Durante más de dos décadas Xavi Torres lo había ganado todo en la piscina y tras Londres 2012 se retiró para orientar su carrera a la faceta de entrenador, moldeando a las nuevas hornadas de nadadores. Siempre ligado al agua, nunca le quitó ojo a lo que hacían los rivales de su categoría. Sus tiempos seguían siendo competitivos y hace año y medio pergeñó su regreso, en silencio, quería comprobar hasta dónde era capaz de llegar. A sus 47 años, esta leyenda de la natación -16 medallas paralímpicas con cinco oros, cinco platas y seis bronces- está de vuelta para disputar en Tokio sus séptimos Juegos.
La sensación de planear sobre el azul de las piscinas a golpe de brazadas y estar otra vez en la salsa de la competición eran motivos demasiado atractivos como para no intentarlo. “Nadar ha sido un modo de vida y nunca dejé de hacerlo porque este medio me permite sentir la libertad en el más amplio sentido. Es un autoregalo que me hago”, dice el mallorquín. Retorna el hombre de la sonrisa perpetua, el último superviviente de Barcelona’92. Precisamente, en las Picornell empezó a brotar su magia siendo un pipiolo.
En 1986, como si de una premonición se tratase, talló el nombre de la Ciudad Condal y la fecha de la histórica cita deportiva en una medalla de arcilla que hizo durante un campamento de verano, su trofeo de mayor valor sentimental. Seis años después cumplió ese sueño y el barro se tornó en un oro, dos platas y dos bronces paralímpicos. “De aquel chaval queda la esencia de no aceptar que te digan lo que no se puede hacer. Me ayudó a proponerme cosas diferentes, aunque te estrelles por el camino, y a estar siempre en movimiento pese a tener discapacidad o encontrarte con barreras, a rebelarme ante lo imposible”, asegura.
Ese fue el inicio de una larga carrera en un deporte al que llegó por insistencia médica. El balear nació con tetrafocomelia, amputación congénita en brazos y piernas. Nada que le frenase. “El agua me encantaba por su ingravidez, ahí no tenía miedo a caerme. Gané en movilidad, fuerza y confianza”, suele explicar. Aprendió a flotar con una boya atada a una cuerda y poco a poco esas clases terapéuticas para fortalecer la espalda y evitar desviaciones de columna por el uso de las prótesis se acabaron convirtiendo en algo esencial, en su filosofía de vida.
Los éxitos internacionales fueron llegando: 15 metales en mundiales y 24 en europeos, numerosos récords del mundo y 16 preseas en seis Juegos Paralímpicos (las cinco de Barcelona’92; tres en Atlanta’96; cuatro en Sídney 2000; dos en Atenas 2004 y otras dos en Pekín 2008). Tras Londres 2012 lo dejó porque a nivel físico le costó mucho ese ciclo, pero nunca estuvo más de dos días sin nadar y comenzó a preparar a las nuevas promesas de la natación adaptada. Hasta que en 2019 le picó otra vez el gusanillo de la competición.
“En los campeonatos me fijaba en los resultados de la gente que nada en mi categoría, esa inquietud estaba ahí, así que tras ver el Mundial de Londres de 2019 decidí marcarme un objetivo, quería probarme y participar en alguna prueba, pero sin expectativas. Los tiempos fueron mejorando y tras clasificarme para el Europeo de Funchal vi que la cosa pintaba bien, me encontraba genial y me revivieron esas ganas por nadar eliminatorias y por estar en una final. Fue un punto de inflexión para tener esa ilusión de volver a unos Juegos”, detalla.
En estos casi dos años de entrenamientos ha intentado pasar inadvertido, lo ha llevado en secreto porque quería vivirlo de forma íntima con su gente más cercana. “Había probabilidades de que este camino se quedase a medias, hemos visto muchas veces en el deporte intentos de regreso que no han cuajado y me daba pereza anunciar algo que luego no fuese”, comenta. Xavi es consciente de que los años no pasan en balde y la preparación también ha cambiado respecto a su anterior etapa.
“Ya no aguanto lo mismo que cuando tenía 20 años y apenas hago un 30% del volumen que hacía antes. Mis entrenos han sido un equilibrio entre mantener y pulir la técnica, y trabajar el físico en seco con un plan súper preventivo para cuidar mi cuerpo y la salud. Aunque he perdido movilidad en tierra firme, en el agua siempre estuve activo”, asegura el mallorquín, que entrará en el selecto grupo de deportistas con más participaciones en Juegos Paralímpicos. Hasta la fecha, solo Puri Santamarta y Kike Soriano habían alcanzado las siete ediciones. En Tokio, él y el granadino José Manuel Ruiz se sumarán a ese club. “Es un auténtico honor”, añade.
Aunque en su caso serían los octavos, ya que también estuvo en Río de Janeiro 2016 formando parte del staff técnico de natación. Así cataloga cada una de las citas en las que ha estado: “En Barcelona’92 era muy pasional y visceral; Atlanta’96 supuso mucha responsabilidad; Sídney 2000 era presión y donde saqué mis mejores resultados; Atenas 2004 fue decepción por no haber estado al nivel que quería; Pekín 2008 fue ilusión; Londres 2012 una alegría porque nadé más rápido que en los anteriores; y Río 2016 un lujo acompañar desde fuera a grandes como Teresa Perales, Chano Rodríguez, Miguel Luque, David Levecq o Íñigo Llopis”.
Ahora llega a la capital japonesa con la misma ilusión y “casi como un novato. Me da algo de vértigo, quiero disfrutarlos como si fuesen los primeros”. Nadará varias pruebas, entre ellas los 150 estilos SM4, la que más alegrías le ha reportado en su trayectoria. “Tengo un buen rendimiento para meter la cabeza y estar con los mejores, pero no para luchar por medallas, esta vez es distinto. El objetivo es clasificarme para alguna final y quedar entre los ocho primeros. El hecho de estar en Tokio es todo un regalo”, asevera.