Miguel Luque nunca falla a su cita con el podio en las grandes competiciones y a sus casi 48 años acaba de alcanzar una nueva presea en sus séptimos Juegos Paralímpicos. Un bronce muy trabajado. Siete de siete en su prueba predilecta, los 50 metros braza SB3. Infalible. La natación y sus rivales evolucionan y él ha tenido que reinventarse una y otra vez para superar varapalos y alternarlo con éxitos. Su vuelo nunca se ha detenido y ha sabido afilar sus habilidades para seguir cazando medallas. Es un valor seguro, un baluarte del equipo español.
Ha tenido que batallar en cada brazada, no se lo han puesto nada fácil. Desde el poyete de la calle 3, concentrado y visualizando el manjar que le esperaba al otro lado de la piscina de La Défense Arena de París, el catalán salió con energía y fue cuarto durante la mitad del recorrido. Con el japonés Takayuki Suzuki directo hacia el oro y con el italiano Efrem Morelli a por la plata, su lucha estaba en el bronce ante el surcoreano Giseong Jo, su verdugo en el Mundial de Manchester del año pasado, que le arrebató el oro.
El incombustible nadador de Parets del Vallès (Barcelona) protagonizó un duelo muy igualado con el asiático. En los últimos 15 metros aceleró y desplegó todo su potencial y tuvo que currarse cada palmo a palmo la presea tras tocar el panel de cronometraje con un tiempo de 50.52 segundos, superando a Jo en 21 centésimas. “Ha sido un éxito, estar en siete Juegos diferentes y subir al podio en la misma prueba lo puede decir poca gente. Detrás hay mucho trabajo, esfuerzo y el secreto son las ganas y la ilusión. Además de confiar en las personas que están a tu lado. Todas las medallas me saben a gloria”, ha destacado.
Mantiene así su positiva racha en citas paralímpicas. En la previa a los Juegos ya avisaba que tenía gasolina suficiente para continuar dando guerra y lo ha demostrado con otro metal en su prueba, la séptima, una en cada edición que ha disputado: oro en Sídney 2000 y en Atenas 2004, bronces en Pekín 2008 y París 2024 y platas en Londres 2012, en Río de Janeiro 2016 y en Tokio 2020. En total tiene ocho, ya que también logró un bronce en relevos en la capital griega.
Su rendimiento no se entendería sin la figura de su entrenador, Joan Serra, una pieza fundamental para estar entre los mejores del mundo y con el que forma una dupla sin fisuras que rema en la misma dirección. La natación es su vida, empezó a nadar con cinco años como herramienta terapéutica para contener la degeneración, evitar dolores y mejorar su enfermedad. Nació con atrogriposis múltiple congénita, que le produjo una malformación e inmovilidad en las piernas. Con 12 descubrió el baloncesto en silla de ruedas en una de sus visitas al Hospital de San Rafael (Barcelona). Llegó a jugar en la Liga Nacional, pero “era un jugador del montón”. Se decantó por la natación a raíz de Barcelona 1992. Aquel evento despertó en él esa ambición de querer acudir a unos Juegos. Desde su debut en 1999 ha estado encaramado en el podio, cosechando medallas paralímpicas, mundiales y europeas.