Manuel Robles, la tenaz pala que abrió camino en el tenis de mesa

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El andaluz, con 30 títulos de campeón de España, seis Juegos Paralímpicos y dos bronces en Barcelona 1992 y Sídney 2000, ha sido uno de los mejores jugadores de la historia en silla de ruedas.

Jesús Ortiz / dxtadaptado.com

Desde que era pequeño, Manuel Robles se ha pasado la vida dándole golpes a una volátil pelota con una pala. Apoyado en una muleta, con su hábil muñeca, inteligencia y ángulos imposibles despachaba a rivales más mayores que él en el salón parroquial de su pueblo, Monachil (Granada), en el corazón de Sierra Nevada. Aquella mesa rectangular alumbró a un jugador de leyenda que ha dejado un legado. Campeón de Europa, varias medallas mundiales, dos bronces en seis Juegos Paralímpicos y 30 títulos nacionales lucen en sus vitrinas. Inagotable, con 61 años el andaluz continúa en la brecha, compitiendo y enseñando los valores del tenis de mesa a las nuevas generaciones.

El granadino Manuel Robles en sus inicios.

Agarró una pala por primera vez hace 50 años, poco después de un accidente que le cambió la vida. “Tenía ocho años y me caí desde una higuera que tenía mi abuelo en la puerta de su casa. Tuve la mala suerte de golpearme la espalda con un arado de acero. Al principio dijeron que no tenía nada, pero cada vez iba peor, cojeaba mucho y tuvieron que operarme”, relata. Un coágulo de sangre le presionaba la médula, la cual le rozaron durante la intervención y desde entones sufre una paraplejia incompleta, que ha ido empeorando con el tiempo. “Fue muy duro, me ponían cuatro calmantes al día y los médicos estaban esperando a que me muriera”, asegura.

Cuatro meses pasó postrado en una cama del Hospital Ruiz de Alda de la capital nazarí hasta que un doctor que venía de Madrid le dio esperanzas. “De la noche a la mañana todo dio un giro. Me trasladaron en ambulancia a Barcelona, al Institut Guttmann, donde estuve ingresado dos años. Mi padre tuvo que venirse conmigo y dejar a mi madre con mis dos hermanas pequeñas. Allí empecé a recuperarme poco a poco, a ganar movilidad y a ser consciente de lo que me había pasado”, comenta. A su regreso a Monachil, su cojera no iba a ser un obstáculo para aguantar el ritmo de sus amigos: “Nunca tuve complejos, hacía lo mismo que el resto. Cruzaba el río o subía a Sierra Nevada y me metía en la nieve con la silla. Era muy travieso e insistente”.

El veneno por el tenis de mesa le llegó por medio del párroco de su municipio. Ajenos al sol que hacía hervir las calles de su pueblo en verano, Manuel se afanaba, golpe va y golpe viene, en un pequeño espacio que la iglesia había habilitado para el ocio de los más jóvenes. “Recuerdo que la primera pala que cogí era de corcho y era tan bueno que la gente mayor no me dejaba participar porque les ganaba hasta jugando con una muleta”, dice entre risas. En esa época era un hobby para él y no se convirtió en su pasión hasta 1981, cuando participó en el Campeonato de España para gente con discapacidad.

Primeras medallas

“Un compañero del colegio, Salvador García, vino a buscarme a la librería que había montado en el barrio Zaidín y me animó a presentarme. Nunca había jugado en una silla de ruedas, me trajo una del hospital y acepté el reto. Tras unos meses de preparación, gané esa competición”, subraya. Desde entonces, el granadino fue devorando títulos, ganando 30 oros en 36 ediciones. “Casi todos de forma consecutiva menos uno en el que logré plata porque me acababan de operar de apendicitis y me habían prohibido jugar. En el resto llegué al podio con tres platas y tres bronces”, apunta.

El deportista andaluz en el primer cajón del podio en un torneo.

Esa tenacidad, voluntad, picardía y talento que atesoraba también le encumbraron a la élite mundial. Sin entrar en batallas físicas, destacaba por su cabeza, reflejos y agresividad en cada golpeo, armas que le granjearon un currículum brillante. En su debut internacional sorprendió con una plata en el Europeo de Delden (Holanda) en 1983. A partir de ahí llegó una catarata de preseas: en mundiales consiguió bronce individual en China Taipéi en 2002 y bronce por equipos junto a Cristóbal Gallardo y Paco Jodar en Dijon (Francia) 1986. En europeos, ocho metales, siendo el oro de Frankfurt en 2001 uno de sus lauros más importantes.

En sus inicios probó otro deporte, el baloncesto en silla, llegando a jugar más de 20 años en el equipo que él mismo fundó en 1982, el Club Deportivo Arrayán de La Zubia. “Estábamos en Segunda División y ascendimos un par de veces a División de Honor, compitiendo con los mejores del país. Incluso jugué con la selección española el Europeo de Berlín en 1993, dónde nos clasificamos en quinta posición”, recuerda con orgullo el granadino, que cuenta con seis Juegos Paralímpicos a sus espaldas. Aún era un palista bisoño cuando aterrizó en Stoke Mandeville’84. “Iba con mucha ilusión, pero no pasé de la fase de grupos. Me faltaba experiencia internacional y técnica. Nos medíamos a rivales que utilizaban materiales de primer nivel, picos largos, gomas lisas o antitop y a mí me costó más adaptarme”, lamenta.

En Seúl’88 tampoco le fue bien tras quedar noveno. “Fueron los Juegos de la integración, se hicieron en las mismas instalaciones que los olímpicos. Allí me harté de firmar autógrafos, salía de un pabellón y una multitud de niños se agolpaba alrededor nuestra. Aunque lo que más me impactó fue el viaje, cogimos la ruta larga por Alaska y tardamos 25 horas en llegar, fue una odisea”, afirma. Su constancia tuvo recompensa cuatro años después en Barcelona’92, “los Juegos más importantes de mi carrera. Un año antes, cuando porté la antorcha por las calles de mi ciudad, ya te dabas cuenta de la magnitud de este evento”.

Manuel recorriendo Granada con la antorcha de Barcelona’92.

Bronce en Barcelona’92

A Manuel nunca se le olvidará el desfile en la ceremonia de inauguración ante un estadio de Montjuic a rebosar ni tampoco el verse arropado por hasta 10.000 personas en las gradas del Palau Sant Jordi: “Aún lo recuerdo y me emociono. La gente se volcó de una manera increíble, incluso tenían manoplas con mi nombre, algo que me motivaba aún más”. En individual ganó los tres partidos de la fase de grupos y los duelos de octavos ante el sevillano Cristóbal Gallardo y de cuartos frente al nigeriano Nasiru Sule, que le aseguraba la medalla de bronce. Solo cedió en semifinales con el hongkonés Kwong Kam Shing, que sería campeón paralímpico.

A raíz de la cita en Barcelona abanderó un proyecto de la Federación Andaluza de Minusválidos Asociados para trabajar con personas con discapacidad potenciando el deporte adaptado en Granada. Aquello le permitió crear el Club Deportivo La Raqueta, un vivero de figuras destacadas del tenis de mesa como Tomás Piñas, Miguel Rodríguez y José Manuel Ruiz, que el próximo año en Tokio disputará sus séptimos Juegos Paralímpicos. “Era el más disciplinado, venía cada verano a entrenar conmigo”, sostiene. Con él coincidió en Atlanta’96, donde Manuel se quedó a las puertas de las medallas con un quinto puesto. “Venía de estar todo un año lesionado con una tendinitis en el codo, estaba bien preparado, pero me faltó un pelín de suerte”, añade.

Manuel con el bronce de Sídney’2000.

En Sídney 2000 sí volvió a subir al podio en clase 5. “Aquellos Juegos fueron perfectos y, además, conocimos a una familia chilena que nos llevó a recorrer toda la ciudad, disfrutamos mucho. Y me llevé otro bronce. Superé la fase de grupos, vencí en octavos al francés Grégory Rosec y en cuartos al coreano Kim Byoung, que llevaba dos años sin perder un partido. Sin embargo, en semifinales no pude con Chou, de China Taipéi. En el encuentro por el tercer y cuarto puesto gané a un compatriota suyo -Lin Yen- y me hice con una medalla muy sudada”, explica.

Ese mismo año se alzó con otro título muy especial, el de campeón de Andalucía absoluto para mayores de 40 años en Priego de Córdoba. “Es una hazaña que tiene tanto valor como una medalla paralímpica. Que un jugador en silla derrote a personas que juegan a pie tiene mucho mérito y es un reto difícil de repetir hoy día”, matiza. Sus últimos Juegos fueron los de Atenas 2004, en los que también fue quinto con otro diploma. Y su despedida internacional fue en el Mundial de 2006 en Montreaux (Suiza), aunque en 2017 lo rescataron para el campeonato del mundo por equipos en Bratislava (Eslovaquia), donde volvió a representar a España junto al extremeño Francisco Javier López Sayago, siendo séptimos.

Su mundo todavía gira en torno al tenis de mesa, mientras forja a nuevas promesas en su club en Monachil, continúa enganchado a la adrenalina de la competición. “Juego en Tercera División Nacional, este año hemos ascendido a Segunda, pero no sabemos si renunciaremos o no por la situación económica. Ahora le dedico más tiempo a entrenar a niños, es mi mayor orgullo, introducirlos en el deporte”, asevera. El granadino, un auténtico hacedor de palistas con talento, lo tiene claro: «Mientras los brazos aguanten, la pala no voy a soltarla, es mi pasión y aún tengo energía para dar guerra”.

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