No lucía esmoquin ni chistera ni tampoco tenía una varita. Esos objetos no le hacían falta para provocar el asombro entre el público cuando manejaba el balón por el cemento o el césped, escenarios en los que José López Ramírez se movía con la pelota soldada a la bota, como un prestidigitador que fabrica magia. Sus funciones con el esférico al ritmo de los cascabeles han dejado huella a lo largo de sus casi 30 temporadas. El andaluz, un maestro del gol a oscuras, ha sido uno de los grandes estandartes del fútbol para ciegos en España. A sus espaldas, una impecable hoja de servicio: dos bronces en Juegos Paralímpicos, cinco oros continentales, una plata y dos bronces mundiales con la selección española.
Esa pasión por el fútbol brotó cuando era un crío y soñaba con vestir la elástica blanquiazul del Málaga, club de la ciudad en la que nació y que abandonó con tres meses de vida para instalarse con sus padres, Manuel y Josefa, y hermanos mayores, Mercedes y Javier, en Vinebre (Tarragona) debido a que su progenitor encontró trabajo en la central nuclear de Ascó. “Ya de pequeño a mi hermano y a mí nos encantaba jugar a la pelota, más de un cristal rompimos en casa. Ambos nacimos con amaurosis congénita de Leber, la sangre no riega al nervio óptico y es como si tienes un ordenador y cuando le das al botón no enciende. En aquella época la integración era muy incipiente y complicada, parecía que a la gente le avergonzaba tener hijos con alguna discapacidad. Mis padres nos llevaron por todos sitios con mucho orgullo y nos dieron los recursos para que fuésemos autosuficientes”, asevera.
La ceguera total con la que nacieron y la inexistencia de colegios de la ONCE en Cataluña provocaron que la familia se trasladase de nuevo, esta vez a Villajoyosa para que pudieran cursar estudios en el Centro de Recursos Educativos Espíritu Santo de Alicante. “Aquello era una burbuja en la que estaba rodeado de niños en mi misma situación, adaptarse fue sencillo porque era uno más. Ya sea en un pasadizo del gimnasio, en el patio o en la pista del colegio, que fue el embrión del actual ‘Estadio de la Ilusión’, me pasaba las horas con un balón en las manos o en los pies. Jugábamos al baloncesto lanzando a las papeleras ya que no teníamos canastas y al fútbol lo hacíamos con pelotas de caucho que tenían unas chapas de metal por dentro y botaban un montón”, recuerda.
En esas instalaciones aprendió primero a moverse y a correr sin miedo a tropezar “gracias a la labor encomiable de profesores como Francisco Ureña y Tomás Pardo. Otra persona que me ayudó fue el monitor Manolo Menargues, quien organizaba partidos para ciegos, él nos enseñó a jugar”. Cuando empezó el instituto, al malagueño le llegó la oportunidad de enrolarse en las filas del ONCE Alicante, que había creado un equipo para competir en la Liga nacional. “Mi hermano se apuntó y fui detrás sin pensarlo. Mi debut fue el 28 de marzo de 1992 en Vilanova i la Geltrú (Barcelona), temblaba como un flan, apenas tenía 16 años”, rememora. Esos fueron sus primeros pasos y pronto destapó su virtud como goleador gracias a su regate, conducción y habilidad.
Un palmarés repleto de títulos
Con el conjunto alicantino ganó una Copa de la ONCE y dos campeonatos de España, un trofeo que añadió a sus vitrinas en cinco ocasiones más con Tarragona, equipo en el que ha jugado en la última década. Además, fue pichichi en nueve ocasiones en esa competición y tres en Liga. “No hace falta ver para sentirse futbolista y marcar. Lo que no me daban mis ojos lo hacía el cerebro, dibujaba en mi cabeza las jugadas y trataba de ejecutarlas con la complicidad del guía, una figura indispensable en este deporte. Para mí, hubo dos que fueron claves en mi carrera, José Guerrero y José Urbano, ellos sabían llevarme y me daban un plus de confianza”, explica.
El seleccionador nacional, Carlos Campos, llamó a su puerta en 1992 y lo reclutó para dos partidos de exhibición llevados a cabo en Mollet del Vallés con motivo de los Juegos Paralímpicos de Barcelona’92. “Éramos 14 jugadores divididos en dos equipos y recuerdo que fallé un penalti. Tuvo mucha repercusión, el pabellón estaba lleno”, apunta. Ahí comenzó su idilio con la selección española, con la que anotó 41 goles en 87 partidos oficiales, aunque hizo muchos más en amistosos. Los primeros llegaron en 1993 en un torneo internacional en el Prat de Llobregat, tras hacerle un doblete a Italia. Su estreno en el primer Europeo, que se celebró en 1997, no pudo tener un guion mejor para él. España conquistó el oro con José López como máximo goleador con cinco dianas.
“Fue una experiencia imborrable lo vivido en Santa Coloma de Gramanet. La gente volcada con nosotros y las gradas con un ambientazo. Venía de ser campeón con Alicante tras hacer 14 goles, sin embargo, no tenía hueco como titular en la selección porque había mucho nivel. Fui suplente en todos los partidos y me reivindiqué a base de goles”, narra. Luego sumó cuatro títulos continentales más, además de un bronce en Nantes 2009 y una plata en Turquía 2011. “En Oporto 1999 tuve una lesión fibrilar y llegaba tocado porque había fallecido mi abuelo. En la final hice tres goles a Inglaterra (3-1). En Manchester 2003 volvimos a ser campeones, en Torremolinos (Málaga) 2005 fue bonito porque estuve rodeado de familiares y amigos y fui elegido mejor jugador del torneo. Y el último oro que conseguí fue en Atenas 2007”, comenta.
Dos bronces en Juegos Paralímpicos
El andaluz también saboreó medallas en los mundiales con una plata en Río de Janeiro 2002 y dos bronces en Campinas (Brasil) 1998 y Jerez de la Frontera 2000. “Mi mayor frustración y espina en el fútbol fue aquella final en Río. Hicimos una fase de grupos estupenda, goleamos en semifinales a los anfitriones (1-4) y lo teníamos todo para ganar el campeonato. En el último minuto ante Argentina dispuse de un mano a mano con el portero. Es mi mayor pena, perdimos en la prórroga (2-4). Lloré como nunca lo había hecho, esa decepción me duró mucho tiempo”, confiesa. Sus mayores lauros en los 20 años que vistió la camiseta de ‘La Roja’ llegaron en los Juegos Paralímpicos con dos preseas de bronce.
En Atenas 2004 aterrizaba el fútbol para ciegos en la magna cita deportiva y España alcanzó el tercer peldaño del podio tras vencer 2-0 a Grecia. “Hice tres goles, dos a Corea (3-0) y uno a Argentina (1-2) con la mano desde el suelo. Fueron varias semanas espectaculares y me sentí un privilegiado por llegar a unos Juegos cuando en el desfile todo un estadio nos aplaudía. Quise premiar el esfuerzo y sacrificio de mis padres y les pagué el viaje. A ellos les dediqué esa medalla”, apunta. Cuatro años después, en Pekín 2008, otra vez le tocó la cruz de la moneda tras caer en la pugna por el bronce en la tanda de penaltis frente al combinado argentino: “Fue nuestro mejor partido del torneo y debimos ganar con holgura. Lo peor fue regresar a casa en avión solo ya que mis compañeros iban a Madrid y yo a Barcelona. Allí me recibió mi padre, que me dijo: ‘Hijo, levanta la cabeza y siéntete orgulloso’. Aquello me reconfortó para tirar hacia adelante y pensar en los siguientes Juegos”.
En Londres 2012, España pudo desquitarse de aquella derrota y lo hizo frente a su verdugo en China para colgarse el bronce. “Dicen que la venganza se sirve en plato frío, pues el nuestro estaba en el congelador. Hicimos una concentración dura e intensa de casi un mes en Hereford (Gran Bretaña) y llegamos muy fuertes. Fuimos primeros de grupo, aunque en semifinales perdimos con Francia 0-2. De nuevo se cruzaba Argentina, que fue mejor que nosotros, pero esta vez tuvimos la suerte que nos faltó en Pekín. Antes del encuentro anuncié a mis compañeros que dejaba la selección y eso provocó algunas lágrimas en el vestuario. Querían que tuviese una gran despedida y lo hicimos posible. Álvaro González paró los tres penaltis que le tiraron y Antonio Martín ‘Niño’ convirtió uno para darnos la victoria. Fue inmensa la felicidad que sentí, no pude ponerle mejor broche a mi carrera”, afirma.
Dejó una estela indeleble en ‘La Roja’ tras dos décadas perforando redes. “Sin ser pretencioso, marcamos un estilo propio que nos hizo ganarnos el respeto de todos los rivales. El resto de equipos tenían a grandes jugadores, pero con un juego más anárquico e individualista. España destacó por tratar bien el balón y por llegar a la portería con posesión, fuimos los precursores del tiquitaca en el fútbol para ciegos y eso lo extendimos en otros países”, subraya. López tuvo opciones de volver a la selección, pero no quería perderse la infancia de sus hijos, Eric e Ian. Continuó ocho años más disfrutando de su pasión en Tarragona, pero este año decidió colgar las botas y poner fin a una fructífera y ejemplar etapa como futbolista.
“Me cuesta mucho imaginarme sin un balón en los pies, espero volver a vestirme de corto, pero ya sin competir, solo por reencontrarme con el fútbol, que es mi vida, me lo ha dado todo y desde pequeño me ha hecho sentir realizado. Me ha permitido conocer países, culturas y a mucha gente, entre ellas la más importante, mi mujer, Tania, que era judoka y con la que he formado una gran familia. Mis hijos, que siempre me han acompañado, ya van siendo más conscientes y valoran mi trayectoria, están orgullosos de mí y disfrutan cuando les pongo mis vídeos jugando”, recalca el malagueño, quien lleva 15 cursos ejerciendo como profesor de Geografía e Historia, primero en el IES Gabriel Ferrater i Soler y desde 2009 en el Lluís Domènech i Montaner. “Es el desafío más complicado al que me he enfrentado, pero es un trabajo que me encanta. Me gustaría que la gente recordase mi tarea docente no por no ver, sino por la capacidad de empatía y saber transmitir, al igual que hice con un balón”, finaliza José López, el mago que guiaba el sonido del cascabel hasta el fondo de la red.