No existía el balón sonoro de cascabeles ni tampoco equipos de fútbol para ciegos en España cuando Vicente Aguilar ‘Chapi’ ya dibujaba jugadas y goles entre la oscuridad. Desde crío siempre llevó una pelota cosida a sus pies en el patio del colegio o en las calles de su pueblo, Llíria (Valencia). Allí, en la ciudad de la música, también encontró su otra pasión, la batería. De hecho, toca las baquetas en ‘La Leyenda’, un grupo formado por personas ciegas. Aunque su mejor melodía la ha desplegado sobre el césped, con un esférico entre las botas. Más de 35 años de carrera le avalan. Con medio siglo de vida, en los Juegos Paralímpicos de Tokio ofrecerá su último concierto con la elástica de la selección española.
“Son 51 años ya los que indica mi DNI, espero ponerle el mejor broche posible a mi trayectoria. Pero mi intención es continuar jugando a nivel nacional, sigo disfrutando y mientras el cuerpo aguante, ahí estaré dando guerra”, recalca. Cuando era pequeño, el deporte fue anestésico frente a su ceguera. Al año y medio de nacer le detectaron un retinoblastoma, un tumor que se forma en los tejidos de la retina. “Primero apareció en el ojo izquierdo y luego se me reprodujo en el derecho. A los tres años perdí la vista totalmente”, cuenta.
Probó atletismo, goalball y natación, pero el balón era su mejor amigo, disfrutaba con el esférico, él le hacía ser feliz. “Mi vida ha girado en torno al fútbol, esa afición la heredé de mi padre. Siempre salía de casa con una pelota, era mi juguete favorito. Estudié en los colegios de la ONCE de Alicante y Madrid, y cuando sonaba la alarma para ir al recreo ahí estaba yo golpeando la bola”, rememora. Al principio se las ingeniaban para poder jugar: “Lo hacíamos en pistas duras, con algún escalón de por medio y sin vallas. Teníamos balones de caucho, a veces los metíamos en bolsas de plástico o les poníamos anillas con chapas de las latas de refrescos para que sonaran. Y también colocábamos unos patos de juguete encima de las porterías que hacían de guía con su cuac-cuac”, dice entre risas.
Hasta 1997 todo era oficioso, cada país tenía un reglamento diferente. Su debut fue en 1985 en un torneo en Roma, tenía 15 años cuando lo reclutaron para aquella primigenia selección española. “La formamos estudiantes de los colegios de la ONCE en Madrid, Alicante, Sevilla y Pontevedra. Fuimos campeones y quedé pichichi con ocho goles”, recuerda con orgullo. En Barcelona levantó su primer trofeo oficial, en el campeonato de Europa del 97. “Nosotros hemos enseñado a jugar a otros países. Fuimos pioneros en utilizar el sistema de rombo por la polivalencia que teníamos, todo el mundo nos copió”, añade.
‘Chapi’ ha sido dos veces subcampeón del mundo y ha conquistado seis europeos, el último en Roma en 2019. “A cada medalla le tengo un gran cariño, pero lo que más me marcaron fueron las finales perdidas en los mundiales. En 2002 en Río de Janeiro arrasamos a Brasil en semifinales (1-4) y en la final fuimos mejores, pero caímos en la prórroga. En 2010 en Inglaterra nos llevamos otra plata, justo un año antes había fallecido mi padre y no pude dedicarle un oro”, explica. Otra de las preseas que brilla en sus vitrinas es el bronce en los Juegos Paralímpicos de Atenas 2004: “Es la que más repercusión tiene a nivel mediático. Quizás mi concepto esté equivocado, pero hubiese preferido un oro mundial”.
En 2014 dejó la selección, pero volvió a enfundarse ‘La Roja’ para el campeonato del mundo en Madrid en 2018, en la que España quedó quinta. Empujado por su mujer, Silvia, su gran apoyo junto a sus hijas Einat e Itzae, decidió estirar un poco más su vínculo con la selección, quería despedirse en el gran escenario de unos Juegos Paralímpicos. La pandemia de la Covid-19 lo alargó un año más y el valenciano ha tenido que hacer encaje de bolillos para conciliar deporte, vida familiar y laboral como vendedor del cupón de la ONCE.
“El que algo quiere, algo le cuesta. No me considero un héroe ni más que nadie por levantarme a las seis de la mañana, trabajar, recoger a las niñas y luego ir a entrenar. Requiere esfuerzo y organización, todo es más fácil con la ayuda de mi mujer. Ella y mis hijas me preguntan que cuando lo voy a dejar, con tantas concentraciones y viajes me he perdido algunos momentos familiares importantes. Me está costando porque no estoy disfrutando del fútbol de hoy día, que es más físico, pero quería retirarme de la selección disputando unos Juegos, será el broche perfecto”, comenta.
En Pekín 2008 fue la última vez que ‘Chapi’ estuvo en una cita paralímpica. Así que acude a Tokio con la misma ilusión de las dos ediciones anteriores. “Serán muy distintos y atípicos a los que ya he vivido por la pandemia del coronavirus, será una sensación extraña porque no parecerán unos Juegos convencionales por todas las medidas sanitarias y por la falta de público, algo que tampoco me preocupa porque estamos acostumbrados a jugar sin nadie en la grada. Los afronto de otra manera, quizás por mi rol en el equipo, algo más secundario, ya no tengo que tirar del carro como en otras ocasiones, pero me dejaré la piel en cada minuto que esté en el campo. Además de mi veteranía, puedo aportar mi técnica, criterio táctico y habilidad”, prosigue.
‘La Roja’ se medirá en la fase de grupos a Argentina, Marruecos y Tailandia. “Cada rival nos exigirá mucho, cualquiera te puede superar si no estás al 100%. Llegamos bien físicamente y hay gente con calidad y cualidades suficientes para ganar una medalla. Confiamos en que todo el trabajo de estos años salga a relucir, no estamos entre los ocho mejores por cuestión de suerte, nos lo hemos currado. Por historia, España está obligada a luchar siempre por subir al podio, pero con el escudo no nos vale, habrá que creérselo, sudar la camiseta y demostrar nuestro nivel en el terreno de juego”, remata Vicente Aguilar, un apasionado del balón que en Tokio bajará el telón, aunque su legado en el fútbol para ciegos siempre quedará latente.