Sus potentes zancadas y vuelos sin motor sobre la arena del foso abrieron camino en el atletismo español. Curtido en pistas de ceniza y de tierra roja, Antonio Delgado Palomo siempre esprintaba con una sonrisa, sin miedo, con el objetivo de ser mejor que él mismo. En los tacos de salida no miraba a quienes tenía a su lado, solo pensaba en que les iba a ganar. Un par de veces lo hizo en Toronto 1976 siendo un imberbe, convirtiéndose en el primer español en conquistar dos medallas de oro en unos Juegos Paralímpicos. Una grave lesión truncó su prometedora carrera, pero no apagó su pasión por el deporte. Se reinventó como jugador de balonmano y llegó a ser uno de los entrenadores más laureados del baloncesto en silla de ruedas.
Nacido en Salteras (Sevilla) hace 62 años, creció por las serpenteantes calles del pintoresco barrio de Triana y jugueteando en el río Guadalquivir con la Giralda y la Torre del Oro vigilando sus chapuzones. “Tuve una bonita infancia, era muy travieso, no paraba quieto. En verano me pasaba el día entero en la cucaña o lanzándome del puente para combatir el calor. Pese a mi discapacidad, era uno más entre mis amigos, nunca me sentí diferente. Mis hermanos tuvieron sarampión y lo pillé estando en el vientre de mi madre cuando se estaba formando el feto. Nací sin antebrazo izquierdo”, relata.
Aquello no fue ninguna rémora para disfrutar del deporte en el patio de su colegio, Salesianos Santísima Trinidad. “Practicaba fútbol, era un extremo muy rápido, nadie me alcanzaba, aunque era muy torpe con el balón”, confiesa. Animado por un vecino suyo, Pedro Fernández, campeón de España en lanzamiento de jabalina, con 14 años se calzó sus primeras zapatillas de clavos. En la mítica pista del estadio de Chapina, donde llegaron a desafiarse Carl Lewis y Ben Johnson en 1987, se fraguó como atleta, un tirillas con explosivas piernas. Allí pasaba todas las tardes Delgado, corriendo sobre la tierra y dando brincos en el pasillo de longitud.
“Fue mi segundo hogar, el atletismo me enganchó. Empecé como mediofondista, me gustaba la distancia de 1.000 metros. Poco a poco los compañeros me retaban en las pruebas cortas y veía que tenía cualidades para la velocidad. Tenía una frecuencia de zancada muy alta y destacaba en 400 metros vallas y en salto. Me ponía tobilleras de más de un kilo para correr y eso me ayudaba para llegar al foso y volar”, cuenta el andaluz, que perteneció a la sección atlética del Sevilla Fútbol Club. Pese a su bisoñez, en su debut en el Campeonato de España de Santander en 1974 destiló su enorme calidad tras lograr el oro en salto de longitud, en 400 metros y en relevos. Una cosecha que le permitió ser reclutado por la selección española para disputar los Juegos Mundiales de Stoke Mandeville.
De Chapina a Toronto’76
En territorio inglés, el versátil atleta sevillano se coló en la élite al llevarse una plata en pentatlón. “Era el más bajito de los participantes, alemanes, polacos o británicos me sacaban dos cabezas, pero nadie me intimidaba”, recalca. Aquel fue un aperitivo antes del atracón que se dio dos años después en Toronto en sus únicos Juegos Paralímpicos. No obstante, su pasaporte para la cita canadiense se hizo esperar. “No pude ir a una prueba clasificatoria que se hizo en Madrid para conseguir la marca mínima porque estuve con fiebre y el seleccionador nacional, Jesús Maza, vino a Sevilla para tomarme él los tiempos. Cuando vio la pista de Chapina, de tierra y agujereada, me dijo ‘Antonio, hace mucho calor, sé que tus marcas son las mejores, así que vamos a dejar esto y nos tomamos una cerveza fresquita’”, dice riendo.
A punto de cumplir los 19 años, Delgado se presentó en Toronto con hambre de títulos. Su primera dentellada la dio en la arena del Centennial Park Stadium firmando el mejor salto con 5,82 metros para subir a lo más alto del podio, escoltado por el israelí Nitzan Atzmon y por otro español, José Santos Poyatos. Se entregaba al máximo como si no hubiera mañana y se exprimía por llegar un centímetro más lejos, que un día antes se había lesionado en los entrenamientos. “Sufrí una rotura de fibras del cuádriceps femoral y el médico me dijo que podía quedarme sin andar, me recomendó que me retirase. Les dije, ya soy manco, no pasa nada si también me quedo cojo, lo superaré. Sabía del peligro que entrañaba, pero quería competir y darlo todo”, asegura.
Menos de 24 horas después se deshizo de la bolsa de hielo y de la venda elástica que cubría su pierna para marcar el mejor tiempo (12.10 segundos) entre los 12 participantes de las series clasificatorias. Aquel sobreesfuerzo casi lo paga caro, no podía andar y lo tuvieron que sacar del estadio en camilla. “Se me partieron las fibras. Me negué a ir al hospital, me aplicaron aerosol frío sobre el músculo y listo para correr a la mañana siguiente”, matiza. En la final tuvo que lidiar con el dolor y con los rivales para volver a ser el más raudo y conquistar un histórico doblete de oro. “Ha sido lo más grande que me ha pasado como deportista, escuchar el himno de España al subir al podio no se puede comparar con nada. Estoy muy orgulloso de haber sido el primer español en ganar dos oros en unos Juegos Paralímpicos”, afirma.
Aquella experiencia resultó especial para aquel joven trianero, que rememora su estancia en Toronto y su llegada a España: “Canadá era un país maravilloso, la gente encantadora, hice buenas amistades, había una gran camaradería. Entre los mejores recuerdos están la visita a las cataratas del Niágara, la amabilidad de los voluntarios, que nos invitaban a comer a sus casas, así como el desfile de inauguración con el estadio lleno. En el regreso a casa, mis padres tuvieron que recogerme en la base aérea de Morón de la Frontera (Cádiz) y luego tuve un gran recibimiento en Sevilla, donde me dieron la Insignia de Oro del Ayuntamiento”, apunta Delgado, que también cuenta con la medalla de bronce al Mérito Deportivo.
Su futuro pintaba halagüeño, al regreso de los Juegos se proclamó campeón de España de 100 metros y salto de longitud, pero en 1978, una grave lesión de los músculos semitendinoso y semimembranoso acabó con su carrera como atleta con solo 21 años. “Fue en Roma en un torneo internacional. Me rompí porque llegué tarde al estadio y calenté muy poco. Antes del primer salto sufrí una rotura en la pierna izquierda. Ahí se acabó para mí, fue un hachazo tremendo porque estaba en auge, en mi mejor momento. Fue una pena dejarlo porque me consideraba un drogadicto del atletismo. Residía en una zona en la que era fácil caer en el lado oscuro de la vida y el deporte me ayudó a esquivarlo. Ante cualquier problema que tenía, correr era la escapatoria de todo”, asevera.
Cambió las zapatillas de clavos por el parqué para jugar al balonmano, siendo campeón de España en 1981 con la selección de Sevilla. “Era habilidoso, con buena finta, hacía diabluras, tenía mucha potencia y un gran lanzamiento. Pero aquello también duró muy poco”, lamenta. Y apareció el baloncesto en silla de ruedas, modalidad en la que se erigió en una pieza clave para su desarrollo en la capital andaluza. Hace 33 años, en el polideportivo Kendall nació el ONCE Sevilla, integrado por vendedores de cupones. Al frente del equipo estaba Antonio Delgado, escoltado por su amigo Miguel Pérez Moreno, recientemente fallecido. “Pasamos de estar en Tercera a Primera División en dos años y siendo imbatidos. Teníamos una escuela de grandes jugadores, como Eustaquio Mira, Luis Albelda, José Cobos o Diego de Paz, al que cogí con 16 años, lo senté en una silla y le dije que sería una estrella”, comenta.
Era un gran motivador que sabía sacar partido a su plantilla. Desde el banquillo contribuyó a la consolidación del club en la élite, sumando en nueve temporadas tres títulos de Liga Nacional (1992, 1993 y 1994) y dos Copas del Rey (1992 y 1994). La hegemonía del después rebautizado como ONCE Andalucía decayó con la entrada del Fundosa ONCE de Madrid -actual CD Ilunion-. “Descendimos de categoría al cederle los derechos federativos. Y encima me desmantelaron el gallinero, se llevaron la columna vertebral del equipo. Eso me enfadó y lo dejé. Unos años más tarde me convencieron y regresé, conseguimos el ascenso y, pese a la gran diferencia de presupuestos, en varias ocasiones derrotamos a Fundosa y fuimos subcampeones en 2001. Estuve un par de años más y me marché por motivos laborales”, aclara Delgado.
Ejerció de juez y entrenador de atletismo durante un tiempo, una labor que compatibilizó con la de profesor de Educación Física por varios centros sevillanos, siendo el IES Julio Verne el último de ellos. “Entre los alumnos he tratado de divulgar el deporte adaptado como medio de integración social”, añade el andaluz, que acaba de empezar la mayor batalla de su vida. “Hace apenas tres meses me detectaron un cáncer de garganta y es inoperable de momento. Además de duras sesiones de quimio me están haciendo un tratamiento experimental muy fuerte para que baje la inflamación. Espero ganar esta lucha para seguir disfrutando de mis hijos y mis nietos”, apostilla este ‘guerrero’ cuyo legado en las pistas de atletismo y en las canchas de baloncesto será siempre eterno.
*El 1 de abril de 2021 falleció a los 63 años. D.E.P.