Cuando la jabalina sale de su mano, tras recibir el impulso de su recio cuerpo y de su zancada, vuela alta, lejos y rápida, cimbreándose en el aire para caer luego en picado sobre la hierba. El mayor latigazo en la carrera deportiva de Héctor Cabrera llegó en los Juegos de Tokio. Alcanzó 61,13 metros, una longitud que ni siquiera se acercó a su récord del mundo (64,89 en categoría F12), pero que le valió la más inesperada de las recompensas: un bronce. Su grito de rabia burbujeó en su garganta y reverberó en las desoladas gradas del estadio japonés. Dos meses antes se había roto, por segunda vez en apenas un año, el ligamento cruzado de su rodilla derecha. Ya recuperado, el valenciano quiere llevar el dardo más allá de los 60 metros en París y cazar otra medalla en una cita paralímpica.
Atrás ha dejado un proceso largo y doloroso, operaciones, miedos y meses de rehabilitación. “Ha sido una etapa muy dura en lo físico y, sobre todo, en lo mental. He tenido que superar muchas murallas en el camino, la cabeza me daba mil vueltas porque no avanzaba, se me hinchaba la rodilla y sufría dolores, no daba con la solución y veía peligrar mi carrera deportiva. Pero aprendí a sacarle el lado bueno a esos momentos malos”, asegura el atleta, que en estos últimos cuatro años ha tenido que entrenar más los vaivenes emocionales para salir a flote y no hundirse en una espiral negativa.
El calvario empezó en julio de 2020, pasó por quirófano, le dedicó horas a la recuperación, sufrió y lidió con molestias para llegar a los Juegos, y a las puertas de Tokio volvió a romperse. La misma lesión. “Me paré un día en mitad de un entrenamiento y dije basta ya, no quiero continuar, llegué incluso a plantearme la retirada. Sin embargo, mi entrenador, Juanvi Escolano, me recordó que había prometido dedicarle a mi abuelo, que había fallecido en 2016, una medalla paralímpica. Los médicos me comunicaron que no me preocupase, que podía ser por la falta de fuerza. Era mentira, me ocultaron que me había roto otra vez para no condicionar mi participación en Japón y lo agradezco, tomaron la mejor decisión por mí”, confiesa.
Mermado físicamente y con una angustia mental difícil de gestionar, en la capital nipona cazó su metal más preciado. Tenía una sola bala y la aprovechó con ese primer lanzamiento en el que descargó a borbotones la furia y la poca energía que le quedaba. “Venía tras un año desastroso y nadie apostaba por mí. La suerte que tuve es que empezó a llover y se retrasó el concurso, los rivales se pusieron nerviosos y yo estaba más calmado que nunca, sin presión. Arriesgué y lo di todo en el primer intento y salió bien, pude cumplir mi sueño”, relata. El bronce luce ahora en una vitrina junto a la puerta de su casa, el cual mira todos los días y le inyecta una motivación extra para disfrutar de su pasión.
A la presea se agarró tras someterse a la segunda operación de rodilla, que le causó una pubalgia que le trajo problemas en 2023 y que le impidió rendir en el Mundial de París, donde quedó quinto, a 75 centímetros del podio. “Me dejó un sabor medio agridulce, no esperaba mejor resultado porque no podía lanzar bien y llevaba más de un año sin competir, pero me dio rabia porque las medallas eran asequibles. Tras la segunda intervención me lo tomé con otra filosofía, con más paciencia y cabeza fría para no precipitarme, trabajando con un experto en rehabilitación que me dice cómo hacer los ejercicios. Está dando sus frutos y cada vez me encuentro mejor, las sensaciones se van pareciendo a las que tenía antes de la lesión”, afirma.
Con la jabalina como extensión de su brazo ha sorteado obstáculos a lo largo de su trayectoria. Positivo por naturaleza, desde niño tuvo claro que su limitación visual -sufre Síndrome de Stargardt- no iba a erosionar su felicidad. Su madre fue la primera en percatarse de que su hijo se acercaba mucho a la televisión y a los libros. Desde los 9 hasta los 11 años peregrinaron por toda España visitando oftalmólogos en busca de una cura, hasta que Héctor se cansó. “Me hicieron muchas pruebas y me propusieron viajar a Estados Unidos porque había un estudio que podía funcionar, pero me planté, no quería visitar a más médicos y les dije que no iba a ningún sitio más. Mi madre lloró, pero lo aceptó. Tener una discapacidad hace que madures más rápido, lo único que deseaba era ir al colegio, estar con mis amigos y seguir mi vida”, comenta.
Excepto conducir un coche o una moto, ha hecho todo lo que se ha propuesto en la vida: “Vivo del atletismo, he estudiado -Ciencias de la Actividad Física y el Deporte-, me he casado… Ese 5% de visión que tengo, que es como si mirase a través del culo de una botella de cristal, me ha dado más alegrías que problemas”. Su enfermedad degenerativa puede derivar en ceguera, pero se siente preparado por si la luz de sus ojos se apaga del todo. “No me preocupa, si llega, será algo para el Héctor del futuro. Solo pienso en el presente. He convivido con ciegos y te das cuenta de que la vida es igual, hay tantas facilidades hoy día gracias a las nuevas tecnologías, perros guías o avances médicos, que te permiten ser feliz pese a las circunstancias”, zanja.
De niño jugaba al fútbol como portero, también practicó ciclismo, natación y ajedrez. Hasta que se afilió a la ONCE y de la mano de Julio Santodomingo descubrió el atletismo. La primera vez que compitió fue en Lituania en lanzamiento de pelota. Pesaba unos 250 gramos y la envió tan fuerte, a más de 70 metros de distancia, que pasó hasta por encima de los jueces. “Me sentí poderoso. A la vuelta a España, como lo más parecido que había era la jabalina, decidí probarla. Era malísimo, el primer día me llevé un golpe y apenas lanzaba 20 metros, pero me enamoró, sabía que era lo mío”, recalca.
Juanvi Escolano, uno de los mejores preparadores de lanzamientos del atletismo nacional, ha ido puliendo su talento y potencial. Junto a él ha esculpido un palmarés admirable: dos oros (Swansea 2014 y Berlín 2019) y una plata en europeos (Grosseto 2016), y dos medallas mundiales, plata en Dubái 2019 y bronce en Londres 2017. En su estreno en unos Juegos Paralímpicos en Río de Janeiro 2016 pagó caro su ímpetu e inexperiencia. En el calentamiento había lanzado en dos ocasiones por encima del récord del mundo, que estaba en 65 metros, pero luego salió llorando del estadio Maracaná ya que en la competición quedó octavo.
Se puso en manos de la psicóloga Manuela Rodríguez para manejar las emociones y las situaciones imprevistas, y eso le ayudó a encajar el golpe de las lesiones para llevarse el bronce en Tokio 2020. Ahora, en el Stade de France en París, quiere atrapar otra presea con su lanza. “Este año la gran diferencia está en que hemos cambiado el sistema de entrenamiento, con más trabajo de velocidad, moviendo más rápido cargas menores en sentadillas o en pecho, eso ayuda a la hora de articular y hace que la recuperación sea menos exigente. También permite realizar más lanzamientos de calidad. Vuelvo a tener ‘feeling’ con la jabalina, me encuentro fuerte físicamente y la técnica está saliendo, así que me da esperanza e ilusión”, subraya.
Héctor no tuvo suerte en el Mundial de Kobe en mayo, fue séptimo, pero confía en hacer un buen resultado. Es consciente de que tendrá que medirse a rivales como el británico Daniel Pembroke y los iraníes Ali Pirouj y Sajad Nikparast, que pertenecen a la categoría F13 y, por tanto, tienen mayor visión. “Es un hándicap al que no le doy importancia, puedo pelear con ellos. Pembroke es el gran favorito al oro, así que los demás lucharemos por las otras dos medallas, que creo que estarán por encima de 62 metros. Se espera la prueba más difícil de los últimos años. Tengo seis tiros, pero la estrategia será la misma de Tokio, guardarme los cartuchos en el calentamiento y enganchar un buen primer lanzamiento. Si hago el récord del mundo en F12, unos 65 metros, es podio seguro. No me gusta vender la medalla antes de cazarla, pero sería hipócrita decir que no es el objetivo, tengo nivel para estar arriba. Después de todo lo que he pasado con la lesión, firmaría una plata o un bronce”, apostilla.
HÉCTOR CABRERA
Héctor Cabrera Llácer (Valencia, 1994). Atletismo. Plata paralímpica en Tokio 2020. Subcampeón del mundo y bicampeón de Europa en lanzamiento de jabalina F12, categoría en la que posee el récord mundial. En París competirá en sus terceros Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Tenaz, constante y simpático.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Las zapatillas de clavos, la bandera de España y unas gomas para calentar.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
El ajedrez, era un apasionado gracias a mi abuelo. Ahora juego menos por falta de tiempo.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme, para viajar a todos los sitios del mundo.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
No tengo miedos, pero sí mucho respeto a las abejas -ríe-.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
La paella valenciana.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la playa o en casa.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A mi mujer -la también lanzadora Ainhoa Martínez-, comida y mucha crema solar -ríe-.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En mis perros, que tienen muy buena vida.
10.- Una canción y un libro o película.
‘Nothing Else Matters’, de Metallica. Un libro ‘Padre rico, padre pobre’, de Robert Kiyosaki y Sharon Lechter. Y una película, ‘La última fortaleza’.