Quería disfrutar y saborear sus últimos vuelos en unos Juegos Paralímpicos. Lleva 20 años en la élite del salto de longitud T12 -discapacidad visual- y la rutina de vivir en una burbuja de sacrificios y renuncias en su vida no le colman como antes. Sara Martínez ha tenido un romance de altibajos con el foso de arena y, en París, la ciudad del amor, su ‘Last Jump’ lo ha clausurado con una plata de quilates, la segunda medalla paralímpica en su brillante palmarés. La atleta madrileña deja una huella indeleble y le otorga a España la presea número 12.
Su trayectoria está cincelada a base de perseverancia, de levantarse tras cada caída, una y otra vez. En sus primeros cuatro Juegos el podio le había dado calabazas. Hasta que en Tokio 2020 recogió sus frutos con una plata que curó heridas. Pensó que era su punto y final, pero no quería perder la beca económica y se concedió una prórroga hasta París. Probó con los 400 metros lisos, prueba que también correrá en el Stade de France junto a su guía Jaime del Río, pero le dio otra oportunidad a la longitud.
Llegaba con la confianza reforzada porque en mayo ganó la plata en el Mundial de Kobe (Japón). Estaba en las quinielas de las preseas, pero tenía que rubricar su condición de favorita. Apareció por la pista sonriente y durante el calentamiento paseaba concentrada, visualizando cada movimiento, realizando ejercicios de respiración para espantar los nervios. Se sentaba en el banco, se levantaba, esprintaba o hablaba con su entrenador y cuñado, Pedro Maroto, la persona que le metió en vena la afición por el salto. “La longitud no me gustaba de pequeña porque me manchaba de arena y nunca caía de culo”, decía en una entrevista con dxtadaptado.com.
Mandó un aviso a sus rivales en el primer intento. Por el pasillo violeta entre dos bandas más moradas, la madrileña proclamó su fuerza imparable, pidió palmas al sector de la contrarrecta, se activó, puso la mirada fija al frente, flexionó su brazo derecho por detrás de la cabeza e inició la carrera. Buena velocidad de entrada, apoyo, impulso, vuelo hacia la gloria y aterrizaje en 5.35 metros, marca que la situaba segunda, una posición de la que ya nadie la movería.
Cogía aire, se daba ánimo y pedía palmas al público, como a ella le gusta. Una carrera fluida, apretaba los dientes y se impulsaba para caer a 5.24 metros de la tabla. No estaba contenta con el resultado del segundo salto. Entre ese y el siguiente intento tuvo un bonito gesto al consolar a la uzbeka Yokutkhon Kholbekova, quien se retiró lesionada y entre lágrimas. En los cuatro saltos restantes hizo nulo, 5.26, nulo y 5.40, mejorando su marca. Había roto a llorar justo antes, era su último salto paralímpico. Abrazo interminable con Pedro Maroto, con sus familiares y compañeros. Despedida con honores y por todo lo alto para la reina española de la longitud.
No fue su mejor brinco, pero se lleva la plata, la segunda que consigue en unos Juegos Paralímpicos. No pudo darle el barniz dorado del oro porque fue vencida por la ucraniana Oksana Zubkovska, la tiránica dominadora del foso, que sumó su quinto oro consecutivo con 5.78. El bronce fue para la argelina Lynda Hamri con 5.30. También compitieron otras dos españolas, que se llevaron diploma: la catalana Sydney Fokou fue séptima con 4.84 y la andaluza Sara Fernández acabó octava con 4.75 metros.
Sara Martínez, que nació con opacidad corneal bilateral, una enfermedad genética y hereditaria, inició su camino en el atletismo con 14 años en Atenas 2004 siendo séptima, fue undécima en Pekín 2008, quinta en Londres 2012 y cuarta en Río 2016, donde sus lágrimas regaron la arena de Maracaná tras quedarse a un centímetro del bronce. En Tokio 2020 y en París 2024 ejecutó saltos plateados para ponerle el broche a una gran carrera en la que también figuran oros europeos y medallas mundiales.
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