‘No importa las veces que te caigas, sino las que te levantas’. Es el mantra que acompaña a Rakel Mateo, una máxima que ha forjado su carácter indómito. Acostumbrada a sufrir desde sus raíces, capaz de vencer cualquier adversidad, sin dejarse abatir por más que el destino se empeñe en derribarla, soportando todo con estoicismo y entereza. Escapó del infierno de la anorexia, superó un accidente laboral que le dejó la pierna inmóvil y luego una amputación. En junio también se fracturó el cóndilo interno del fémur y peligró su presencia en París 2024. Renaciendo de sí misma una y otra vez, la de Mungia (Vizcaya) no para de reinventarse a base de redaños, voluntad y resiliencia.
“Rendirse no es una opción”, recalca la incombustible triatleta de la sonrisa perenne, resistente y tozuda ante las diversas encrucijadas a las que ha debido enfrentarse. A sus 49 años, la española encara sus terceros Juegos Paralímpicos. Atesora dos diplomas (Río de Janeiro 2016 y Tokio 2020) y ahora el desafío es firmar un buen papel: “Estar entre las mejores ya es un éxito. Todos los días me levantaba diciéndome que iba a clasificarme y con empeño y esfuerzo lo he conseguido. En los brazos tengo dos tatuajes con las palabras ‘esperanza’, que es lo último que se pierde, y ‘sueños’, que están ahí para pensar y luchar por ellos”.
Con ese ímpetu, vitalidad e imbuida de optimismo ha ido esquivando piedras en el camino. Reconoce que la prueba más complicada de superar fue la carrera contra la anorexia en la que estuvo sumida más de una década. “Empecé con 12 años, me autolesionaba y pensé que moriría antes de cumplir los 30. Por suerte, supe escuchar al ángel posado sobre mi hombro y dejé de hacerle caso al demonio que tenía al otro lado. Conseguí ver más allá del muro que me puso la vida y abrí puertas que me han permitido disfrutar de cosas maravillosas”, relata.
Cuando al fin había derrotado a la enfermedad, un accidente laboral acabó con la movilidad de su pierna izquierda. La carga de unos 100 kilos de fruta que manejaba en un supermercado le cayó encima y le dejó graves secuelas. “Ya estaba recuperada y llegó el otro golpe. Me quedaron lesiones neuropáticas que me impedían doblar la pierna y levantar los dedos del pie. A diario convivía con el dolor, había épocas en las que tomaba casi 20 pastillas, pero nunca me quejé, mi vida era mejor que la anterior. Siempre saco la parte positiva a todo y esa situación me hizo más fuerte”, confiesa.
Apenas había practicado deporte, de pequeña hizo ballet y danzas vascas, pero en pleno invierno de 2010 encontró en una bicicleta de su hermano una vía de escape. Sin más pretensión que liberarse mentalmente, acudió a un parque de su municipio y con el cordón de la zapatilla se ató la pierna rígida al pedal. “Di solo un par de vueltas, pero me atrapó esa libertad que sentí”, asegura. Se adentró en el ciclismo, compitiendo hasta 2013, año en el que se animó a probar el triatlón en Zumaia (Guipúzcoa) pese a que no sabía nadar ni correr.
“Comencé con 35 años a hacer deporte, con mi cuerpo debilitado por lo que me había pasado. Fue un reto personal, me daba igual el resultado o tener que ir dando saltitos con mis muletas, aquello me encantó”, añade. Debutó con la selección española en la Copa del Mundo de Madrid en 2014 y desde entonces ha logrado casi una veintena de medallas internacionales, siendo subcampeona de Europa en varias ocasiones en categoría PTS2. Era una novata y logró clasificarse para Río de Janeiro 2016, un objetivo que había perseguido con ahínco y que casi se tornó en pesadilla.
Era el estreno del triatlón en unos Juegos Paralímpicos y a solo una hora de iniciarse la prueba le comunicaron que la rueda trasera de su bici perdía aire. “No daban con una que se ajustase a mis necesidades y no paré de llorar por los nervios. Solo quería competir, como si me ponían una rueda de madera. Por mi cabeza pasaron todos esos años de sufrimiento por la anorexia y el accidente, así que nada iba a frenarme. Un hombre holandés, que parecía ser un jefe de la empresa Shimano Europe, movió los hilos hasta dar con una de repuesto”, cuenta Rakel, que terminó octava y se llevó un diploma.
Había cumplido y tenía pensado retirarse, pero aquella persona que le calmó y le ayudó en los boxes de Copacabana, le envió a casa una bicicleta de alta gama. “Pensé que me estaban gastando una broma desde la Federación Española de Triatlón. Pero no, cuando abrí la caja y vi esa espectacular máquina, no me lo creía, era demasiado caballo para tan poco jinete”, dice entre risas. Ese regalo le hizo cambiar de planes, quería saldar la deuda con su benefactor misterioso y se planteó llegar a los siguientes Juegos como forma de agradecimiento. “No sé qué vio en mí para tomar esa decisión, había quedado última. Traté de contactar con él durante cinco años, pero no hubo maneras. Hasta que en Tokio 2020, después de acabar la carrera, alguien me tocó el hombro, me giré y era él. No paré de llorar. Me dijo que había seguido mis pasos y sabía dónde encontrarme”, rememora.
A esa cita paralímpica en la capital japonesa llegó después de que el destino le presentase un nuevo envite. Cansada de lidiar con el dolor de su pierna izquierda, a solo seis meses de los Juegos tomó la drástica decisión de ser amputada por encima de la rodilla. “Era un calvario, cada vez me fallaba más y me caía al suelo con facilidad, no la podía controlar, así que cuando los médicos me lo propusieron, no me lo pensé. No me gustan los dramas, había que mirar hacia delante y seguir luchando. He ganado en calidad de vida, ahora hago muchas cosas cotidianas que antes eran impensables porque iba en muletas, como pasear de la mano de mi sobrina, llevar un paraguas o bajar la basura sin tener que sujetar la bolsa con los dientes”, explica.
La amputación añadía nuevas cotas de dificultad, pero para ella, nada era inviable. Al día siguiente de la intervención recibió una llamada del Comité Paralímpico Español para conocer su estado: “Les dije que contaran conmigo, que iba a Tokio”. No recibió el alta hasta mediados de julio -ella competía el 28 de agosto- y en poco tiempo tuvo que reaprender a hacerlo todo de nuevo con una prótesis de fibra de carbono. “No fue sencillo y a punto estuve de no viajar. En un entrenamiento en Barcelona tropecé con una mochila que dejaron en la pista de atletismo y al caer casi me rompo el hueso escafoides, se me puso la mano como la de un pelotari”, bromea. En la ciudad nipona ganó otro diploma al ser séptima. Fue la última vez que corrió con muletas.
“Pensaba jubilarme por segunda vez, pero no, allí me regalaron una rodilla articulada y una prótesis para la bici -ríe-, así que tenía que continuar. Fue un cambio drástico, el cerebro necesita un tiempo para procesarlo, tuve que desaprender y corregir gestos para volver a aprender cosas como el doble pedaleo o correr moviendo los brazos, algo que no hacía desde niña”, apunta. Este ciclo paralímpico ha sido una montaña rusa de emociones para la triatleta. Se mantuvo entre las mejores del mundo, sumando preseas (plata y bronce en europeos y otras medallas en Series Mundiales y en Copas del Mundo) que evidencian su fortaleza física y mental sin límites.
Tuvieron que extirparle un bulto del muñón en 2022, se fracturó varias costillas en 2023 y en junio de este año se rompió el cóndilo interno del fémur al caerse a 400 metros de la meta en una prueba en Vigo tras salirse la prótesis. “Acabé la carrera porque mi clasificación para los Juegos estaba al límite. Después llegó el diagnóstico, pero no me vine abajo, con positivismo siempre estoy preparada para encajar cualquier golpe. Me pasé semanas enganchada a una máquina de magnetoterapia portátil -ríe-. El hueso ya ha soldado, aunque habrá que valorar si puedo correr bien o si tengo que recurrir de nuevo a las muletas para no cargar todo el peso en la pierna”, informa.
Irreductible, aterriza en París 2024 ilusionada y satisfecha por el camino recorrido. Sabe el “duro” circuito que le espera en la capital francesa porque estuvo el pasado año en el Test Event. “El agua en el río Sena suele tener una fuerte corriente, aunque nadando me encuentro cada vez mejor. El tramo de bicicleta es adoquinado y vamos dando botes, con el riesgo de que se me salga la prótesis del pedal, que va con imán. En la carrera a pie, que es el segmento que más me cuesta y en el que más tiempo pierdo, la prótesis se me enganchó tres veces en el empedrado y me libré de una caída. Pero es lo que hay, tendré que ir con precaución”, lamenta.
Su objetivo no es otro que plasmar el trabajo que viene realizando y luchar hasta el último segundo para cruzar la meta. “Estar en unos Juegos es un privilegio, no todo el mundo puede llegar a ellos y yo voy por mis terceros, los tres compitiendo técnicamente de forma muy diferente tras empezar de cero en cada uno. Me encantaría lograr una medalla, pero soy realista, no aspiro al podio. Quiero darlo todo por esa gente que me ha empujado para llegar hasta aquí. Y esta vez, espero que no haya contratiempos, aunque estoy lista para agarrar al toro por los cuernos. Prefiero hacer y fracasar, que arrepentirme por no haberlo intentado”, apostilla Rakel Mateo, una tenaz y estoica triatleta.
RAKEL MATEO
Rakel Mateo Uriarte (Mungia, 1975). Triatlón. Cuenta con casi una veintena de medallas en pruebas internacionales. Disputa en París sus terceros Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Tenaz, empática y positiva.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Avena, dátiles y aceite de oliva para los desayunos -ríe-.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Ahora tengo poco tiempo para ello, pero se me da muy bien hacerme mis propios pendientes y abalorios.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
El evitar el sufrimiento de las personas.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A los insectos -ríe-.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El arroz con leche de mi aita.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
Al mar, y si hay puesta de sol, mejor.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A mis padres, son mi vida.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un ave fénix.
10.- Una canción y un libro o película.
Cualquier canción de Queen. Y libros, me gustan los biográficos.