Embalse/lavoz.com.ar. La mujer, sentada en las gradas, observa con una sonrisa a su hijo de 11 años, que aguarda su turno para tirar al aro. El pibe tiene cubiertos sus ojos con una venda.
“Esto es una experiencia única, hacen básquet y además es una gran oportunidad para que se relacionen con otra gente”, apuntó Karina Quintana, que vive en Tucumán y tiene dos hijos con síndrome de Marfan, una enfermedad genética con consecuencias severas. Ambos padecen una grave disminución visual y un aumento inusual de la longitud de los miembros, entre otros inconvenientes.
La mujer viajó con sus dos niños para participar del tercer “campus” de enseñanza de básquet para personas con discapacidad visual, que se realizó en el Polideportivo de Embalse días atrás y reunió a unos 60 no videntes, de 5 a 70 años.
Límites que se borran. Muchos de los asistentes tomaron por primera vez una pelota entre sus manos. “La propuesta se basa en la enseñanza de una actividad física, para combatir el sedentarismo, que acarrea más riesgos”, precisó Daniel Haylan, director del Consejo Nacional de la Discapacidad, una de los organizadores, junto al Ministerio de Turismo de la Nación y la Dirección de Discapacidad de la Provincia de Córdoba. También colaboraron como voluntarios, alumnos de la escuela Manuel Belgrano, de la ciudad de Córdoba.
“Es importante cambiar el modelo médico que relaciona la discapacidad con una enfermedad, a un modelo social”, apuntó Haylan, que desde pequeño se traslada en silla de ruedas, secuela de una poliomielitis.
En el “campus” en Embalse, durante una semana participaron personas de una decena de provincias argentinas y una delegación de Uruguay.
“No sean vagos, pero no trabajen tanto”, arengó Sergio Pérez, presidente de la Mutual Uruguaya de Deportistas Ciegos, que cruzó el charco para conocer la experiencia y tratar de sumar el básquet a los deportes que ya practican los no videntes en su país, como atletismo, fútbol, judo, natación, ciclismo y ping pong.
Su consejo está emparentado con su historia personal. El hombre trabajaba de 7 a 23, “tenía auto, casa y buen pasar”, pero un pico de estrés dañó sus nervios ópticos, y en dos meses perdió la visión. “A partir de ahí, mi vida fue otra”, dijo.
Después del shock que lo tuvo paralizado un par de meses, decidió seguir peleándola. A la fuerza cambió sus hábitos y uno fue incorporar el deporte adaptado a su vida.
El hombre subrayó la importancia del deporte como herramienta, más allá de competencias o medallas. “Abre la cabeza y ayuda a la inserción social”, señaló. “Hay ‘gurises’ que estuvieron cuatro o cinco años sin salir de sus casas y, de pronto, practicar un deporte les permite relacionarse, competir y hasta algunos viajaron a otros países”, añadió.
Reveló que, en la mayoría de los casos, es la propia familia la que no propicia el acercamiento de los no videntes a cualquier disciplina por un temor protector, que resulta nocivo.
En la cancha, una cadena está en lugar de la red y anuncia que la pelota entró. Cuando suena, hay aplausos. En distintos sectores, niños y adultos, mujeres y hombres, practican el tiro al aro, guiados por voluntarios y profesores.
Walter Vives, que pasó por las inferiores de Atenas de Córdoba, y es entrenador para ciegos en Santa Fe, contó de la capacidad de asimilación de sus alumnos. Y Rubén Santillán (68) no ve pero debutó con la pelota. “Nunca lo practiqué cuando veía; ahora lo hice siendo no vidente”, comentó. Contó que dejó de ver, de golpe, ocho años atrás, mientras leía el diario en su casa. “Esto para mí es como volver a empezar en la vida”, contó el santiagueño, con sus ojos húmedos de emoción.