En el cabecero de las camas de la Villa está escrito, en francés, ‘Sueña con tus hazañas del mañana’. Tasy Dmytriv, 16 años recién cumplidos, mirada curiosa y todo desparpajo en el agua, llevaba muchas noches visualizándose en lo más alto del podio en París. Ese sueño se ha hecho realidad en La Défense Arena. Oro en 100 braza SB8. El primero para España en los Juegos Paralímpicos de París viene de la piscina gracias a una adolescente prodigio del cloro con una potencia extrema, una perla de la natación. Con esta victoria, la andaluza completa la triple corona, oro paralímpico, mundial y europeo.
De sonrisa dorada, como sus triunfos, en su rostro aniñado destacan brillan sus ojos azules. Es la más joven de la delegación española, pero se desenvuelve en la piscina como si tuviera muchos más. No solo por su habilidad, sino por su capacidad para gestionar la presión y aguantar las embestidas de sus rivales, más experimentadas, y en un escenario nuevo para ella, ante 15.000 espectadores. Pero la niña tímida deja atrás la vergüenza y se transforma cuando tiene que competir. Con toda la osadía y la ilusión de la juventud y la ambición de las grandes campeonas, el tornado de los 100 braza SB8 impuso su dominio.
Es la tiránica dominadora de la especialidad, nadie le discute el trono. En dos años ha sido bicampeona del mundo, oro europeo y, ahora, reina paralímpica. En 2021, con 12 años, logró la mínima para Tokio, pero no pudo acudir a los Juegos porque aún no disponía de la nacionalidad española. Ver su prueba por televisión le dolió y sintió rabia porque con su mejor marca esa temporada habría ganado el oro en Japón. En París le ha llegado la recompensa a su entrega, constancia y determinación.
Su superioridad fue incontestable de principio a fin. Antes de subir a los poyetes nadie quería mirarla. Los focos estaban en las calles 3 (la irlandesa Ellen Keane), 4 (Tasy) y 5 (la británica Brock Whiston), donde viajaban las favoritas. Se arrojó al agua y ejecutó las secuencias de la carrera que se sabe de memoria. La almeriense ya marcó diferencias con una gran subacuática y se puso en cabeza cuando emergió a la superficie. Con una frecuencia de brazada inalterable, disciplina y rectitud lideró la prueba.
Tras el viraje le sacaba un cuerpo de distancia a sus principales perseguidoras, que no podían aguantarle el ritmo. Tasy, como si percibiera la amenaza que llegaba desde todas partes, apretó los dientes y empezó a acelerar en los últimos metros para colgarse así el oro, y un pedazo de hierro de la torre Eiffel, que la encumbra al olimpo y que recordará toda la vida. Paró el crono en 1:19.75, aventajando en casi dos segundos a la británica y en cinco a la rusa Viktoriia Ishchiulova.
Explotó de felicidad en el instante en que se volvió para mirar el marcador y se aferró a la corchea. Es la nueva campeona paralímpica. En las gradas de La Défense Arena su hermana Aghata y sus padres vibraban con la proeza que acababa de conseguir. También le ha regalado una alegría a su familia, originaria de la ciudad de Lviv (Leópolis), en Ucrania, donde nació Tasy, sin el antebrazo derecho. Allí vivió solo año y medio, ya que en diciembre de 2009 llegó a España por reagrupación familiar. Su padre, cuando ella tenía apenas un mes, logró un contrato laboral en un almacén agrícola en Aguadulce (Almería).
Aquella niña inquieta comenzó a nadar al mismo tiempo que se movía con flexibilidad entre mazas, aros, cintas y pelotas de la gimnasia rítmica. Pero se decantó por la natación ante la insistencia de Patricia Prieto, su entrenadora y descubridora junto a José Romacho, que durante un cursillo en Vícar (Almería) había visto algo especial en ella cuando tenía seis años. Lo demás ya es historia. Asimila sin más sus logros, solo trata de divertirse nadando: “Elegí la piscina porque me aporta libertad y alegría”. Hoy, en París, se ha coronado como la reina del 100 braza SB8.