Revolución de concordia y luz para inaugurar los Juegos Paralímpicos

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    Después del ambiente desangelado y pandémico de Tokio, llegan los Juegos de la luz, de la reconciliación con la pasión y la festividad del deporte. Una revolución de inclusión toma París, que, perfumada de amor e ilusión, late orgullosa. Es la primera vez que acoge unos Juegos Paralímpicos, a los que da la bienvenida exhibiendo su cultura y su historia. Ejecutó la ceremonia de inauguración más inédita y atrevida que se recuerda, un despliegue sin precedentes en el corazón de la ciudad, aprovechando la belleza de sus escenarios más monumentales. La plaza de la Concordia y los Campos Elíseos se transformaron en un estadio a cielo abierto, con un festival artístico resaltando la igualdad, la fraternidad y la libertad.

    La apertura de la cita magna reafirmó el gran esfuerzo invertido por los organizadores para celebrar el espectáculo. Empezó con una coreografía interpretada por 140 artistas y dirigida por Alexander Ekman, quien expone una paradoja entre dos grupos que pasan de la discordia a la concordia. La ‘Sociedad estricta’, resistente al cambio y con prejuicios contra las personas con discapacidad, y la ‘Banda creativa’, plena de alegría y creatividad para superar las dificultades a las que se enfrentan. A lo largo de cinco escenas, Ekman invita a pensar en cómo implementar lugares para una sociedad más inclusiva.

    Los aviones de la Patrulla de Francia sobrevolaron la plaza de la Concordia y los Phryges -mascota de los Juegos- se apoderaron del escenario para anunciar la llegada de los deportistas. Al abrigo de unos 50.000 espectadores que, entregados, poblaban las calles y también las gradas, desfilaron más de 4.600 deportistas de 169 delegaciones. Entre ellas, tres debutantes (Eritrea, Kiribati y Kosovo) y el equipo de refugiados, altavoces de los millones de desplazados que hay en el mundo y que, como ellos, sueñan con una segunda oportunidad.

    Con el Arco del Triunfo de fondo, engalanado con los tres Agitos -símbolo paralímpico-, la parte baja de la avenida “más bella del mundo”, con sus adoquines desiguales, se convirtió en un crisol de culturas, en un mar de colores en el que los participantes desplegaban su entusiasmo y felicidad entre cánticos y bailes mientras ondeaban los banderines de sus países. En el puesto 48 asomó la concurrida y animada delegación española, una de las más bulliciosas, con gran parte de los deportistas que competirán y buscarán superar las 36 medallas de Tokio 2020. Con la judoca Marta Arce y el jugador de tenis de mesa Álvaro Valera sujetando firmes el mástil y enarbolando la bandera rojigualda.

    La ceremonia, orquestada por Thomas Jolly, continuó en la Concordia, con el imponente Obelisco de Luxor. Durante el Terror, la etapa más sangrienta de la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII, las cabezas de los reyes rodaban por la plaza, víctimas de la guillotina. 235 años después, son los deportistas los que recorren uno de los grandes escenarios de la ciudad. Un espacio que une varios edificios y monumentos que ilustran la historia de Francia, limitando por un extremo con el Museo del Louvre y el Jardín de las Tullerías, un pulmón verde. Y pegado al sur, el río Sena, la arteria por la que llega la vida, fluyendo majestuoso y en silencio.

    Se sucedieron las actuaciones de Christine and The Queens, con la interpretación del popular ‘Non, je ne regrette rien’ de Edith Piaf, o del cantante Lucky Love con el tema ‘My Ability’. Sonó La Marsellesa y con el izado de la bandera paralímpica, mensajera de un futuro de paz y unidad, se abrió una nueva luz desde la torre Eiffel, siempre imponente. Hubo breves discursos del presidente del Comité Paralímpico Internacional, Andrew Parsons, y del de Paris 2024, Tony Estanguet. Y desde la tribuna oficial, el presidente de la República, Emmanuel Macron, declaró inaugurados los Juegos.

    Los últimos relevistas -entre los que se encontraban la esgrimista Bebe Vio, la ciclista Oksana Masters y el atleta Markus Rehm- portaron la antorcha con una llama que tiene su origen en Stoke Mandeville, ciudad al norte de Londres en la que el neurólogo alemán Ludwig Guttmann, padre del movimiento paralímpico, decidió organizar pruebas deportivas para veteranos de la Segunda Guerra Mundial que habían quedado parapléjicos y en silla de ruedas.

    Para rematar este desfile de grandeur, como colofón a una noche mágica, los deportistas Alexis Hanquinquant, Nantenin Keita, Charles-Antoine Kouakou, Fabien Lamirault y Elodie Lorandi fueron los encargados de encender el pebetero, el mismo que cautivó a parisinos y turistas durante los Juegos Olímpicos. Un anillo de siete metros de diámetro, 100% eléctrico, iluminado por un sistema de luces LED con agua nebulizada que simula una llama eterna, y coronado por una esfera gigantesca -rinde homenaje al primer vuelo tripulado de los hermanos Montgolfier- que parece una luna llena elevándose contra el telón oscuro del cielo, en un marco incomparable, el Jardín de las Tullerías, entre la pirámide del Louvre y la Concordia. ‘Non, rien de rien. Non, je ne regrette rien. Car ma vie, car mes joies, aujourd’hui ça commence avec toi’. Empiezan los Juegos Paralímpicos. Que prosiga la fiesta.

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