En baloncesto en silla de ruedas, no todas las jugadoras relumbran por sus cualidades técnicas o capacidad para anotar. Muchas son las que despuntan bregando como jabatas en el fango, entregadas al brillo de las demás, dispuestas a desempeñar el trabajo en la sombra para priorizar el bien común del equipo. Un ejemplo de ello es Agurtzane Egiluz, una dadivosa sobre el parqué, una deportista de intangibles, seriedad, compromiso, esfuerzo y altruismo. Sin egos y cómoda en ese rol de la generosidad, su trayectoria nunca ha abandonado esa línea. Una identidad que lleva forjando desde niña y que reforzó tras ser atropellada por el autobús de la ikastola, que le aplastó la cadera y le cercenó sueños adolescentes. No se resignó a que le robaran también la vida, se rebeló contra el destino y le metió una canasta a los pésimos pronósticos.
Desde hace unos años es una de las guerreras que triunfa en la selección española, con la que ha ganado dos bronces europeos y ahora va a disputar sus segundos Juegos Paralímpicos. “Todo lo que estoy viviendo en la cancha es un regalo, durante meses estuve en una situación crítica y, sobre el papel, tendría que haber muerto por lo que me pasó”, confiesa. Cuando llegó al Hospital Santiago de Vitoria con aquel amasijo de huesos, el diagnóstico era muy grave. Le dijeron que ya no volvería a caminar o a sentarse por sí misma, que estaría postrada para siempre en una cama. Ella jamás desistió, tuvo claro desde el principio que iba a voltear la situación. Y lo hizo a base de resiliencia, tenacidad y bravura. No solo consiguió andar, sino que también recuperó su pasión por la pelota naranja.
Espigada, enjuta y con infinitos brazos, de niña destacó como pívot en el equipo de su colegio. Hasta que llegó el día en el que su vida cambió de rumbo. Tenía 14 años y esos minutos del 6 de octubre de 2011 quedaron grabados para siempre en la memoria de Agurtzane. Regresaba de un entrenamiento al que había acudido para hacer grupo con sus compañeras ya que estaba lesionada de un esguince de tobillo. “Era la última en salir del autobús, bajaba por la puerta trasera cuando el chófer, que no se dio cuenta, arrancó y caí debajo. La rueda me pasó por encima. Fue mala suerte, estoy segura de que mi caso pasa una vez entre un millón”, relata. Sufrió un politraumatismo en el sacro, la pelvis y la cadera, una lesión medular incompleta llamada síndrome de la cola de caballo.
“Los médicos no supieron cómo desenredar los huesos, que estaban hecho añicos, y vino un equipo de cirujanos de Madrid a operarme. Luego me trasladaron a la Unidad de Quemados del Hospital Universitario de Cruces porque tenía necrosadas varias zonas de la piel al quemarme con el asfalto. Las primeras semanas en la UCI las pasé muy mal, aislada, sin apenas contacto con la familia porque tenía las visitas restringidas ya que mi sistema inmunológico estaba por los suelos. Al principio los doctores no esperaban que sobreviviera, si hubiese tenido una sepsis no estaría aquí. Veía el miedo y las dudas en los ojos de mis padres. De golpe, al igual que mis tres hermanas mayores, tuve que madurar muy rápido y aprender a gestionarlo”, cuenta.
Estuvo seis meses hospitalizada y pasó 26 veces por quirófano. Arropada por su familia, su principal empuje, se armó de voluntad y se recompuso para llevar a cabo un esfuerzo titánico. Mañana y tarde se ponía en manos del fisioterapeuta, no había pausa, solo avanzar. Fortaleció los diques de su resistencia y recuperó bastante movilidad. “Mi mayor objetivo era ser independiente, así que no perdí ni un segundo para salir adelante. Cogía las muletas y aguantaba de pie, después daba unos pasos y al año ya caminaba sin ayuda. La silla no la quería ver ni en puntura, era muy cabezota, pero ahora me acompaña para viajes largos porque tengo movimientos limitados, me canso antes y aparecen dolores. Usarla no significa que seas débil, sino astuta”, recalca.
No tuvo tanta reticencia para sentarse en una silla deportiva. Con 18 años, la vitoriana volvió a acariciar un balón y a lanzar a canasta gracias a la oportunidad que le brindó el Fundación Vital Zuzenak, donde renovó la ilusión. “Tras el accidente, los médicos me dijeron que me olvidase del deporte, fue un palo tremendo, aunque pude quitarme esa espinita cuando descubrí esta modalidad adaptada. No podía saltar como antes, pero me sentí libre, que el cuerpo y la cabeza fuesen a la misma velocidad era increíble, fue amor a primera vista”, asegura esta licenciada en Administración y Dirección de Empresas. Lleva casi una década compitiendo entre la División de Honor y la Primera División española.
“Enfrentarme a los mejores del mundo me ha permitido evolucionar. Con los años adquieres experiencia y nivel, dejas atrás ese miedo escénico inicial y das un paso al frente para convertirte en una jugadora que puede aportar tanto en el club como en la selección. Nunca me ha gustado ser protagonista, prefiero currar pasando desapercibida, sacrificarme y luchar por el equipo. Mi punto fuerte es la intensidad defensiva, la envergadura y el poderío físico, así como la picardía de perra vieja”, dice riendo. Solo llevaba tres meses como baloncestista cuando Abraham Carrión le llamó para el combinado nacional en 2015. “Estaba perdida, aún no sabía ni botar el balón. Parecía una planta, apenas me movía del mismo lugar”, bromea. Se ha convertido en una fija y ya ha participado en dos mundiales, cinco europeos y los Juegos de Tokio, a los que España acudía tras 29 años de ausencia.
“Fueron raros porque estábamos en plena pandemia y no había ambiente, pero al ser los primeros, para mí todo fue mágico y especial. En lo deportivo, los nervios nos superaron y la calidad que tenemos no se vio reflejada en el resultado”, subraya. Después pudieron saborear los bronces continentales de Madrid 2021 y Rotterdam 2023, las primeras preseas en la historia de la selección: “Nos ha tocado llorar y perder muchas veces, ahora somos nosotras las que sonreímos. Es fruto del trabajo que, no solo venimos haciendo las que estamos aquí, sino también el de muchas chicas que se esforzaron y sacrificaron para allanarnos el camino. Siempre que jugamos las tenemos en mente”.
Tras obtener el billete en abril en Osaka (Japón), España estará en los Juegos Paralímpicos de París entre los ocho mejores países. “No ha sido fácil, hemos tenido que hacer encaje de bolillos para compaginar deporte con trabajos y estudios. Detrás de la clasificación hay mucho sudor y lágrimas, pero ha merecido la pena. Hemos crecido en estos tres años, aprendimos de los errores del pasado y lo afrontamos con ganas, con otros objetivos, vamos a por todas. Somos ambiciosas y sabemos que podemos dar un plus más, no tenemos techo”, apunta.
La selección se enfrentará a China, Canadá y Gran Bretaña en el grupo A. “Ya no somos el ejército de Pancho Villa, las españolitas de las que se reían. Nos tratan con más respeto, con desconfianza porque saben que podemos crearles problemas. Con Franck Belen como entrenador somos más organizadas, las cinco nos movemos en la pista como si fuésemos una, él ha conseguido que creamos en nosotras y que podamos tratar de tú a tú a las rivales. Es cierto que Holanda está a otro nivel, pero podemos plantar cara a equipos que antes nos pasaban por encima como Estados Unidos, China, Gran Bretaña, Alemania, Canadá o Australia. Los bronces europeos nos han dado alas para soñar con las medallas en los Juegos. Debemos destapar del todo esa venda de los ojos y ser conscientes de que somos capaces de cualquier cosa. Daremos de que hablar en París”, apostilla.
AGURTZANE EGILUZ
Agurtzane Egiluz Ibarguen (Vitoria, 1997). Baloncesto. Bronces europeos en Madrid 2021 y en Rotterdam 2023. Disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Trabajadora, perseverante e impaciente.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
La cafetera y las cápsulas de café -ríe-.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Los juegos de mesa, no tengo un talento especial para ellos, pero se me dan muy bien -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Tengo bastante pánico a las arañas.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
El café.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la casa que mis padres tienen en Llanes (Asturias). Cuando tengo días libres voy allí a desconectar.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Mucha comida en conserva y un cuchillo.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un gato.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Thunder’, de Imagine Dragons. Libro, la trilogía de Reina Roja, de Juan Gómez-Jurado. Y película, ‘Lo imposible’.