Entiende la vida dentro de un tatami, entre agarres, llaves e ippones derriba cualquier obstáculo. No percibe las técnicas completas del rival, pero a Álvaro Gavilán no le hace falta ver para embriagarse de la magia del judo. “La falta de visión la suplimos sintiendo al máximo cada movimiento”, asegura. Lleva desde pequeño enfundado en un judogi, con el que ha conquistado numerosas medallas internacionales. La última, un bronce en el Grand Prix de Warwick (Gran Bretaña) que le aseguraba la plaza para Tokio, sus segundos Juegos Paralímpicos tras los de Río de Janeiro 2016.
Esta vez no podrá acompañarle su hermano Luis Daniel, que se quedó a las puertas de la clasificación. “Es una alegría incompleta porque no estará, me da pena ya que llevamos mucho tiempo entrenando juntos y lo peleó hasta el final, pero el deporte es así de duro, unas veces saboreas el éxito y otras te toca la cruz de la moneda. Espero disfrutar por los dos y dedicarle una medalla”, recalca. Él fue quien le metió el gusanillo y le mostró el camino hacia un ‘dojo’. Con cuatro años siguió los pasos de su hermano mayor y comenzó a forjarse en el Club Budokan, en el barrio madrileño de Vallecas.
“Siempre iba con mi madre a recoger a Dani, que me saca tres años, hasta que un día pude apuntarme y desde entonces se convirtió en mi pasión. Al principio alternábamos judo y kárate, nos gustaban ambas artes marciales”, cuenta. Allí se cultivó como judoka durante dos décadas, bajo la dirección de Vicente Cepeda y Sacramento Moyano. En plena adolescencia, cuando había sido dos veces campeón de Madrid en cadete y se codeaba con los mejores de España en categoría júnior, empezó a perder capacidad visual, como tres años antes le había ocurrido también al mayor de la saga.
“Lo noté cuando en clase me sentaba en la última fila y la pizarra la veía borrosa. Por suerte, tenía la referencia de Dani, al que después de muchas pruebas médicas le diagnosticaron la enfermedad de Stargardt, una degeneración macular hereditaria. Tenemos visión periférica, no podemos enfocar y vemos una mancha negra en el centro de la retina, nos cuesta ver cosas definidas”, explica Álvaro. Al principio le costó, pero lo asumió con gran madurez: “Era una edad complicada, mis amigos se estaban sacando el carné de conducir y yo no podía, tampoco sabía qué estudiar porque me costaba mucho leer. Pero al final no queda otra que tirar para adelante, es lo que te ha tocado y no hay vuelta atrás, hay cosas peores en la vida, la discapacidad no me iba a frenar”.
Aquello fue un acicate más para quien ya amaba el judo. Solo tuvo que cambiar algunos conceptos, como el agarre, ya que en los combates se empieza agarrado al rival. “Mi nivel había bajado, pero cuando supe que podía ir a unos Juegos Paralímpicos me lo tomé más en serio, me devolvió la ilusión. Tuvimos que adaptarnos y al final te das cuenta de que este deporte se puede practicar pese a no ver nada. Si cerrase los ojos sabría que técnica me hará el oponente por su forma de moverse”, apunta.
Y no tardó en descollar en un nuevo escenario para él, compitiendo ante rivales ciegos. A finales de 2013 se estrenó con una plata en -73 kilos en un Mundial júnior en Hungría. “Fue el debut soñado, el impulso necesario para apostarlo todo por este deporte”, confiesa. En estos ocho años han llegado más logros destacados: bronce en el Open de Heidelberg (Alemania) 2016, bronce en la Copa del Mundo de Atyrau (Kazajistán) 2018, bronce en el Mundial de Fort Wayne (Estados Unidos) 2019, plata en la Copa del Mundo de Tbilisi (Georgia) 2020 y bronce en el Grand Prix de Warwick 2021.
“Las más especiales fueron las del Mundial, porque me cambió la vida ya que conseguí una beca económica que me permitió dedicarme en exclusiva al judo. Así como la última que logré este año en Gran Bretaña y que me daba el pase a los Juegos de Tokio ya que estaba en el límite en el ranking clasificatorio y me la jugaba”, comenta. Perdió en segunda ronda y tuvo que ir a la repesca, en la que no podía fallar porque si no le podía adelantar el lituano Osvaldas Bareikis, al que venció en la lucha por el bronce. Con su adversario inmovilizado en el suelo buscó la mirada cómplice de Alfonso de Diego, seleccionador español y su preparador desde 2017 entre el Club Sotillo y el CAR de Madrid. La recompensa le había llegado.
Con más experiencia en la mochila y tras años puliendo su O Soto Gari y su Seoi Nage (sus mejores llaves) aterriza en sus segundos Juegos Paralímpicos. Han sido meses de trabajo minucioso que va de lo físico a lo táctico, pasando por lo psicológico, pues observa el tatami como una partida de ajedrez, estudiando al detalle a cada uno de los rivales. “Somos 12 judokas y hemos hecho un traje a medida a cada uno, he analizado a todos por vídeos para saber por dónde puedo atacarles y potenciar mis puntos fuertes, intentaré llevarles a mi terreno para conseguir la medalla”, subraya.
En Río 2016 pagó la novatada y cayó a las primeras de cambio, pero en el mítico Nippon Budokan de Tokio confía en subir al podio. “Vivir unos Juegos y hacerlo en la cuna del judo, dónde están los mejores del mundo, es un sueño y un privilegio. Estoy con mucha confianza y voy a por todas. Este año ya competí con los favoritos y de tú a tú, no me siento inferior a los demás. Este es un deporte en el que puedes perder el primer combate o quedar campeón, es cuestión de tener un buen día. Soy ambicioso porque creo tener posibilidades de medalla, si no pensara en ella me habría quedado en casa”, finaliza.