Fin de la fiesta. La llama que tanto esfuerzo costó encender se ha apagado en el nuevo Estadio Nacional diseñado por Kengo Kuma. Los Juegos Paralímpicos dicen adiós tras 12 días de competición, ilusión, emoción, sueños cumplidos, sonrisas y lágrimas. ‘Arigato’ Tokio por devolver la esperanza al mundo con la celebración de un evento marcado por el coronavirus que se ha cobrado más de cuatro millones de vidas y que ha finalizado sin sobresaltos por la propagación de la Covid-19.
Faltó el principal reclamo de la gran cita magna, el público, pero el alma la pusieron los 4.500 deportistas que más que nunca enarbolaron la bandera de la resiliencia, del espíritu de superación, del compañerismo y la unidad. La capital japonesa ha sacado adelante un desafío espinoso que durante mucho tiempo pendió de un hilo, gracias a su esfuerzo colosal, siendo capaz de movilizar a una horda de profesionales y de voluntarios que ayudó a garantizar su éxito.
Ha servido para insuflar energía a la población mundial en su batalla contra los efectos devastadores de la pandemia y para transmitir un mensaje de que con dedicación, perseverancia, determinación y trabajo en equipo se puede vencer a cualquier obstáculo. Debemos agradecerle al hospitalario pueblo nipón la valentía desplegada para organizar estos Juegos, pese a la amenaza constante de los contagios por las nuevas cepas. Sus rígidas normas han permitido un evento seguro para que volviésemos a disfrutar de la magia del deporte.
La ceremonia de clausura alzó el telón con un video proyectado en los videomarcadores con imágenes de lo acontecido en la cita paralímpica. Hubo un espectacular despliegue visual, con mucho colorido, ritmo, bailes y música a cargo de Kyary Pamyu Pamyu, famosa cantante nipona y símbolo del J-pop. En mitad del estadio cobraba vida una ciudad inclusiva donde brillan las diferencias y en la que cualquier persona tiene cabida, mientras empezaban a desfilar los abanderados de cada país.
Al evento han asistido unos 3.000 deportistas de 162 delegaciones, en un ambiente más distendido y sin la presión que han soportado en estos días, en los que dar positivo en un test suponía la descalificación y no poder competir. Los que quedaban en Tokio se hicieron notar, algunos bailaban, otros tocaban las palmas, inmortalizaban el momento fotografiándose y saludaban a la cámara. Fueron momentos de alegría y jolgorio.
El desfile lo encabezó la bandera paralímpica que representa al equipo de refugiados y poco después aparecieron los dos deportistas afganos que finalmente fueron evacuados de Kabul tras la llegada al poder del régimen talibán y pudieron participar en los Juegos. La nadadora Marta Fernández, que logró un oro, una plata y un bronce, fue la abanderada de una selección española que termina en el puesto 15 del medallero con 36 preseas (9 oros, 15 platas y 12 bronces), superando las 31 de Río de Janeiro 2016. Y 131 diplomas (entre los ocho primeros clasificados), que indican que el nivel sigue creciendo, que el relevo generacional irrumpe con fuerzas y que los veteranos continúan dando guerra.
Se rindió homenaje a los miles de voluntarios que ayudaron a que los Juegos se desarrollaran sin problemas y el cielo de la ciudad se iluminó con los fuegos artificiales. Finalmente, la bandera paralímpica fue entregada por el presidente del IPC, Andrew Parsons, a Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, sede de los próximos Juegos. Y la tricolor de Francia se izó al compás del himno nacional. La capital gala ofreció un segmento artístico de lo que pretende ser la cita dentro de tres años. ‘What a Wonderful World’ sonaba en el estadio y el pebetero se apagó. ‘Bienvenue’ París 2024. Solo quedan 1.088 días para que regrese el espectáculo.