Sus largas piernas de garza y veloces zancadas captaron la atención de Florencio Morcillo, entrenador de la ONCE que había forjado a tantos atletas en Andalucía. Quedó cautivado al ver desde una cafetería como aquella espigada niña que, alcanzaba 1,64 metros de altura con nueve años, corría rauda por un parque antes de entrar en la consulta para una revisión oftalmológica. El técnico, consciente del potencial precoz que atesoraba Sara Fernández, se acercó a conversar con su madre para que no se le escapase aquella joya. Y acertó. Dos décadas después, la tenaz deportista de Espartinas (Sevilla) está asentada entre las mejores del mundo en salto de longitud T12 (discapacidad visual).
Sus brincos a oscuras sobre el foso de arena le han proporcionado numerosas medallas nacionales y también algunos metales a nivel europeo. A sus 29 años, la andaluza, de mirada azul cristalino y cabellera nívea, con muelles en los talones y con la seriedad de la madurez, dará en París otro gran paso en su trayectoria ya que disputará sus terceros Juegos Paralímpicos tras recibir una invitación por su rendimiento deportivo y por su séptima posición en el ranking de esta temporada. “Es un orgullo y una recompensa al constante trabajo, a todos los días de duros entrenamientos en los que a veces no salen los resultados esperados. Confío en que puedo hacer una buena actuación”, afirma.
Nació albina, con menos de un 20% de visión y con fotofobia. Esa falta de pigmentación era el primer caso en su familia. Su padre realizó un estudio genealógico, pero nunca dieron con ningún antepasado en una situación parecida. “Al principio pensaron que era una niña muy rubia. A mi madre le dijeron que tenía un alto nivel de bilirrubina y me ponía al sol, menos mal que nací en diciembre, ya que si llega a ser en pleno verano en Sevilla me hubiese tostado”, dice riendo. El movimiento de ojos propio del nistagmo congénito que padece alertó a un pediatra, que recomendó a sus padres acudir al servicio de oftalmología. “Allí les dijeron que la niña tiene unos ojos muy bonitos, pero no le van a servir para mucho”, bromea.
La escasa visión nunca le ha frenado, en casa le enseñaron a buscar alternativas para solventar cualquier problema que se le presentase. “Les estoy agradecida porque no me sobreprotegieron. De pequeña era muy revoltosa, pasaba mucho tiempo en el suelo por golpes y caídas, tengo cicatrices por todo el cuerpo”, asegura. Sí lo pasó mal durante un año en el colegio al sufrir ‘bullying’: “Por ser diferente físicamente, a veces los niños son crueles y me lo hicieron pasar mal, algunos me hacían el vacío, me llamaban ‘Casper’ e incluso una vez planearon teñirme el pelo. Fueron tiempos muy duros, repetí curso porque me afectó bastante, pero se solucionó”.
Practicó natación, pero no cuajó en la piscina porque se aburría al pasar tantas horas en el agua. Después hizo gimnasia rítmica y flamenco, “aunque no tenía arte para moverme”, ríe. El atletismo se abrió paso en su vida de casualidad al ser descubierta por Florencio Morcillo cuando esprintaba por un parque de la capital hispalense. Los primeros pasos los dio en las pistas del Centro Deportivo Municipal de San Pablo y allí ya apuntaba maneras, quedando siempre en los primeros puestos en las competiciones en categorías inferiores. “Era muy alta para mi edad y con pocas zancadas más que el resto ya superaba a mis rivales. Me lo tomé como un juego, de hecho, sólo entrenaba un par de días a la semana”, cuenta.
Con 11 años ganó sus primeras medallas internacionales, un oro en 60 metros y una plata en 600 metros, en un meeting en Vilna (Lituania). Probó pruebas de velocidad y de fondo, pero en la adolescencia se decantó por el salto de longitud, siendo pulida por Laura Real en el municipio de Tomares. “Sentí un flechazo, me encanta saltar y revolcarme por la arena, el único sitio en el que no tengo obstáculos y me siento en plena libertad. Este deporte me ayudó a ser valiente y echada para adelante en mi día a día en la calle”, confiesa. Su empeño, talento y determinación comenzaron a recoger sus frutos en la élite. En su palmarés cuenta con numerosas medallas en Campeonatos de España, así como dos bronces europeos en Swansea (Gales) 2014 y Grosseto (Italia) 2016, y un bronce mundial en Doha (Catar).
Y ha rozado en varias ocasiones el podio en otras citas. “Me he llevado muchas medallas de chocolate, de las cuáles se aprende más”, subraya. En sus vitrinas también luce dos diplomas paralímpicos tras ser octava en Río de Janeiro 2016 y séptima en Tokio 2020. Ahora, con más experiencia, enérgica y más fuerte mentalmente, sabe que cualquier día saldrá ese salto de longitud por encima de los cinco metros que tiene en las piernas. Espera que sea en la final de París, donde llega con confianza tras ser cuarta en el Mundial de Kobe (Japón) el pasado mes de mayo, su mejor posición en esta competición.
“Estoy en el punto álgido de mi carrera, con más madurez y sabiendo gestionar todos los factores que influyen en cada vuelo sobre la arena. Antes me venía abajo si no me salía bien el primer intento, me estancaba y me repercutía negativamente en el resto. Es una prueba que desgasta, el concurso puede durar hasta una hora y media y debes estar concentrada todo ese tiempo. He hecho hincapié en ese trabajo psicológico y en estos últimos meses me he sentido con más fortaleza, he rondado mi marca, que está en 5,01 metros, sé que puedo alcanzarla en los Juegos, en el escenario perfecto”, explica la sevillana, que es auxiliar de enfermería, técnico de imagen para diagnóstico y en septiembre finalizará un máster de Fisioterapia Deportiva para después hacer las prácticas en el Real Betis Balompié, club del que es muy aficionada.
Su familia, “muy bética”, le arropará desde las gradas del Stade de France. “Será la primera vez que mis padres vendrán a verme en una competición internacional y estoy súper ilusionada, ellos también se lo merecen porque siempre han estado detrás empujándome”, añade. Es consciente de lo costoso que es llegar a una cita paralímpica. Su séptimo puesto en el ranking mundial le ha granjeado una plaza: “Está carísimo ir a unos Juegos, las mínimas son muy exigentes. La A estaba en 5,49 metros, algo que en mi categoría solo salta la ucraniana -Oksana Zubkovska-, que se llevará el oro, y quizás la uzbeka -Yokutkhon Kholbekova-, mientras que la B era de 5,15. Quiero aprovechar al máximo esta nueva oportunidad que me brindan”.
No se obsesiona con un resultado, para ella ya es un éxito medirse a las saltadoras más potentes del mundo. “Soy realista, no tengo el nivel de mi compañera Sara Martínez o el de otras favoritas al podio, las medallas están muy difíciles, pero voy a darlo todo en cada carrera por el pasillo y en cada salto. Si sale reflejado lo que vengo entrenando y logro batir mi registro personal o acercarme, me marcharé a casa muy satisfecha. Voy a luchar y a disfrutar, es una gran satisfacción volver a ser parte del mayor evento deportivo”, apostilla.
SARA FERNÁNDEZ
Sara Fernández Roldán (Sevilla, 1994). Atletismo. Bronce en salto de longitud T12 en los europeos de 2014 en Swansea (Gales) y de 2016 en Grosseto (Italia). Bronce en relevos 4×100 metros en el Mundial de Doha (Catar) 2015. En París disputa sus terceros Juegos Paralímpicos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Perseverante, trabajadora y risueña.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Como albina que soy, la crema solar no me puede faltar -ríe-.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
Pintando paisajes en lienzos.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
La súper vista -ríe-.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
Tengo mucha fobia a las cucarachas.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
A la pizza. Después de competir en París me comeré unas cuántas en la villa -ríe-.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
En el campo, en una sierra, en cualquier zona de montaña.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
Agua, algún audiolibro y música.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En un perro.
10.- Una canción y un libro o película.
‘This is me’, de Keala Settle. Y película, ‘El guerrero pacífico’.