Ferran Balsells/www.elpais.com – El deporte cautivó a Juan Palau (Ripoll, 1929) como formidable mecanismo de integración para las personas con discapacitades, quienes a mediados del siglo pasado eran considerados poco más que inadaptados. Palau, de formación salesiana, sufrió esa marginación en primera fila al frente de los Hogares Mundet de Barcelona: el complejo asistencial en el que trabajó desde 1958 y que acogía a niños desamparados, muchos de ellos discapacitados que fueron abandonados poco después de contraer la poliomielitis. Ese cargo, que mantuvo hasta 1982, forjó su vocación: allí conoció con profundidad a Juan Antonio Samaranch, entonces responsable de la Diputación de Barcelona, entidad de la que dependían los Hogares. Y en 1960, cuando nadie en España imaginaba el deporte para minusválidos, los Hogares ya celebraban competiciones de natación, tenis de mesa y atletismo.
Palau y Samaranch ya nunca separaron sus proyectos: forjaron una intensa amistad y una dilatada relación profesional en la que Palau unió al liderazgo deportivo las necesidades de integración de las personas que padecen minusvalías. «El deporte de discapacitados en España empezó en Hogares Mundet», recordó Palau a la muerte de Samaranch el año pasado.
Ambos fundaron la Federación Española de Deportes Minusválidos en 1968 y Palau dedicó el resto de su vida a incorporar los discapacitados en el ámbito deportivo español e internacional. Presidió la Federación hasta el pasado martes, cuando falleció en Barcelona a los 81 años tras una enfermedad que sufrió casi en secreto para que no afectara una labor que compaginaba con la vicepresidencia del Comité Paralímpico Español, organismo del que formó parte desde su creación en 1995.
«El fin más noble del deporte para minusválidos es ayudarles a restaurar la conexión con el mundo que les rodea», solía recordar parafraseando al doctor Ludwig Guttmann, fundador del deporte de discapacitados. Incansable pero enfermo desde 2008, Palau se volcó en materializar esa idea hasta el final y solo notificó su dolencia hace dos semanas, cuando supo que esta era ya irreversible. Este empeño le valió merecer la Orden Olímpica, que le impuso su amigo Samaranch; la condecoración Anillos Olímpicos de Oro del COI y la Medalla al Mérito Civil, entre otras condecoraciones.
Sus logros contrastan con la obsesión por lograr la normalización absoluta de las personas discapacitadas: ansiaba que las Paralimpiadas alcanzaran idéntico protagonismo al de los Juegos Olímpicos. «Yo tuve un sueño y sé que esto llegará, solo hay que dejar pasar el tiempo. La sociedad conseguirá limar sus diferencias para igualar las oportunidades de todos», recordó tras los Juegos Paralímpicos de Sidney en 2000, los segundos celebrados después de que el COI oficializara la celebración de este evento junto a los JJ OO. «Un gran avance», insistía Palau, «pero no es suficiente». El grueso de los clubs deportivos para discapacitados de España, a quienes el fallecido solía visitar para animarles personalmente, se conjuraron ayer para completar el sueño de Palau.