A 35 metros del foso de arena, con los ojos tapados por un antifaz se concentra y visualiza cada vuelo antes de iniciar una carrera de 15 apoyos. Su ‘lazarillo’ en la pista vocea la distancia recorrida y el momento preciso para realizar la batida. Con saltos a oscuras, Alba García confía en alcanzar la medalla en los Juegos Paralímpicos de París 2024. La madrileña tuvo que reinventarse al bajar a categoría T11 (atletas ciegas) por la pérdida de visión y, aunque no aparca las pruebas de velocidad, ha apostado por la longitud, modalidad en la que tiene más opciones de subir al podio.
Apunta alto y aglutina cualidades más que de sobra para lograrlo. Tesón, fuerza, pasión, disciplina, trabajo e ilusión son algunas de las palabras que definen a esta madrileña de 22 años que aún se encuentra en proceso de formación. Ha pasado de ser la niña que estaba delante del televisor viendo atletismo a una de las abanderadas de la nueva generación de atletas españoles. Humilde pero atrevida, afronta la cita en la capital francesa con la emoción de aquella joven que aprendía a esprintar y saltar en el Centro de Recursos Educativos de la ONCE y que ahora juega en la liga de los mayores, el lugar donde está llamada a brillar.
“Todo está yendo tan deprisa que apenas me ha dado tiempo a pensar en lo que he conseguido. Lo que hago no es ninguna hazaña ni algo para admirar, lo considero como una obligación más y disfruto haciéndolo. Solo pienso en entrenar y en mejorar”, declara con la madurez de quien ha superado obstáculos. El primero fue con cuatro meses de vida, cuando le diagnosticaron amaurosis congénita de Leber, una enfermedad genética bastante rara que afecta a la retina. “La poca capacidad visual que tenía ha ido disminuyendo. De noche lo veo todo negro y de día, lo que ve una persona a 100 metros yo lo veo a menos de uno, pero de forma borrosa, apenas distingo bultos y algo de luz”, explica.
La de Alcalá de Henares (Madrid) creció como una más entre sus amigos, siendo una niña bastante activa y a la que nunca sobreprotegieron. “Mis padres me enseñaron a manejarme sola desde pequeña, me dieron los recursos para desenvolverme e interactuar con más personas, y así no crear ninguna dependencia. Iba a un colegio con gente sin discapacidad y eso fortaleció mi autoestima, estaba muy integrada con el resto”, afirma. Siempre vinculada al deporte, probó la natación, pero no tuvo ‘feeling’ con la piscina. “Nadé durante cuatro años y a veces me frustraba porque en todas mis competiciones quedaba en cuarta posición y me dije que eso no podía ser”, dice riendo.
Conoció el atletismo gracias a José Manuel Mendo, profesor de Educación Física que ha formado a escolares ciegos durante 30 años y que le animó a unirse a un grupo multideportivo de la ONCE. “Fue un flechazo, correr me dio esa libertad que no siento en la calle en el día a día”, destaca. En sus inicios probó numerosas pruebas, incluso lanzamiento de peso, “se me daba bien a pesar de que era muy flaca y bajita”, aunque se especializó en la velocidad, con Juanjo Morgado vigilando sus pasos. Durante un par de años lo compaginó con el goalball, el único deporte practicado por personas ciegas, llegando a disputar un Mundial. “No me llenaba tanto, aunque me lo pasaba bien. Al final lo dejé, era insostenible entrenar ambas disciplinas y me decanté por el atletismo, se convirtió en mi pasión”, comenta.
En su debut internacional en el Grand Prix de Berlín en 2016 se llevó una plata y al año siguiente se colgó un bronce en el Mundial sub 17 de Nottwil (Suiza) en salto de longitud. En la ciudad helvética terminó de romper el cascarón en 2019 al proclamarse campeona del mundo sub 20 en 100 metros y llevarse un bronce en 200 metros. “Ese fue un punto de inflexión, ahí me di cuenta de lo que era capaz de lograr si continuaba trabajando fuerte”, apunta. Ese talento y sacrificio, cosido a su gran capacidad de mejora, le recompensaron en el Europeo absoluto de Bydgoszcz (Polonia) 2021, donde dio el estirón con una plata en 100 y un bronce en 200 metros T12 con Jonathan Orozco como guía.
“Aún no he digerido lo que estoy consiguiendo. Me di cuenta de que ya estaba instalada entre las mejores el día en que me llamaron para decirme que iba a los Juegos Paralímpicos de Tokio. Ahí sentí un poco de vértigo, era joven y no me sentía plenamente preparada para un desafío de tal envergadura”, confiesa. La cita en Japón le dejó un sabor agridulce, “salí llorando y angustiada tras disputar los 100 metros porque fue un desastre. Silvia Treviño, médico del Comité Paralímpico Español, me dio una charla motivacional, me relajé y dos días después me llevé un diploma en 200 metros”.
En 2022 aprovechó que no había competiciones importantes para centrarse en sus estudios de Fisioterapia, que ha terminado este año, e hizo borrón y cuenta nueva en la pista. Diego Folgado se convirtió en sus nuevos ojos, un guía con el que conectó desde el primer minuto, sacando el máximo jugo a cada zancada y braceo. “Nos hemos acoplado bien, al principio costó porque conceptos técnicos o el esquema corporal se han visto modificados al no tener ahora referencias ya que voy a ciegas, pero hemos encontrado trucos y estrategias para comunicarnos y saber manejarnos. Que la persona que está atada a ti se vuelque tanto y no deje que me desvíe del camino te da una confianza enorme para perseguir los objetivos”, subraya la madrileña.
A solo dos meses del Mundial de París en 2023 le cambiaron de categoría y, por tanto, los planes que tenía para esa competición. Apostó por la longitud a pesar de que llevaba tres años sin pisar el foso de arena: “Fue duro psicológicamente, pero quería aprovechar la ventana que se me abría, es una prueba en la que pensaba que podía sacarle rendimiento. Tuve que aprender desde cero, a marchas forzadas, ya que nunca había saltado con los ojos tapados ni con un llamador que te orienta. En este caso es Pedro Maroto, en quien confío plenamente. En los inicios me paraba antes de saltar por temor a caerme, hay riesgo, pero con el miedo no vas a ningún sitio, hay que ser valiente y algo temeraria para saltar a oscuras”.
El resultado en el estadio Charléty de la capital francesa salió mejor de lo esperado, un cuarto puesto con 4,82 metros, a solo un centímetro del bronce. “Me dio rabia porque rocé la medalla, pero acabé contenta”, asegura Alba, cuya marca personal ha elevado este año a 5,02 metros. “He perfeccionado la técnica, que aún es muy mejorable, y he tenido una buena progresión, me siento con más seguridad a pesar de la lesión que sufrí en abril, un edema óseo en la articulación subastragalina de ambos tobillos por la que me perdí el Mundial de Kobe (Japón) en mayo”, añade.
Ya recuperada, la atleta admite que aún está en fase de aprendizaje, pero una vez pise el tartán de París, toca soñar. Acude a sus segundos Juegos Paralímpicos con más experiencia y madurez, los afronta con una perspectiva muy distinta a los de Tokio 2020. “En las pruebas de velocidad será más complicado rascar algo porque hay gente muy buena, hay mucha competitividad, intentaré ser finalista y batir mis marcas personales. Pero en la longitud es diferente, estoy motivada e ilusionada, voy con buena marca y a luchar por subir al podio. Hay rivales de nivel, pero en el concurso puede pasar cualquier cosa. Pelearé por dejarme la piel en cada zancada y salto para estar lo más arriba posible. Desde que empecé a competir siempre sentí que París 2024 serían mis Juegos, así que es el momento de ser ambiciosa, voy a poner todos los medios para que la medalla caiga, soñar es gratis”, remata con una sonrisa.
ALBA GARCÍA
Alba García Falagán (Madrid, 2002). Atletismo. Plata en 100 metros y bronce en 200 metros T12 en el Europeo. Disputa sus segundos Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Perseverante, activa y cariñosa.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Mascarilla para el pelo y crema para la cara.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Me gusta mucho cantar, dicen que lo hago bien -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Entender a todas las personas, saber qué piensan.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Al mar y a los aviones. En los vuelos lo paso fatal, al que va a mi lado le clavo las uñas de lo mal que lo paso -ríe-.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
La tortilla de patatas de mis padres. Al día siguiente de una competición tengo que comerme una sí o sí.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la pista de atletismo, es mi modo de desconectar y de evadirme de todo.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Mi teléfono para estar conectada, aunque sin enchufe la batería duraría poco -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un delfín o en una mariposa, la cual llevo tatuada en la espalda.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Roar’, de Katy Perry. El libro, la trilogía de ‘Reina Roja’ de Juan Gómez-Jurado. Y la película, ‘Los chicos del coro’.