La primera fractura ósea se la hizo con pocos meses de vida. A sus 35 años, Judith Núñez carga en su mochila con más de un centenar de roturas y 23 operaciones quirúrgicas. Desde que era un bebé tenía que medir de forma minuciosa y con cuidado cada movimiento físico para no lesionarse. Padece osteogénesis imperfecta, conocida como la enfermedad de los huesos de cristal, que nunca fue óbice para disfrutar de su pasión. Lleva dos décadas desafiando a su cuerpo con el baloncesto en silla de ruedas pese a la amenaza que se le cierne en cada acción de juego.
En la cancha no hay rastro de esa fragilidad y aflora su valentía, optimismo y mentalidad de hierro. Con esas cualidades por bandera ha llegado lejos en el deporte de la canasta, siendo más de 90 veces internacional con la selección española. Después de vivir los años de penurias del basket femenino, la burgalesa saborea la mejor etapa del combinado nacional, que en Tokio competirá en unos Juegos Paralímpicos 29 años después. Y entre las 12 ‘guerreras’ de Abraham Carrión está Judith, bajita de estatura (1.35 metros), pero gigantesca en ingenio, talento y valentía.
El veneno del baloncesto se lo inoculó su padre, Ricardo Núñez, quien disputó los Juegos de Seúl’88 y luego, como atleta en silla estuvo en Barcelona’92. “Ambos tenemos la misma enfermedad, es un trastorno congénito producido por la falta de colágeno que causa lesiones con mucha facilidad. Estoy soldada por muchos sitios, con tubos de hierro hidráulicos que han crecido conmigo para evitar malformaciones. De pequeña intenté caminar, pero me caía constantemente y me fracturaba huesos, le cogí miedo y al final acepté ir en silla”, cuenta.
Durante su infancia, apenas podía hacer cosas propias de la niñez, los médicos le recomendaron natación, pero a ella le aburría nadar. Su padre, campeón de España en todas las distancias y con más de 200 maratones a sus espaldas, intentó también que su hija probase el atletismo. “Duré 10 minutos, no me gustaba correr. Pese a las prohibiciones de los médicos, elegí el baloncesto con 11 años. No querían que practicara un deporte de contacto, me decían que estuviese quieta, pero me rebelé porque me rompía más en casa poniéndome un zapato o realizando cualquier otra cosa. Así que, si tenía que lesionarme, prefería que fuese haciendo lo que más me gustaba”, recalca.
36 segundos y a la selección española
Empezó a jugar en Granollers, donde vivía con su familia, en una escuela del UNES. “Pese a las caídas y a los impactos duros, mi madre me vio la cara de felicidad y le fue imposible decirme que no. Me dijo: ‘Bueno, nos tocará sufrir un poco más’. Se lo debo todo porque siempre me apoyó pese a los riesgos que tenía”, afirma. Pasó tres años entrenando sola en una esquina del pabellón, al margen del primer equipo, porque la consideraban un peligro en pista. “Hacía de recogepelotas y no me querían dar la licencia por miedo a que me hiciera daño. Al final, un hombre les convenció y jugué 36 segundos en el último partido de liga”, recuerda.
Menos de un minuto en su debut fue suficiente para que el técnico nacional por entonces, Juan Bedia, la reclutara para la selección española. “Tenía 15 años y no me lo creía. Éramos 13 jugadoras en la concentración y una se quedaba fuera para el Europeo en Hamburgo. Lloré por la chica a la que no convocaron, le pregunté al seleccionador si estaba seguro de lo que hacía, yo no tenía ninguna experiencia”, rememora. En Judith vio esa osadía e inteligencia que fue cultivando con el paso de los años. “En la pista no mido cuando voy al choque ni miro si mi rival es físicamente superior. En ese campeonato, ante Holanda me rompí la pelvis por proteger a Sonia Ruiz, pero así soy yo, siempre lo doy todo”, añade.
La escolta-alero ha sido una trotamundos, pasando por numerosos equipos de Cataluña. Estuvo 16 años en el UNES Sant Feliu (FC Barcelona), un año cedida en el CEM L’Hospitalet, luego en Sant Nicolau Sabadell BCR (después llamado CE Global Basket), Válida Sin Barreras CB Mifas y actualmente en el Joventut BCR. Y durante algunas temporadas se dio una circunstancia poco habitual, ya que compartió cancha con su padre. “Ha sido mi referente, un espejo. He jugado junto a él y como rival le daba mucha caña, en la pista no conozco a nadie. Todavía juega, lo hace en la Liga Catalana con Granollers, equipo en el que soy la entrenadora. Al ser un campeonato inclusivo, también están mi hermano y mi pareja. Los tengo que aguantar, pero me hacen caso a lo que les digo, saben que soy la jefa”, dice riendo.
Su juego ha ido evolucionando con el paso de los años, la veteranía y su enfermedad han sido condicionantes. Es de esas jugadoras que cometen pocos errores, con capacidad de pase, tiro exterior y que aporta tranquilidad. “Mi cuerpo ya no me hace todo el caso que quiero, lleva unos años en huelga, así que lo suplo con inteligencia para moverme por la pista y mantengo la calma para leer bien las jugadas”, señala. Un accidente de tráfico en 2018, que le provocó una microfisura dorsal, le hizo perderse el primer Mundial de España en 24 años. Pero pudo quitarse esa espinita en el Europeo de Rotterdam en 2019, donde la selección logró la anhelada clasificación para unos Juegos Paralímpicos.
“Nos lo merecemos por tantas guerras libradas y por años nadando a contracorriente. Hemos derramado muchas lágrimas por el camino, nosotras jugábamos por pasión, no teníamos ayudas, íbamos a torneos después de hacer concentraciones que pagábamos de nuestros bolsillos, quedándonos en casa de alguna compañera y durmiendo en colchones, en sofás o en el suelo. Hoy descansamos en un hotel y hasta tenemos nutricionista y psicólogo. Nunca habíamos llegado tan lejos antes porque no nos enseñaron a prepararnos bien ni a creer en nosotras. Cuando cambiamos esa mentalidad y pensamos que podíamos ganar a las potencias, ahí cambió todo. Hemos demostrado de lo que somos capaces”, precisa.
España afronta el momento más deseado, los Juegos de Tokio, en los que tendrá que medirse en el grupo B a Holanda, Estados Unidos, China y Argelia. “Las holandesas están un nivel por encima del resto, a las estadounidenses se lo pusimos difícil en el Mundial, mientras que las otras rivales son asequibles. Tenemos armas suficientes para combatir, jugadoras altas y físicamente fuertes, con buen tiro exterior, bases inteligentes y un grupo de hormigas que trabajamos duro. Podemos soñar por lo máximo, vamos a pelear la medalla. Y en lo personal, quiero disfrutarlos porque posiblemente serán los únicos que voy a vivir. Seguiré hasta que no pueda más, pero los Juegos serían un buen momento para cerrar un ciclo”, destaca.