Miki Sánchez, el comodín con arrojo de la selección española

Hace casi seis años se quedó ciego tras reventarle el nervio óptico. Se ha consolidado en ‘La Roja’ como un futbolista guerrero y sacrificado. En Tokio debutará en unos Juegos Paralímpicos.

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El balear Miki Sánchez conduce la pelota en un partido del Grand Prix de Tokio. Fuente: IBSA

Apenas quedaban tres minutos para despedir el año. Miguel Ángel Sánchez ‘Miki’ se encontraba en casa rodeado de sus familiares, con las 12 uvas preparadas para dar la bienvenida al 2016. Cuando de forma brusca su visión se tiñó de negro. Una tensión ocular le cambió la vida, la ceguera había llegado para quedarse. Pero lejos de venirse abajo, él supo danzar con ella con un balón de por medio. En apenas cuatro años, el balear se ha convertido en una pieza importante de la selección española de fútbol para ciegos, en un jugador con arrojo, un comodín que vale para un roto y un descosido.

El premio a su brega y constancia ha sido una plaza entre los 10 elegidos para representar a España en los Juegos Paralímpicos de Tokio. “Si hace unos años me dicen que iría al mayor evento al que puede acudir un deportista, no me lo habría creído. Ni en mis mejores sueños”, recalca. Por las calles de Mahón y en el estadio del CD Menorca se forjó como futbolista. Hasta que a los 17 años la oscuridad le golpeó tras reventarle la vena del nervio óptico.

“Lo único que recuerdo es que era Nochevieja, estaban a punto de dar las campanadas y me desmayé. Cuando me desperté en el hospital después de la operación le pregunté a mi madre si estaba la luz de la habitación encendida y ahí supe que ya no vería más. Sabía que a lo largo de mi vida podría pasarme porque en mi familia hay antecedentes con glaucoma, pero no así, de repente, sin previo aviso”, relata.

Tuvo que empezar de cero, cosas tan básicas como comer o vestirse se convirtieron en obstáculos. “Fue un cambio drástico, era como vivir en otro mundo. Estaba empezando a descubrir la vida, pero no podía hundirme ni tenerle miedo a lo nuevo. Aunque en los primeros días necesité apoyo psicológico, asumí rápido mi situación y me levanté, no quedaba otra que luchar”, explica. Hizo las maletas y dejó atrás la isla para asentarse en Madrid, donde aprendió braille en un colegio de la ONCE. “Necesitaba independizarme, tenía que progresar y adaptarme sin ayudas, mi objetivo era superarme a mí mismo. Tardé muy poco en tener esa movilidad para desenvolverme y manejarme solo”, cuenta.

Y el fútbol fue un pilar para combatir la ceguera. “Una de mis preocupaciones cuando estaba en el hospital era que ya no volvería a jugar más, pero cuando supe que existía la modalidad para ciegos se abrió una ventana, volví a ilusionarme”, confiesa. Él jugó durante ocho años en las categorías inferiores del Menorca, “era un extremo veloz, me gustaba correr por la banda, regatear, marcar goles y fundirme en el campo”, afirma. Llegó incluso a compartir balón con el ex futbolista del Real Madrid y ahora en las filas de la Fiorentina, José Callejón. “Lo conocí en persona, cuando era pequeño jugaba con él en el parque en Motril (Granada), ya que mi familia procede de allí, y aprendí muchas cosas con él”, subraya.

Comenzó a jugar con antifaz y pelota de cascabeles en 2016, y asegura que los inicios no fueron sencillos: “Me costó acostumbrarme a las medidas del terreno de juego, sobre todo, a las vallas porque me quedaba sin campo, quería correr más de lo que podía. Era algo muy diferente a lo que había hecho, tuve que desarrollar un buen oído para escuchar las instrucciones del entrenador, del guía y del portero y al mismo tiempo ejecutar cada jugada. Jugando me siento muy feliz, el fútbol me ha ayudado a perder el miedo en mi día a día cuando voy por la calle y me encuentro con barreras”.

En poco tiempo ha experimentado una gran progresión. Futbolista callado, prudente y reservado, cuando salta al césped se transforma. De gran despliegue físico, es muy sacrificado por el equipo, de los que no se arrugan ante nada y se emplea con ardor guerrero. “Nunca bajo los brazos, siempre doy aire a mis compañeros cuando me necesitan, intento contagiarles mi motivación o ambición en momentos de apagón. Soy un jugador que lo da todo desde el primer minuto”, asegura Miki.

Su debut oficial fue en el Mundial de 2018 en Madrid, en el que España quedó en quinta posición. Un año después formó parte del combinado nacional que alzó el título de campeón de Europa en Roma. “Desde que nos montamos en el avión para viajar a Italia, en mi cabeza solo había un pensamiento, ganar el torneo. Cuando levantamos el trofeo fue una sensación única. La medalla la tengo expuesta en mi habitación. Ojalá puedan sumarse más en los próximos años”, prosigue.

En el último año y medio las lesiones le lastraron, ya que tuvo que pasar por el quirófano por la rotura del ligamento cruzado y menisco interno de la rodilla izquierda. “Me pilló la pandemia de la Covid-19 de por medio y la rehabilitación no la hice bien. Pero he trabajado muy duro y ahora me siento físicamente muy fuerte, perdí 15 kilos y estoy al máximo de ilusión y con ganas de aportar mi granito de arena a la selección”, dice.

España llega a los Juegos de Tokio con el objetivo de sumar su tercera medalla paralímpica tras los bronces de Atenas 2004 y Londres 2012. En la fase de grupos se enfrentará a Argentina, Tailandia y Marruecos. “Ir a unos Juegos es un sueño cumplido, pero somos ambiciosos, no nos conformamos solo con estar allí. Si sacamos esa solidaridad entre nosotros y somos una piña tanto dentro como fuera del campo, podemos hacer algo grande. Habrá mucho nivel, están Brasil o Argentina como favoritos, aunque podemos ganar a cualquiera. El objetivo es conseguir una medalla. Voy a Tokio pensando en pisar el podio”, finaliza el menorquín.

TEST TOKIO 2020. Conociendo a Miki Sánchez

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