde esa sonrisa prodigiosa que flota por encima de la angustia. ‘Prefiero no tener pies y saber a dónde voy, que tenerlos y estar perdida’. Es el mantra que le acompaña desde que sufrió una doble amputación por debajo de las rodillas tras un accidente de tráfico en 2011. Con tenacidad y resiliencia reconstruyó su vida abrazada al atletismo, convirtiéndose en una de las mejores velocistas.

Doble medallista mundial en 100 metros T62, ambiciona asaltar el podio en los Juegos Paralímpicos de París. “Esta vez sí me veo capaz, tengo una gran confianza en el trabajo que he hecho y quiero pensar a lo grande, voy a ir a por una medalla”, recalca con mirada soñadora. Aún recuerda el primer día que probó a correr con las prótesis. Las piernas sufrían, los muñones dolían, las llagas aparecían. Apenas aguantó diez minutos, tiempo suficiente para sentirse poderosa. “Notar el viento en la cara me devolvió la libertad. Ahora, sobre el tartán me siento como un caballo salvaje que galopa indomable”, confiesa la atleta, a la que sus amigos llaman la mujer ‘biónica’ por la protagonista de la serie de televisión de los años 70 “que también era rubia y profesora, como yo”.

Le encanta mostrar sus piernas de robot para que la gente lo normalice. Aunque le costó un año aceptar su situación tras el accidente. “En la cama del hospital, cuando levanté la manta y vi que me faltaban los pies fue un mazazo, pensé que jamás volvería a andar, caí en un pozo oscuro. Estuve nueve meses en silla de ruedas. Después me apunté a teatro para quitarme la vergüenza de verme las prótesis y mejorar mi autoestima. Gracias a mi entorno y a la ayuda de psicólogos y de médicos entendí que me habían dado una segunda oportunidad y que debía valorar lo que tenía y no lo que había perdido. Y mírame, soy atleta, doy charlas motivacionales, desfilé en la Madrid Fashion Week y he escrito hasta un libro para niños”, reflexiona.

Sara Andrés, flanqueada por dos rivales holandesas, en el Mundial de París donde fue plata. Foto: CPE

Era la segunda vez que la vida le golpeaba con fuerza ya que, en la adolescencia, su madre falleció por un cáncer de pulmón. Se sumió en una depresión y su sonrisa se apagó hasta, paradójicamente, el accidente, que le ayudó a despertar de esa tristeza que tenía y a ver la parte positiva de las cosas. La madrileña tuvo que resetear y empezar desde cero hasta volver a caminar: “Cuando me vi otra vez de pie, sin ayuda, rompí a llorar de la emoción. Al principio parecía un bebé dando sus primeros pasos, caminaba con el culo hacia fuera -ríe-”.

El humor ha sido su aliado para imponerse a los momentos más amargos, es una terapia indispensable en su día a día. “La vida es más divertida cuando te ríes de ti misma. Lo he tenido que trabajar y ahora me sale de forma automática. Ese optimismo con el que veo las cosas siempre está accesible en mi cerebro y eso contagia cada pensamiento. Cada día me alimento haciendo bromas que me hacen feliz, aunque a veces son un poco duras. Por ejemplo, en la playa, cuando los niños me ven salir del agua les grito que hay un tiburón. También suelo decir que ya no me huelen los pies o que me oxido cuando llueve. Ese humor negro une y rompe barreras en la discapacidad”, añade.

Su arrojo y carácter indómito le permitieron mirar hacia adelante, siempre agarrada al deporte. Practicó surf, ciclismo, tenis en silla, hípica y paracaidismo, pero lo que más le cautivó fue el atletismo. A pesar de ser una neófita en la pista, consiguió clasificarse para los Juegos de Río de Janeiro 2016, aunque aquella experiencia casi se vio truncada porque le diagnosticaron un cáncer de tiroides. “Pasé seis meses sin entrenar, creí que no llegaba, pero hice la marca mínima. Competir en Maracaná y ganar un diploma fue un regalo, uno de los momentos más maravillosos que he vivido”, admite.

La atleta española durante una prueba de salto de longitud. Foto: CPE

Unos meses después encajó un nuevo varapalo, le detectaron un carcinoma basocelular, un tipo de cáncer de piel. “Otra vez me tocaba a mí. Sin embargo, no me vine abajo, he salido reforzada de cada bache que he superado, me daba más energía para disfrutar de la vida”, dice. Aquello tampoco frenó a Sara, que en 2017 se colgó dos bronces en el Mundial de Londres en 200 -distancia en la que posee el récord del mundo con 26.53 segundos- y en 400 metros. Y volvió a toparse con otro muro ya que ambas pruebas fueron eliminadas del programa paralímpico para Tokio 2020. La madrileña tuvo que reinventarse y pasarse a los 100 metros y al salto de longitud T62.

No guarda buen recuerdo de su participación en la cita de la capital japonesa, donde quedó séptima en la velocidad. Una serie de infortunios le privó de ofrecer todo el potencial que atesora. “Fallaron muchas cosas. En primer lugar, el Comité Paralímpico Español nos obligó a repetir las mínimas por culpa de la pandemia. Ese año estaba de pruebas con las prótesis y no salían las marcas, por lo que me entraron más nervios cuando se acercaba la fecha límite. Gasté todas las balas para ponerme en forma porque mi última oportunidad era el Europeo de Bydgoszcz (Polonia), donde gané el bronce y conseguí esa mínima. Y claro, ese pico de forma era imposible mantenerlo para los Juegos”, cuenta.

Y solo a dos meses del evento se quedó sin su entrenador, Carlos Llanos. “No me permitía entrenar con más gente, no tenía compañeros y tras exponerle eso se sintió ofendido y me dijo que quería más dinero del que le pagaba. Me dejó tirada. Me sentí decepcionada y destrozada psicológicamente. Me preparé sola, cogida con pinzas, ya que ni siquiera pude copiar los entrenos que venía haciendo porque él los borró del chat que teníamos. Y para colmo, ya en Tokio, me ponen en una habitación con una persona del cuerpo técnico que no se adaptó a mis horarios, tuve insomnio, estrés y ataques de ansiedad, algo que repercutió en la competición. En salto de longitud tuve una elongación de isquiotibiales y no llegué bien a los 100 metros, siendo séptima. Ahí acabó el martirio, cinco años tirados a la basura”, lamenta.

Aunque dudó sobre si continuar o retirarse, al final hizo borrón y cuenta nueva, se rodeó de un grupo de profesionales y se puso a las órdenes de Sara Montero. “Con ella recuperé la ilusión, fue un soplo de aire fresco.  Tiene un grupo de atletas de mucho nivel con el que me pico y me da ese plus de motivación. He cogido más resistencia, he mejorado mi técnica de carrera y ahora hago ejercicios de pliometría, multisaltos, vallas o series largas que antes eran impensables por los límites que me ponían”, explica. El cambio se vio reflejado en el Mundial de París del año pasado al conseguir el mayor éxito de su carrera gracias a la plata en 100 metros. Y en mayo volvió a colarse en el podio con un bronce en el Mundial de Kobe (Japón).

Sara Andrés celebra la medalla de plata del Mundial de París en 2023. Foto: CPE

“Venía de unos años muy duros, llegué a menospreciarme y a pensar que ya no valía para el atletismo. Pero fui perseverante, saqué mi orgullo y esa medalla, además de ser una liberación, me sirvió para demostrarme que sigo siendo buena, me ayudó a valorarme más”, apunta. Tanto la plata como el bronce, que lucen en la estantería del despacho de su casa, les ha servido de estímulo al mirarla cada día, recordándose que, a pesar de las dificultades, la recompensa acaba llegando. Y ya tiene un hueco reservado para el metal que le falta en su palmarés, el de los Juegos Paralímpicos.

A París llega sumergida en una dulce ilusión. “Estoy con muchas ganas, este año me he dosificado más y no he corrido en tantas pruebas para no desgastarme ni que me pase lo de Tokio”, agrega. La longitud, cuya marca personal es de 5,21 metros, todavía no sabe si la disputará: “Es bastante lesiva para mí y no quiero arriesgar porque no tengo opciones de podio, hay mucha diferencia con las de arriba, me juego mucho, así que igual me reservo”. En los 100 metros lisos es firme candidata a las medallas. “Estoy muy fuerte y rápida, en marcas muy competitivas. Llevaba corriendo siete años con las mismas prótesis, cuando suelen tener una durabilidad de un año, estaban muy desgastadas, pero no había dinero. Mi as en la manga es que tengo unas nuevas, de fibra de carbono, flexibles, botan menos y eso se va a notar”, comenta.

Anhela tanto una presea en París que, cuando está en la ducha, ensaya discursos de agradecimiento. “Sueño que soy medallista paralímpica, me da igual el color. Soy ambiciosa, voy a por el oro, aunque sé que la holandesa Fleur Jong es la favorita, tiene una zancada muy grande por su altura, pero si competimos en calles contiguas, ella se suele poner nerviosa por tenerme a su lado y a mí eso me impulsa, controlo mejor la presión. La clave será disfrutar y estar serena y concentrada. Para correr, el 80% es mental y el resto es físico. Más que nunca, sé que puedo, tengo esperanza, la medalla es posible”, apostilla.

Sara Andrés, plata en el Mundial de 2023, confía en lograr su primera medalla en los Juegos Paralímpicos. Foto: CPE

SARA ANDRÉS

Sara Andrés Barrio (Madrid, 1986). Atletismo. Plata mundial en 100 metros T62 en 2023, bronce mundial en 100 metros en 2024, bronce mundial en 200 y en 400 metros en 2017, y bronce europeo en 100 metros en 2019. En París disputará sus terceros Juegos Paralímpicos.

1.- Defínase con tres adjetivos.

Alegre, positiva y tenaz.

2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?

Una válvula y un destornillador por si se me estropean las prótesis -ríe-.

3.- ¿Tiene algún talento oculto?

Soy habilidosa para las manualidades, para pintar, coser, tejer o hacer, esculturas con barro o con cola.

4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?

Tener más capacidad para entender a la gente.

5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?

Tengo un miedo selectivo a las arañas. Es decir, cuando estoy sola me enfrento a ellas, pero cuando estoy acompañada por mi marido me vuelvo tonta y me pongo a gritar -ríe-.

6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?

Las patatas fritas caseras.

7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?

A mi pueblo, Villanueva de la Nía (Cantabria), que está en el valle de Valderredible, donde se cultivan las mejores patatas -ríe-.

8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?

Un libro.

9.- ¿En qué animal se reencarnaría?

En un caballo salvaje.

10.- Una canción y un libro o película.

‘Paint the town red’, de Doja Cat. Un libro, ‘Todo arde’ y ‘Todo vuelve’ de Juan Gómez-Jurado. Y una película, ‘Napoleón’.

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