Adi Iglesias, una plata de furia y valentía en los 400 metros

La gallega sube al segundo cajón del podio en categoría T13 con un tiempo de 55.53, que supone marca personal. Es su segunda medalla en los Juegos Paralímpicos de Tokio tras el oro en 100 metros.

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La gallega Adi Iglesias logra la medalla de plata en 400 T13. Fuente: CPE

Apenas unos minutos después de coronarse como la reina de la velocidad en categoría T13 (discapacidad visual), Adi Iglesias ya pensaba en ponerle el broche perfecto a su debut en unos Juegos Paralímpicos con otra medalla en los 400 metros, una prueba que considera para valientes. De ello anda sobrada la española, que volvió a pasar por el tartán con la furia de un huracán para conquistar una plata de prestigio. Dos medallas en Tokio y a sus 22 años. El presente y el futuro es suyo.

Dada su calidad intrínseca y su estado de forma física, hacerse ilusiones con el podio en una distancia que no es su principal fuerte no era descabellado. Armándose con toneladas de voluntad y de corazón, se recompuso tras imperar en los 100 metros lisos para llevar a cabo un esfuerzo titánico más y poner sus piernas al límite. La gacela de las trenzas doradas es la combinación de disciplina, constancia, talento e inteligencia, elementos que desplegó una vez más sobre la pista.

Bajo un cielo cubierto de nubes y una fina y persistente lluvia, la gallega aparecía por la calle siete sonriendo, sin pestañear ni acusar los nervios. Tras una buena salida se situó tercera, controlando los tiempos y esperando su momento. A mitad de carrera decidió atacar, cambió de ritmo y con una aceleración constante se puso primera. Pero en la curva, por su izquierda, irrumpió la azerbaiyana Lamiya Valiyeva como un cohete para volar hasta el oro y el récord paralímpico con 55 segundos clavados.

La española, que es una velocista pura y terminó acusando el ácido láctico, cruzó la meta en 55.53 segundos, que suponen mejor marca personal. Con la bandera de España en sus brazos, caminaba ufana, guiada por una sonrisa que brillaba en un estadio de gradas inmensas y silenciosas. “Es una prueba muy complicada y se necesita más trabajo de distancia muy larga, soy más de 100 y de 200 y este año me he visto en un poco de aprieto para trabajar el 400. En los últimos 80 metros he empezado a sentir el ácido láctico y me pesaba todo el cuerpo y he intentado luchar hasta el final, creo que lo he hecho bastante bien y he llegado con la sensación de haberlo dado todo”, ha explicado.

Una plata como epílogo perfecto en su debut en unos Juegos para Adi, un torbellino que llegó desde Bamako (Mali) hace más de una década. De pequeña se enamoró del atletismo cuando se pegaba al televisor para ver “figuras borrosas” en las pruebas de velocidad. Apenas podía corretear y moverse por su aldea, creció sin salir de su barrio por temor a que fuese secuestrada como otros niños con albinismo, una condición genética que está perseguida y considerada maldita en su país de origen.

“Si me hubiese quedado allí, quizás hoy no estaría viva. Nos consideran gafes y hay cazadores que amputan una parte de tu cuerpo para venderlo como amuleto de fortuna o entierran el pelo para atraer la riqueza”, explicaba la joven en una entrevista con este medio. En 2010 abandonó África y tras convivir con un hermano en La Rioja acabó en un centro de menores.

Hace seis años se cruzó en su vida Lina Iglesias, profesora en Lugo, que decidió adoptar a aquella adolescente de piel blanca y cabello rubio. Encajaron a la perfección y en una de sus primeras charlas salió el deseo de Adi por correr. Su madre movió cielo y tierra para que su hija cumpliese el sueño de ser atleta. Ya no queda drama en su rostro, ahora sonríe y esprinta libre, sin miedo. En Tokio, la también campeona de Euroopa, se ha doctorado con un oro en 100 metros y una plata en 400.

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