“Los ojos no son más que unas lentes, es el cerebro quien realmente ve”. Este retazo de la obra ‘Ensayo sobre la ceguera’ de José Saramago lo reproduce en su día a día Adolfo Acosta, uno de los estandartes de la selección española de fútbol para ciegos. La oscuridad llegó a los ocho años cuando le detectaron retinosis pigmentaria, una enfermedad degenerativa. A través del deporte descubrió una luz diferente y desde hace 20 años hace goles al son del tintineo de los cascabeles que emana del balón.
Cuando se adhiere el cuero a sus botas, lo conduce con destreza y lo manda a la red de la portería, nadie diría que es invidente. Solo el antifaz le delata. “No tuve más remedio que adaptarme a lo que me tocó, pero nunca me deprimí. Jugando al fútbol me siento libre, no dependo de una persona que me lleve agarrado del brazo ni tampoco del bastón. Me ha dado mucho, saber relacionarme con las personas, viajar y orientación para moverme en la calle”, explica.
Su romance con el balón nació en el recreo del colegio, en Las Palmas de Gran Canaria. “Era un estorbo, veía poco la pelota y más que darle a ella golpeaba a mis compañeros”, bromea. Con 15 años tuvo que hacer las maletas y viajar hasta Sevilla para estudiar en un centro de la ONCE, donde practicó natación, atletismo, goalball y fútbol. No ve sus jugadas, los pases ni los goles, pero sí los dibuja en su cabeza. “Tenemos otra forma de ver y de sentir este deporte, sabemos jugar con nuestras limitaciones. Las sensaciones cuando marcas y lo celebras con tus compañeros es única”, asegura.
Acosta, un futbolista ambidiestro, de gran envergadura y con mucha dinamita, lleva dos décadas goleando. En 2001 debutó con la selección española y desde entonces no se ha perdido ningún torneo internacional. Ha ganado dos platas mundiales, dos bronces en los Juegos Paralímpicos (Atenas 2004 y Londres 2012) y seis oros europeos, el último en Roma en 2019. “He vivido una carrera muy bonita y espero alargarla un poco más, aunque sé que el final se acerca”, confiesa el jugador, que trabaja como vendedor del cupón de la ONCE en el barrio del Pilar en Madrid.
A sus 40 años no piensa más allá de cada temporada y confía en seguir desplegando su talento en ‘La Roja’. “Tengo un hijo pequeño, Samuel, y mi mujer me consiente mucho, pero me pregunta que cuando voy a colgar las botas. En el momento que vea que España no opta a grandes cosas o que en lo personal no puedo aportar nada, lo dejo. Mi rol ha cambiado, ahora suelo salir más desde el banquillo, pero aún puedo demostrar que valgo para esto. Diría adiós antes que arrastrarme por el césped”, recalca.
El capitán estará a las órdenes del seleccionador Jesús Bargueiras en Tokio, donde afrontará sus quintos Juegos Paralímpicos. “Estoy con la ilusión de los primeros, es una cita especial en la que te sientes un deportista de élite. Tengo una espina clavada, aún no he jugado una final en los Juegos y ojalá este sea nuestro momento”, añade. En Río de Janeiro 2016 España acudió como repescada tras la sanción a Rusia y apenas tuvieron un par de semanas para preparar la competición. Esta vez se ganó por méritos propios la plaza tras ganar el campeonato continental de hace dos años.
Se medirán en la fase de grupos a Argentina, Marruecos y Tailandia. “Llegamos con las pilas cargadas, en los tres últimos años hemos mejorado físicamente y lo demostramos en el Europeo de Roma, donde parecíamos aviones. Estamos fuertes y queremos dar guerra, pero hace falta dar un plus más ya que nos medimos a los mejores del mundo. Brasil es la favorita, ha ganado las cuatro ediciones anteriores, aunque el finalista siempre ha sido un país diferente, Argentina, China, Francia e Irán. Esperamos que a la quinta sea la vencida y España juegue una final. El objetivo es llegar a semifinales y soñar con las medallas. Vamos a pelear y a darlo todo”, sentencia Acosta.