Era mayo de 2021 y no habían pasado ni 24 horas desde que Elena Congost diera a luz a su tercera hija cuando recibió una llamada de un representante del Comité Paralímpico Español: “No contamos contigo para Tokio”. Aquellas palabras fueron un jarro de agua fría para la barcelonesa, oro en Río de Janeiro 2016, cuyo nombre quedó grabado para siempre en la historia ya que se convirtió en la primera campeona en maratón para personas con discapacidad visual en unos Juegos. “Tenía varios meses para recuperarme, me había ganado el derecho a decidir por mí misma, pero no me dejaron intentar hacer la mínima, no me dieron esa oportunidad. World Para Athletics me daba una invitación, pero alguien del CPE dijo que no. Aquello me dolió mucho, fue una decepción, me desmotivó y ya no quise saber nada del atletismo, desaparecí”, asegura.
Tan fuerte y descomunal había sido el mazazo que se desprendió de todo el material que tenía, regaló sus tops, mallas y zapatillas. Siempre tuvo claro que ser madre no iba a detener su carrera deportiva, pero acabó desencantada, le habían dado la espalda. “En mi tercer embarazo algunas personas llegaron a decirme que tenía que abortar si quería ir a esos Juegos en Japón, una locura, evidentemente ni lo pensé. Tras el nacimiento de Ona dejaron de pagarme la baja por maternidad porque decían que habían sido tres partos muy seguidos. Eso terminó por derrumbarme mentalmente, te das cuenta de que al final los deportistas somos simples números para ellos, una inversión. Nunca había fallado en las grandes citas, he logrado medallas y así me lo pagaban”, lamenta.
Le cerraron el grifo a pesar de que tenía derecho a estar cobrando ocho meses después de dar a luz. Un periodo en el que no le pueden exigir resultados. “Mi abogado peleó y al final me dieron la cantidad que me pertenecía por la baja. Quise recuperar también la beca que me había ganado por el oro de Río y me pedían una marca mínima inviable. Me enviaron una carta para que la firmase, en la que ponía el tiempo que tenía que hacer para lograr esa ayuda económica y que nunca hablase de este tema con nadie. No la firmé”, detalla.
Regresar no estaba en sus planes, y más aún cuando el año pasado nació Lluc, su cuarto retoño (Arlet tiene seis años, Abril cinco y Ona tres). “Oficialmente no lo dije, pero creí que ya estaba retirada”, confiesa. Sin embargo, su marido, Jordi Riera, que fue gimnasta, la retó a volver. “Cada día me iba picando y desafiando, ¿a qué no tienes narices de intentar estar en París 2024? Para que me dejase en paz, le dije que sí, pero sin presiones. En agosto de 2023 estaba de vacaciones en Cádiz, donde mi padre tiene una casa, y por las noches caminaba en la cinta o salía a correr unos pocos minutos por la calle. Me sentí atleta otra vez, así que hablé con Roger Esteve, mi entrenador, y le dije que quería volver”, relata.
Su meta estaba puesta en la maratón de Sevilla (18 de febrero), la única carta con la que jugaba para luchar por el billete para los Juegos. Entre la pista de atletismo de Vic (Barcelona) y el asfalto de un polígono industrial en cuyas calles rectilíneas también había preparado la cita de Río, forjó su retorno. “Era una idea descabellada, empecé desde cero el 18 de septiembre y tenía cinco meses justos. Por mi fisiología, siempre he sido muy resistente, pero me encontraba más lenta. Como había poco tiempo priorizamos hacer más kilómetros, rodajes largos, antes que centrarnos en la fuerza y en la velocidad. A pesar de que la preparación fue precaria, evolucioné rápido y cada día me encontré más fuerte”, explica.
Quien tuvo retuvo. A sus 36 años, y después de ocho sin ponerse un dorsal de competición, demostró que sus piernas aún atesoran potencial, talento y energía. Bajo el cielo sevillano en una mañana luminosa, de un azul perfecto, reapareció de manera brillante para hacer la mínima A en categoría T12 (deportistas con discapacidad visual). Y lo consiguió de manera holgada, paró el crono en 3:05.08, rebajando en seis minutos la marca que le exigían. “Iba con mucho miedo, como si fuese al matadero. Me decía ‘Madre mía la que me espera’. Salí prudente, a un ritmo seguro y pensé que en algún momento llegaría ese muro y me estamparía, ya que en la media suele venirme un bajón y otro a partir del kilómetro 30. Pero el cuerpo respondió bien, iba sobrada y sabía que lo conseguiría. Di un golpe en la mesa. Ese día, algunos en el CPE tuvieron que convulsionar por lo que logré”, dice entre risas.
La felicitaron a través de una carta: “Me dieron la bienvenida al Plan Adop. Lo único que me ofrecieron fue servicio médico, fisioterapia y nutrición. Tenía la tercera mejor marca mundial y no me daban ni un euro para preparar los Juegos, te tienes que apañar tú sola, con una palmadita en la espalda”. Congost es una oda al esfuerzo y a la constancia permanente, un ejemplo de que la maternidad también rima con éxitos deportivos, pese a las dificultades del día a día. Su vida daba otro giro al saber que estaría en la ciudad parisina. “Y con cuatro peques -ríe-. Con una rutina complicada, mi marido salía de casa pronto para ir a trabajar y tenía que encargarme de ellos. Cuando había colegio y guardería, los levantaba, los vestía, les daba el desayuno y los llevaba. Después tocaba entrenar. Por la tarde jugaba con ellos, baños, comidas… Lo peor ha sido el descanso, hace tiempo que no duermo del tirón, es imposible”, añade.
Sacrificio, perseverancia y determinación son algunas de sus señas de identidad. La atrofia del nervio óptico nunca frenó su ímpetu e ilusión por convertirse en una gran deportista. Lo tenía claro desde niña, cuando en el colegio le preguntaron qué quería ser de mayor, ella respondió atleta. “Nunca dejé de intentar hacer algo por más barreras que haya tenido, todo se puede alcanzar, aunque cueste más”, dice con el aplomo que le caracteriza. La catalana ve luces y sombras, de forma distorsionada y borrosa, no distingue bien el entorno. “Si te quedas con el ‘no puedo’ te creas límites. Ante los problemas hay que buscar soluciones y no hundirte. La discapacidad no es más que una compañera de viaje”, sostiene.
Tuvo que convencer a su familia para adentrarse en el atletismo: “Mis padres trataban de protegerme, quizás por desconocimiento. Me decían que para qué correr si iba a tropezarme ya que no veía bien, que mejor tocase la guitarra sentada en casa -ríe-. Pero siempre he sido de llevar la contraria. Al final lo entendieron e incluso mi padre me acompañaba en esas primeras carreras escolares de cross por Cataluña, él corría por fuera y me daba indicaciones para no equivocarme de camino. Se me daba bien, ganaba a rivales que estaban federados”. También destacó en salto de longitud y en pruebas de velocidad y medio fondo, cosechando medallas internacionales.
Con 14 años disputó su primer Mundial y luego debutó en unos Juegos en Atenas 2004. “Era una niña y no estaba preparada para soportar aquella presión. Me acojoné y lo pasé mal cuando entré al estadio, que estaba lleno. Salí llorando de la impresión”, recuerda. Repitió en Pekín 2008, donde ganó un diploma, y en Londres 2012 conquistó una plata en 1.500 metros. “Me quedó una espinita porque no gestioné bien la carrera y pude hacerlo mejor, pero obtuve un buen resultado, fue un momento muy feliz”, recalca. Poco después salió de su zona de confort y se pasó a la distancia de Filípides. Los 42 kilómetros le venían como anillo al dedo.
“En las pruebas de esfuerzo, los médicos me decían que estaba hecha para esta modalidad. Eso sí, me costó adaptarme porque no estaba acostumbrada a hacer rodajes tan largos y colapsaba. Otra de las razones que motivó el cambio fue porque iba a estrenarse en unos Juegos Paralímpicos y suponía un reto, quería hacer historia”, asevera esta diplomada en Educación Física y Educación Social. Su bautismo llegó en 2015 en Londres, proclamándose subcampeona del mundo. “Nadie contaba conmigo, el viaje, la inscripción, todo lo pagué con mi dinero. De hecho, no me dieron ni la ropa del equipo español y para subir al podio, un entrenador tuvo que prestarme su chándal”, rememora con una mueca de amargura.
Aquello fue el preludio de su gran conquista en Río de Janeiro 2016. En el Fuerte de Copacabana dejaría una huella indeleble. Exhausta y casi deshidratada, la española se convertía en la primera campeona paralímpica en maratón, con marca personal (3:01.43). Una presea dorada que supuso una liberación tras 15 años persiguiendo un sueño. Para París, sus quintos Juegos, correrá por primera vez con guía para evitar choques o imprevistos. Le acompañará Mia Carol. “Me da miedo ir sola por ser un circuito urbano. Ahora han prohibido que los avituallamientos te los den en la mano y es difícil cogerlos de una mesa. Tener a alguien a tu lado que te avisa de las curvas, socavones o cualquier obstáculo y también te anima, es positivo. Pero me pesa el ir atada a una persona con una cuerda corta y rígida, eso resta, no puedes bracear bien y coordinarte”.
Feliz, flotando en una nube de endorfina, serotonina y dopamina, está preparada para la batalla del 8 de septiembre, el último día de los Juegos, en un recorrido desafiante que arrancará en el Parc Georges Valbon, atravesará algunos de los monumentos más emblemáticos de París y finalizará en la Explanada de los Inválidos. “Lo afronto con mucha ilusión y ganas, voy a por todas. Es una prueba larga en la que pueden pasar muchas cosas, confío en no tener ningún problema físico y en saber gestionarla bien. El nivel ha subido y habrá que correr rápido, se han sumado dos marroquíes -Fatima El Idrissi y Meryem En-Nourhi- que tienen muy buenas marcas. He trabajado duro para luchar por lo máximo, soy ambiciosa y voy a por el oro, de lo contrario, me habría quedado en casa. Si ese día lo doy todo y me llevo la plata o el bronce, estaré contenta también. Pero me gustaría igualar lo de Río”, apostilla Elena Congost, una deportista sin límites.
ELENA CONGOST
Elena Congost Mohedano (Barcelona, 1987). Atletismo. Oro en maratón T12 en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro 2016. Plata en 1.500 metros en Londres 2012. Ha sido medallista en mundiales y en europeos. En París disputa sus quintos Juegos.
1.- Defínase con tres adjetivos.
Inconformista, disciplinada y cabezota.
2.- ¿Qué objeto no puede faltar en la maleta?
Comida -ríe-, es mi salvavidas por si no me gusta lo que ponen de comer en otras ciudades.
3.- ¿Tiene algún talento oculto?
No, con correr ya es suficiente -ríe-.
4.- Si pudiese tener un súper poder, ¿cuál elegiría?
Teletransportarme.
5.- ¿A qué tiene miedo o fobia?
A las invenciones tecnológicas, a los robots, que nos van a destruir -ríe-.
6.- ¿Cuál es esa comida o alimento al que no puede renunciar?
Una pizza.
7.- ¿A qué lugar le gusta ir para perderse o desconectar?
A la montaña o al bosque.
8.- ¿Qué se llevaría a una isla desierta?
A mi familia. El resto ya lo buscaríamos para sobrevivir.
9.- ¿En qué animal se reencarnaría?
En una leona o un guepardo.
10.- Una canción y un libro o película.
Cualquier canción de Coldplay. Y un libro, ‘La sabiduría del samurái’.