Miriam Martínez: «En Tokio toqué el cielo y no quiero bajarme de la nube»

La atleta alicantina sufrió un fuerte brote de espasticidad tras la inauguración de los Juegos Paralímpicos. Estaba sondada y sin apenas poder caminar el día antes de conquistar una medalla de plata en lanzamiento de peso.

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Míriam Martínez ganó la plata en lanzamiento de peso en Tokio. Fuente: CPE

En toda situación negativa o al límite anida una oportunidad. Miriam Martínez supo encontrarla a base de coraje, resiliencia y pundonor. Durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Paralímpicos de Tokio sufrió un fuerte brote de espasticidad que le dejó el cuerpo paralizado. Unas secuelas del daño cerebral que le sobrevino en 2018 por una enfermedad neurodegenerativa. En ese estado débil, la atleta nunca se planteó claudicar, se abrazó a su fe, a los médicos y a su familia, que fueron como un faro en mitad de la tormenta. Siete días después conquistó una medalla de plata en lanzamiento de peso que salió del alma y del corazón.

Aquel 24 de agosto el sueño de estar en la apertura del mayor evento deportivo se trocó en pesadilla. Notó que algo iba mal cuando al salir del estadio sus piernas y sus brazos no respondían, se habían bloqueado. “Mi enfermedad te ataca sin avisar, no te da opción a elegir, el único camino es aferrarte a lo que te mueve y te hace vibrar en la vida, en mi caso es el deporte”, asegura. Esa noche empezó una nueva cruzada contra su cuerpo. Se pasó los días haciendo triples sesiones de rehabilitación, con baños helados y paseos por la azotea del edificio de la delegación española para recuperar el control de sus movimientos.

Muchas horas en la cama, sin poder entrenar y ocultando su situación a compañeros y familiares. Se había preparado para un momento así ya que desde 2018 juega con estas reglas. “Era casi imposible respirar con una fluidez normal, me medicaron, tuve muchos dolores e hipotermia, me costaba digerir los alimentos porque tenía una disfagia y tuvieron que sondarme porque no era capaz de orinar y eso me provocó una infección. Intentas bailar con tu enfermedad sin pisarle ni dejar que te pise, y tratas de sonreírle, es lo que nos ha tocado vivir juntas”, recalca.

El apoyo del servicio médico del Comité Paralímpico Español fue clave en la mejoría que experimentó. “La doctora Amaia Bilbao fue mi ángel de la guarda, también fue crucial el fisioterapeuta Ramón Velázquez, que me agarró de la mano y me dijo que lo íbamos a conseguir. Fue una suerte tenerles a mi lado, al igual que a Pepa Espejo, Patricia Núñez, Silvia Triviño o Tomás Fernández. Se volcaron de forma excepcional, humanidad y pasión es lo que les define. Les habría regalado una parte de mi medalla a todos por el esfuerzo. Se desviven por los deportistas, son el 50% de nuestros éxitos”, comenta Miriam.

Había peleado varios años para estar en Tokio, casi desde el momento en el que sufrió ese daño cerebral, cuando el atletismo fue su gran aliado poco después de aprender a andar atada a una goma elástica que sujetaba su padre. Así que en ningún momento se planteó renunciar a competir en los Juegos. “En la soledad de la habitación sentí miedo, es algo incontrolable, pero pensaba en no decepcionar a mi familia, quería devolverles todo lo que les quité cuando apareció mi enfermedad, para ellos fue muy duro. Me aferré a la cabeza, a lo que sentía, y la mente pudo más, siempre se encuentra esa esperanza”, dice.

El calendario iba restando días y a 24 horas de su competición apenas podía caminar por sí sola. Con la ayuda de Kim López -oro en lanzamiento de peso F12- y Héctor Cabrera -bronce en jabalina F13- acudió al gimnasio de la villa paralímpica para tratar de entrenar la técnica. “Mi cuerpo parecía un juguete roto, estaba a las puertas del Olimpo y había que coserlo y sacar fuerzas que llegaban a rozar tus límites. Con una toalla doblada que hacía de bola movía el brazo y la cadera. Kim me sujetaba y Héctor se situaba delante mientras me frotaban con hielo la nuca y las piernas para romper la espasticidad. Fue emocionante y un alivio, lanzar esa toalla fue como coger la medalla antes de hora”, rememora.

Y llegó el día, 1 de septiembre, prueba de lanzamiento de peso F36. Un torrente de emociones la envuelve cuando piensa en aquella tarde bajo el cielo cerrado en la capital japonesa. “Solo quería disfrutar y vivir ese momento como si no hubiese un mañana. Había muchas miradas cruzadas de incertidumbre y me vine arriba, me vinieron a la cabeza mis padres, mis hermanos, mis sobrinos y mi entrenadora -Ainhoa Martínez-, me dije que tenían que estar orgullosos de mí como sea. Escondí todo ese dolor y cuando salí al estadio y vi que el panel que anunciaba a las atletas se iluminaba con la bandera de España me sentí la persona más afortunada del mundo. Sonreí y levanté el puño como señal de haber vencido”, añade.

Con 9.62 metros en su primer intento cazó la medalla de plata y mejoró su marca personal en seis centímetros. Ahí descorchó su alegría y la repartió entre todos los que le habían ayudado a recuperarse. “No sabía siquiera si lanzaría tres metros. La bola de acero no solo la empujé yo, también el servicio médico, mis compañeros, mi familia, mis amigas… Ellos han sido mis alas cuando los pies no funcionaban, hemos ganado una guerra juntos. Aquello me llenó todas las barritas vitales y me giró la vida otra vez 180 grados, fue una felicidad inmensa, llegué a tocar el cielo de Tokio y ahora estoy en una nube de la que no quiero bajarme”, subraya.

La vuelta a casa tampoco fue fácil, casi 14 horas de avión en las que sufrió dos mini brotes de espasticidad. Esos fueron los duros Juegos Paralímpicos de Miriam Martínez, que acabaron con final feliz. Y hace unos días cerró el círculo visitando San Mamés, el estadio que todos los días veía desde la ventana de su habitación en la UCI del hospital IMQ Zorrotzaurre de Bilbao en la que estuvo mes y medio. El Athletic tuvo protagonismo en su recuperación.

“Me devolvió la esperanza y la ilusión por el deporte. Esas luces de San Mamés y el regalo que me hizo mi madre de la camiseta y el chándal del equipo son los mejores de mi vida. Me siento muy identificada con el club, por luchar por lo que te apasiona, por esa perseverancia”, confiesa la alicantina, a la que le gustaría hacer el saque de honor en algún partido de los ‘leones’: “Sería un sueño, el fútbol es mi pasión, siempre ha corrido por mis venas”.

De hecho, aunque está centrada en el atletismo, quiere continuar vinculada al balón y confía en poder disputar con la selección española de fútbol 7 la Copa del Mundo del próximo año en Salou (Tarragona). “Ojalá puedan dejarme practicarlo de manera paralela sin que se corte mi carrera como atleta. No quiero elegir entre algo que me da vida y lo que me la devolvió, demuestro que lo más importante es la pasión, haré todo lo posible por estar el año que viene junto a mis compañeras”, expresa. De momento, ya piensa en los nuevos objetivos con el lanzamiento de peso: el Mundial en Kobe (Japón) en 2022 y los Juegos de París 2024. “Espero luchar para subir a lo más alto del cajón”, apostilla.

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